Atrapada en su propio Truman Show
Según parece, la Presidenta no permitirá que nada ni nadie la mueva de la realidad estilo The Truman Show en la que reina. La necesita como el aire que respira. Tanto que pareció ahogarse cuando, la semana pasada, las preguntas sencillas y directas de los estudiantes de las universidades de Georgetown y Harvard rasgaron el cartón pintado del relato.
Como el personaje de Jim Carrey en la película de Peter Weir, que asume la ficción como realidad objetiva, Cristina parece descontar que el falso decorado que el kirchnerismo montó con el guiño de buena parte de los argentinos tiene estatuto de verdad universal. Con esa presunción, viajó a Estados Unidos dispuesta a regalar otra vez su palabra, a dar cátedra en los claustros de Harvard, tal como lo hace desde el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada.
Convencida quizá de que se debe a su público, la Presidenta llevó su guión y el rosario de inflexiones y mohínes que aquí resultan tan efectivos. Y la verdad es que empezó a desplegarlos con la solvencia de siempre. Pero algo no andaba bien. Las preguntas no eran las esperadas y su producción había cometido un desliz imperdonable: faltaban la escenografía y los extras. ¿Quién la había llevado hasta allí? En esa intemperie, el gesto embelesado de Timerman mientras la primera actriz desarrollaba su performance no era suficiente. A su lado, más circunspecto, Zannini tal vez adivinaba lo que al canciller, entregado a su papel de fan consuetudinario, se le escapaba: aquello iba a terminar en desastre.
La experiencia le habrá enseñado a la Presidenta que no es tan sencillo exportar el relato. Una lección que podría llevarla a preguntarse por los límites de esa laboriosa construcción. Porque en lugar de expandirse más allá de las fronteras, como le habría gustado hacerlo a Cristina la semana pasada, todo indica que el ámbito de aplicación del paraíso kirchnerista se está reduciendo. El batir de las cacerolas del 13-S introdujo en la banda de sonido de la película un ruido capaz de interrumpir el sueño de la ficción. Es muy posible que las preguntas de los impertinentes de Harvard se hayan montado sobre ese eco, que además derivó en un cacerolazo ad hoc al frente del hotel donde la Presidenta se hospedó.
¿Qué hará Cristina Kirchner si el relato sigue resquebrajándose? La reacción que tuvo con los estudiantes inquietos por conocer su opinión sobre la inflación, el cepo al dólar o la falta de diálogo con la prensa no presagia nada bueno. Y es esto lo más preocupante de lo que se vio en esas jornadas académicas que fueron lo más parecido a las conferencias de prensa que ella siempre evitó: la pulsión por anular, a través del miedo y la humillación, a todo aquel que se atreviera a cuestionar su propia versión de la realidad. Esos estudiantes que hacían sus preguntas con todo respeto se convirtieron, de buenas a primeras, en enemigos que había que acallar. El arma a la que apeló la Presidenta de modo instintivo y casi sin disimulo fue la misma de siempre. Y resultó tan desproporcionada que ella misma pareció trágicamente atrapada, sin saberlo, en su propio Truman Show .
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