Arte sudafricano. En la estela de Tracey Rose
Vecinos transatlánticos. Mientras se exhibe la primera exposición individual de la artista en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, otros cuatro nombres se destacan en un escenario artístico contestatario
Instalación, escenario de performances, parque de juegos para niños y adultos, creación a dúo entre madre e hijo, Toro salvaje es la primera exposición de la artista sudafricana Tracey Rose ideada íntegramente para la ciudad de Buenos Aires. Más específicamente, para el amplio subsuelo del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba). “Se trata de una gran instalación que observa y critica el abuso de poder que tuvo la influencia del nazismo en el mundo –señala Sofía Dourron, miembro del equipo de curadores del Mamba-. Rose encuentra allí un elemento a partir del cual construir vínculos entre el continente africano y Sudamérica.” En el centro de la sala, una escultura blanda representa la Pangea, ese continente prehistórico, a medias fabuloso, que mantenía unidas todas las regiones del planeta. “Rose narra el proceso de la brutal separación de los pueblos”, acota Dourron.
Rose se formó, como varios artistas sudafricanos, en la Universidad de Witwatersrand. Sus obras suelen perturbar los guiones curatoriales modernos con postulaciones que interrogan las políticas de identidad. En 2001, a los veintisiete años. participó de la Bienal de Venecia con Ciao Bella, una fellinesca parodia feminista compuesta de videos, fotografías y pinturas.
En un extremo de la sala del Mamba, la artista nacida en Durban en 1974 crea una frágil caverna de papel, inspirada en la Cueva de las Manos situada en la provincia de Santa Cruz; en el centro aparece un retrato de uno de los dúos siniestros del siglo XX: Adolf Hitler y Eva Braun. Así, Rose alude a los pueblos originarios de América, al exterminio y a la supervivencia de las ideologías genocidas. En grafitis, escribe sobre el papel los nombres de las comunidades de esclavos en la Argentina colonial. A un lado, una monumental cabeza domina la sala. Representa a Dimitri Tsafendas, asesino de Hendrik Verwoerd, el primer ministro sudafricano conocido como el “arquitecto del apartheid”, que fue adoctrinado en la Alemania nazi. Rose exhibe el modo en que Tsafendas alegó haber matado a Verwoerd en 1966 por indicación de una lombriz solitaria que decía que vivía en su cerebro. Para ello, creó una serpiente escarlata de artículos de prensa.
No obstante, más allá del terror del nazismo y el racismo, surge la utopía. Por medio de los dibujos infantiles de Lwandle, su hijo, y la presencia del doble arcoíris (uno de ellos cobra la forma de un puente de madera), Rose apuesta por el ideal de un porvenir comunitario. Toro salvaje es un extraño repertorio de formas que actualiza, con espíritu crítico e insolencia ante las efigies de poder, el gesto insurrecto del arte. Se puede visitar hasta el 5 de marzo.
No es la primera vez que llegan a Buenos Aires, de la mano de Victoria Noorthoorn, obras de artistas sudafricanos. En 2012, en Fundación Proa, se habían conocidos trabajos de otros dos creadores en la muestra Aires de Lyon, una suerte de antología de la curaduría realizada por ella para la Bienal de Lyon. En aquella ocasión, se conocieron obras de Marlene Dumas y de Kemang Wa Lehulere. Otros artistas de ese país vecino –océano Atlántico mediante– cuyas obras merecen ser conocidas son Berni Searle, Diane Victor, Senzeni Marasela y Frances Goodman.
Marlene Dumas. Ciudad del Cabo, 1953
Como muchos artistas africanos, Dumas no vive en su país. Se formó en Artes en la Universidad de Ciudad del Cabo y desde 1978 se instaló en Ámsterdam. Dumas representó a Holanda en la Bienal de Venecia de 1995 y, en 2015, la Tate Gallery presentó una muestra individual con sus pinturas. Hoy es una de las artistas vivas mejor cotizadas del mundo. El año pasado, el Museo Stedelijk de Holanda le dedicó una retrospectiva en la que se reunieron obras de sus cuarenta años de trayectoria. Las pinturas de Dumas dan a ver cuerpos que padecen la violencia del entorno; todas ellas se apoyan en registros fotográficos. “Mi arte oscila entre la tendencia pornográfica a revelarlo todo y la inclinación erótica por esconder lo que lo define”, declaró en una entrevista. En los retratos de Dumas, los seres anónimos atormentados (o en estado de suspenso) conviven con celebridades: Kate Moss, Osama bin Laden y Amy Winehouse. Unos y otros reciben el mismo trato desangelado. En 1990, después del nacimiento de su hija, presentó una serie de retratos de bebés monstruosos y de aspecto alienígena, a la que denominó Las primeras personas.
