
Atenazados entre dos extremos
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Sergio Massa olió sangre, la sangre que ha empezado a derramar el enfrentamiento entre dos extremos, y asomó la cabeza. Calló de una manera estruendosa mientras duró la buena estrella de Javier Milei, pero ahora que el Gobierno quedó magullado después de unos cuantos banquinazos, salió fresquito y descansado a ocupar el espacio que el oficialismo habilitó con sus propios yerros. ¿Llega el excandidato presidencial con alguna propuesta o es pura ambición sin sustancia? La respuesta es obvia. Y vale también para buena parte del peronismo que se ha despabilado junto con el tigrense. Un peronismo que, a falta de un nuevo perfil, conserva la traza desvaída del kirchnerismo, que se resiste a ser desplazado y nadie se atreve a desplazar. Como sea, la vieja maquinaria de poder por el poder se ha activado. Ahí se encuentran todos. En este año electoral, parece haber empezado un nuevo capítulo para el gobierno libertario: el del asedio de aquellos que no se conciben sin la sartén por el mango. La calesita argentina nos devuelve siempre al mismo argumento.
Tan desprestigiados están quienes aportaron por lejos la cuota más generosa a la degradación actual que, para abrirse paso, mandaron al frente a una infantería de violentos reclutada en la marginalidad, allí donde la política y el fútbol tejen sus negocios más oscuros. Otra vez, se apropiaron de una causa justa para montar sobre ella sus objetivos y bastardearla en el trámite. Las escenas del miércoles 12 en los alrededores del Congreso remitieron de forma inevitable a las imágenes de diciembre de 2017, cuando llovieron toneladas de piedras sobre la policía y las instituciones democráticas, en una acción coordinada entre los agresores de afuera y los agitadores de adentro. Los mismos medios, los mismos fines. Para los que no aceptan la alternancia, Mauricio Macri era la dictadura. Hoy ese lugar lo ocupa Javier Milei. Que haya llegado a la presidencia por el voto es un detalle. Lo relevante es que ese voto los dejó afuera y puso en peligro los privilegios corporativos macerados durante décadas. En nombre del pueblo, entonces, hay que resistir a la dictadura. Y doblegarla.
A diferencia de la semana anterior, la marcha de los jubilados de este miércoles transcurrió en forma pacífica. Pasamos de una protesta que tuvo los ingredientes de un primer ensayo destituyente a una manifestación legítima solo enturbiada por incidentes menores. Y fue un alivio, porque los pronósticos eran sombríos. A la convocatoria combativa de la oposición dura se le sumaba, en la otra orilla, una actitud también confrontativa del Gobierno. Faltó poco para que invitara a los revoltosos a un segundo round con las fuerzas de seguridad. Tampoco hubo muestras de empatía hacia el fotógrafo que resultó gravemente herido por una cápsula de gas lacrimógeno. Contra los malos presagios, un operativo policial más eficiente y racional, de un lado, y la ausencia de fuerzas de choque coordinadas, del otro, evitaron la violencia.
"Si lo que le importara a Milei en primer término fuera consolidar las políticas que a su entender traen prosperidad, ¿por qué se niega a un acuerdo orgánico con Macri?"
Con todo, pervive la sensación de que el país está atenazado por un enfrentamiento entre dos extremos que provoca una galopante degradación de la política. Son polos que suelen ser identificados por sus concepciones ideológicas enfrentadas, pero que sin embargo comparten, por irradiación de sus líderes, características incompatibles con una vida democrática sana, como el uso político del odio, la demonización del adversario y la polarización de la sociedad. También, el culto a la figura del líder, lo que promueve el fanatismo de sus seguidores y la consecuente megalomanía del que manda.
¿Comparten estos dos polos, además, una vocación de poder por el poder mismo? Cualquiera que quisiera abonar esta hipótesis encontraría argumentos en la porfía del Gobierno en llevar a la Corte Suprema al juez Ariel Lijo, lo que sería fortalecer a “la casta” que Milei ha prometido erradicar. Una evidencia de mayor peso sería el rechazo que el Presidente muestra hacia las fuerzas que lo han ayudado a gobernar y que avalan puntos esenciales de sus políticas. Si lo que importara en primer término fuera la suerte del país, si lo fundamental fuera consolidar las políticas que a su entender traen prosperidad, ¿por qué se ha negado siempre a un acuerdo más orgánico con Macri? ¿Por qué su hermana Karina ha convertido al líder de Pro en objeto de su hostilidad y quiere disputarle la ciudad de Buenos Aires, abriéndole así el paso al peronismo?
Milei, parece, quiere una derecha extrema organizada alrededor de su persona. Repele a los que quieren ayudarlo si el costo de esa ayuda es diluir la “pureza” de su proyecto y si la mano extendida supone una merma de su poder. En cambio, les abre la puerta a todos los miembros de “la casta” que, ubicuos, van pegando el salto de garrocha hacia la vereda del sol. Casi todos ellos son de vieja extracción peronista. No es raro, porque ese origen los ha entrenado en las astucias de este deporte olímpico. Si las cosas siguen así, de tan generoso, el gobierno de Milei podría acabar siendo la nueva encarnación del partido que Perón fundó hace ochenta años.
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