Audacia y prudencia ante la tempestad
En los tiempos tempestuosos que enfrenta la Argentina, puede ser útil poner atención en algunas de las enseñanzas pertinentes que dejó por escrito en sus Memorias de guerra y Memorias de esperanza el general y presidente francés Charles de Gaulle.
De Gaulle intentó liderar la reconstrucción de Francia dos veces en condiciones anímica y económicamente dramáticas. En ambos casos su enfoque sería: “El sentimiento ha hablado, es el turno de la política”. La primera sería a fines de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, con Francia saliendo de la ocupación alemana, cuando no pudo implementar su plan. La segunda, ante la profunda crisis política y las demandas de independencia de Argelia en 1958, cuando pudo poner en práctica sus ideas con éxito. Por eso, era muy consciente de que lo que se escribe en materia de planeamiento, aunque esté escrito en un pergamino, solo vale si se lo puede aplicar.
Siendo de carácter pragmático, al tratar un tema en particular, De Gaulle se esforzaría por enfocarse en lo esencial. Reconocía que no le gustaba entregarse a las cambiantes lecciones de los varios doctores que manipulan en abstracto y en todas direcciones el caleidoscopio de las teorías. Tampoco se dejaría llevar por las volteretas de ideas y de fórmulas que practican los malabaristas de las dudas y de los inconvenientes, los acróbatas de la demagogia.
Sin embargo, admitía que, dado el rango supremo donde estaba ubicado, era común que provocara a sus expertos y consejeros para luego elegir el camino a seguir, sin intentar sustituir o tomar el rol de sus ministros y funcionarios. Estaba consciente de que, dadas las situaciones dramáticas que enfrentaba, y fueran los que fueren los resultados en algún tema, siempre serían criticados, ya que los deseos de todos son infinitos, y ninguna acción aparece jamás a nadie como suficiente. Ante esto, sin embargo, su enfoque no sería retroceder ni buscar falsas escapatorias. Todo lo que sería hecho por el Estado sería hecho bajo su autoridad y responsabilidad. De Gaulle era consciente de que lo que es saludable para la nación raramente avanza sin reproches de la “opinión pública”, o sin algunas pérdidas en las elecciones.
En tiempos desafiantes, De Gaulle aplicó en varias oportunidades la táctica de combinar la audacia en las palabras con la prudencia en los actos. Veía en el primer ministro que nombró en 1962 –Georges Pompidou– muchas de las cualidades que consideraba importantes para enfrentar los grandes desafíos de la época. Así lo describió: “Siempre reverenciando el brillo en la acción, el riesgo en toda empresa, la audacia en la autoridad, él se inclina hacia las actitudes prudentes y las gestiones reservadas, destacándose en cada caso por absorber e interpretar los datos, y encontrar una solución”.
En épocas de crisis, De Gaulle no dudaría en restablecer el libre curso de las opiniones y de los sentimientos que consideraba, en un sentido profundo, una condición esencial para el orden. Por otro lado sentía que había sectores políticos autoritarios que querían adueñarse de la totalidad del poder, y que si él llegaba a ceder, ellos lo tomarían. En este contexto, estaba convencido de que no le quedaba otra alternativa que mostrar la cima como el objetivo a alcanzar, y de que no podía proponer otra ruta que no fuera la del esfuerzo. Actuando con una audacia complementada por la prudencia, De Gaulle consideraría sin embargo que lo que es exagerado, no cuenta.