Atrevernos a amar y a perdonar como nuestras madres
Nuestras madres valoran más nuestra existencia que nuestros logros, y como dice el autor célebre Rudyard Kipling: “Dios no podía estar en todos sitios y, por tanto, hizo a las madres”, reconociendo que ellas pueden alentarnos en nuestros triunfos, apoyarnos en los fracasos y cuidar nuestro cuerpo y alma. En el Día de la Madre, recordamos sus enseñanzas, su escucha y sus consejos que nos ayudaron a seguir adelante y ser más resilientes, sobre todo, en tiempos de pandemia.
Las madres también han sido nuestros modelos para amar y perdonar, ya que sus almas conocen de entrega, sacrificio, coraje, tolerancia, fortaleza, paciencia, amor y perdón. Estos dos últimos conceptos están tan íntimamente relacionados que desde la logoterapia y la psiquiatría se resaltan como fundamentales para encontrar nuestro sentido existencial.
Los conflictos ocasionados por, o durante, la pandemia hicieron que nos replanteáramos nuestros vínculos personales. La incertidumbre nos invadió tanto individualmente como a nivel sociedad. Fuimos más conscientes de que teníamos muchos “asuntos no resueltos” y que no podíamos controlar todo. Aprendimos a hacer una autocrítica de nuestros errores, a reconocer qué podíamos aprender del otro, y que restablecer los vínculos era fundamental para poder sanar.
También, aprendimos que solo por medio de un diálogo profundo con el otro podíamos cerrar y soltar heridas del pasado. Como dice el sociólogo Max Weber, solo actuando desde “lo comprensivo, afectivo y lo axiológico” y no solo de manera racional, podíamos afrontar las situaciones difíciles que nos tocaron; aun cuando estuviéramos atravesados por generaciones, por cuestiones de crianza, de socialización o de grupos sociales, que en muchos casos no nos permitía acercarnos al otro.
Por ello, acudir a la experiencia de nuestras madres era fundamental para entender que debíamos aceptar que no todo saldría como lo habíamos planeado. Al final, maduramos como sociedad e individualmente y entendimos que la vida era una suma de instantes, donde tener un corazón generoso, tierno y maternal nos haría amar y perdonar a los otros y a nosotros mismos.
Nuestra sociedad posmoderna fue cambiando -y lo deberá seguir haciendo- luego de lo vivido en estos meses. Como dice el sociólogo Goffman, no valdrá ponernos una “máscara con el otro”, es decir, no podremos protegernos de los otros por temor a mostrarnos vulnerables.
Cuando creíamos que podíamos postergar, nos dimos cuenta que nuestro tiempo era limitado y que no podíamos quedarnos atados en el pasado. Fue necesario aprender a soltar proyectos que no se dieron, al igual que sanar vínculos que arrastrábamos desde hace tiempo, para poder comenzar una nueva etapa.
Ojalá que, como sociedad, renazcamos más compasivos con el otro, donde el amor y el perdón ayuden a cerrar heridas y nos den esperanzas de que el futuro pueda ser mejor; se lo debemos a nuestras madres, ya sea que las tengamos en vida o las abracemos con nuestra memoria. “Porque las madres perdonan siempre y han venido al mundo para ello” (Alejandro Dumas), y, además, porque perdonar “es el valor de los valientes, solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar” (Mahatma Gandhi).
Doctora en Sociología, politóloga, profesora de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral