Asintomáticos
Paulina, una queridísima amiga mía que vive en México, me escribe por WhatsApp para preguntarme cómo estamos aquí. Le digo que bien y le pregunto por la familia. Me responde que tanto ella como su marido, Roberto, tienen Covid-19. Me quedo paralizado, se me cierra la garganta, pienso que no puede ser, que es una broma. Ninguna broma. Tras el impacto, me manda un audio y me cuenta que primero se contagió Roberto, en una reunión con personas que venían de Europa. Y que, casi sin síntomas, se lo transmitió a ella; hace 17 días él empezó solo con dolor de cabeza. Pensaron que era algo neurológico. Pero más tarde perdió el sentido del olfato y del gusto. Su médico le dijo que eso podía ser Covid-19. Una semana atrás, Paulina dejó de oler el cloro con el que limpian todo en la casa y la comida dejó de saberle. Se hicieron el test. Ambos dieron positivo. Ella nunca tuvo fiebre y ya está recuperándose.
Su reflexión, sabia, fue que por fortuna son responsables y no han salido de la casa. De otro modo, ¿a cuántos habrían infectado? Es evidente que sabemos poco aún de este coronavirus. La ciencia no viaja a la velocidad de los titulares y hará falta todavía un inmenso esfuerzo antes de emitir opiniones o de romper el aislamiento.