Kemang Wa Lehulere. Ciudad del Cabo, 1984
Actor, muralista, escultor de prosapia dadaísta, pintor y creador de sites-specific, Wa Lehulere apela a una variedad de lenguajes para crear obras densas de sentidos, en las que sobresale un rotundo ánimo contestatario. “Hago performances porque me asusta la mierda en que vivimos”, manifestó en una videoentrevista que se puede ver en YouTube. Es uno de los representantes más destacados de la nueva generación de artistas sudafricanos que operan con diferentes medios para explorar perspectivas artísticas, modos narrativos y formas de la acción política. En sus trabajos, la trama de la historia segregacionista de su país se enlaza con la violencia contemporánea que padecen los migrantes, los pobres y los desclasados de cualquier comunidad. Para Wa Lehulere, la colaboración entre artistas es clave. Es uno de los fundadores del grupo de artistas Gugulective. Suele incorporar a actores profesionales, a músicos, narradores y a personas corrientes en sus performances. “Trabajo de diferentes formas con diferentes sujetos”, dijo. Este año, en la primavera berlinesa, presentará su primera exposición individual en el Deutsche Bank KunstHalle que, por recomendación de un conjunto de curadores entre los que figuran Okwui Enwezor, Hou Hanru, Udo Kittelmann y Noorthoorn, lo eligió como “artista del año”. Vive en Johannesburgo.
William Kentridge. Johannesburgo, 1955
Es quizás el artista más notable de Sudáfrica. Se licenció primero en política y estudios africanos en la Universidad de Witwatersrand; luego estudió artes. Con humor y refinamiento, Kentridge elabora su experiencia personal y la de otros durante el apartheid y las luchas anticoloniales en África. Utiliza medios como el cine, el dibujo, la escultura, la animación y la actuación; Kentridge transmuta los acontecimientos sociopolíticos, la mayoría penosos, en poderosas alegorías poéticas. “Aspiro a un arte político -declaró-. Es decir, un arte de la ambigüedad, la contradicción, los gestos incompletos y los finales inciertos.” Kentridge fotografía sus dibujos y collages y luego filma escenas que, a veces, son protagonizadas por él. Cuenta para esos films apenas con un guión gráfico. Ha realizado retrospectivas en el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Metropolitan de Nueva York, en simultáneo con el estreno de una ópera de Dmitri Shostakovich. Participó de varias bienales y en la Documenta de 2012 presentó la impactante obra El rechazo del tiempo, cuyas imágenes se pueden ver en https://www.youtube.com/watch?v=uaPnBorIMmc. En el sitio webwww.art21.org/artists/william-kentridge, están disponibles otros trabajos del creador de Escritura automática, uno de sus films animados más célebres. Vive y trabaja en su ciudad natal.
Minnete Vári. Pretoria, 1968
Vári vive en Johannesburgo. Trabaja con medios digitales y proyecciones de video a gran escala, que a menudo son incluidos en situaciones performáticas protagonizadas por ella misma. Reelabora materiales fílmicos anónimos, como hizo en Aurora Astralis. Además, produce en simultáneo series de dibujos y pinturas vinculadas con esos proyectos de video. Sus obras están imbuidas de reflexiones e insinuaciones visuales sobre la identidad y el cuerpo, la dominación patriarcal y las mitologías africanas, el trauma y la memoria. En su página web, www.minnettevari.com, se pueden apreciar varios de sus trabajos. La obra de Vári estuvo al cuidado de Fernando Alvim, Alphonse Hug y Harald Szeemann, entre otros prestigiosos curadores.