Aumento de dietas: cuando la política no muestra la menor empatía
“Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere” (Max Weber).
En un régimen democrático se celebra la política, por eso un ajuste sobre la política no es lo esperable cuando las cuentas macroeconómicas están en orden; y así en momentos de gestiones gubernamentales eficientes y bonanza económica, se espera que nuestros representantes políticos puedan cobrar óptimos salarios, y que trabajen competentemente para ofrecer a sus ciudadanos el bienestar general que corresponde.
En la Argentina, la crisis económica es extrema hace décadas y no concluye, la inflación sigue incrementándose a niveles preocupantes, y el desempleo, la pobreza y la indigencia también escalan lastimosamente. Cifras oficiales del Indec indican que en la Argentina el 42% de las personas viven bajo la línea de pobreza, 10,5% bajo la línea de indigencia y que la pobreza infantil alcanzó 62,9% en el segundo semestre de 2020. Clara y tristemente, no estaríamos frente a gestiones gubernamentales eficientes ni bonanza económica, sino frente a una crisis garrafal que requiere que aquellos que nos representan y se encuentran en una situación económica privilegiada, puedan prescindir de seguir incrementando sus haberes y velen por aumentar los ingresos de sectores muy castigados y postergados, tanto en el ámbito público como en el privado.
Frente a este escenario desolador, la presidenta de la Cámara alta, Cristina Fernández de Kirchner, y el presidente de la Cámara baja, Sergio Massa, acordaron con los gremios del personal legislativo (la Asociación del Personal Legislativo (APL), la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y la Unión Personal Civil de la Nación (UPCN)) un aumento salarial del 40%. Asimismo, esta nueva disposición habilita a que el aumento salarial impacte también en los haberes de los 257 diputados y los 72 senadores nacionales (el incremento pautado no modifica de manera directa los sueldos de los legisladores, pero habilita a que se incrementen sus haberes).
Cerraron sus puertas miles de pequeñas y medianas empresas, producto de las restricciones decretadas en la pandemia por coronavirus, cantidad de comerciantes se encuentran sin trabajo y miles de empleados perdieron sus puestos laborales. Los jubilados continúan padeciendo porque sus ingresos son paupérrimos. Gran cantidad de docentes nos relatan cómo no pueden solventar la canasta básica familiar con sus bajos ingresos. Médicos y enfermeros siguen informándonos, por diversos medios de comunicación, que sus ingresos son magros e insuficientes mientras trabajan sin pausa, como no lo hicieron prácticamente durante todo 2020 los trabajadores del Poder Legislativo, que pronto comenzarán a percibir aumentos en sus haberes que se ubicarán 5 puntos por arriba de la nueva pauta salarial del 35%.
Según datos oficiales del Indec, desde marzo de 2021, una familia tipo (de 4 integrantes) necesita un ingreso de $60.874 para no caer en la línea de pobreza. Al mismo tiempo, una familia de igual cantidad de integrantes necesita un ingreso de $25.685 para no descender en la línea de indigencia. Para una sola persona, un ingreso menor a $19.700 implicaría caer debajo de la línea de pobreza y menor a $8312 debajo de la línea de indigencia.
Los enfermeros que integran una familia de 4 o más personas, perciben un salario que se encuentra por debajo de la línea de pobreza, y una gran cantidad de médicos, en una misma situación parental, reciben salarios que, si no están por debajo, rozan la línea de pobreza. Y aquellos que perciben un salario por arriba de dicha línea cuentan que deben trabajar doble o triple turno en diferentes centros médicos, en el marco de una crisis sanitaria que no les da respiro. La mayoría de los docentes que integran una familia de 4 o más personas, perciben un salario que se encuentra por debajo de la línea de pobreza. De tal modo, quienes velan por nuestra vida y quienes velan porque nuestros niños y adolescentes tengan una mejor calidad de vida, deben resignarse una vez más a que los privilegios siempre son los mismos y para los mismos. Los jubilados deben agradecer un aumento de 12,12% a partir de junio, que llevará a que sus haberes mínimos alcancen los $23.064.
Que un enfermero, un médico, un maestro o un jubilado vivan debajo de la línea de la pobreza (o indigencia) es indignante en todo tiempo y lugar. Que gran cantidad de enfermeros, médicos, maestros o jubilados vivan debajo de la línea de la pobreza (o indigencia) en el marco de una pandemia por coronavirus, es indignante y miserable. Nuestro personal de salud se está esforzando hace más de un año de modo titánico para salvar nuestras vidas (y la de los legisladores y empleados del Congreso). Gran cantidad de maestros durante 2020 hicieron esfuerzos extremos para poder educar a distancia a nuestros niños y adolescentes y desde febrero/marzo de 2021 se exponen de modo presencial (la mayoría fueron vacunados hace apenas semanas) para educar a nuestros niños y adolescentes (y a los de los legisladores y empleados del Congreso), la mayoría de los jubilados rozan la línea de pobreza luego de haber padecido más de un año de desamparo, soledad y los escasísimos recursos económicos de siempre. Gran cantidad de argentinos perdieron sus empresas y sus empleos frente a una pandemia que requirió de cierres y restricciones para contener la escalada del virus. Más del 60% de niños y adolescentes comen poco o no comen. Y el personal del Congreso, que no se encuentra bajo la línea de pobreza ni de indigencia y que no concurrió a trabajar durante la mayor parte del tiempo en pandemia, gozará de un incremento en sus haberes de un 40%, y los legisladores también contarán con la facultad de aumentar sus suculentos ingresos.
Más allá de (escasas) voces disidentes opositoras y oficialistas al respecto, esto está ocurriendo aquí y ahora en esta Argentina de pandemia, de desempleo, de pobreza, de indigencia, y de hambre.
No existe la mínima empatía, ni la vergüenza, esa vergüenza que es saludable que exista para que el abuso no se apodere de los privilegiados y la pesadumbre no siga devastando a los antiguos y nuevos desafortunados.
Politóloga y Profesora (UBA