Ariel Lijo, el juez que tiene en sus manos el futuro de Boudou
Aunque tuvo afinidad con la justicia menemista, llegó al fuero federal con el kirchnerismo como parte de una prometida renovación. Hoy está al frente de las dos causas que comprometen al vicepresidente y muchos esperan ver hasta dónde llega su promesa de juez independiente
Hacía tiempo que no se hablaba de él. Por lo menos no salía su nombre en los diarios. Su imponente anatomía había saturado los canales de televisión en marzo de este año cuando elevó a juicio oral la causa por encubrimiento del atentado a la AMIA tendiéndoles al ex presidente Carlos Menem y al ex juez Juan José Galeano, entre otros, el puente que los deja sin escalas en un juicio oral y público. Pero el 27 de abril, cuando en la bolilla virtual del sorteo se leyó el número 4, Ariel Lijo supo que tendría que reemplazar al recusado juez Daniel Rafecas y ponerse al frente de la causa Ciccone en la que está imputado, nada más y nada menos, que el vicepresidente de la Nación.
De ahí en más, todas decisiones difíciles. Entre ellas, apartar o dejar en la causa al fiscal que estaba investigando, Carlos Rívolo. Lijo lo pensó. Mucho. Y se tomó unos días más de los tres que le marca el código. Todos los ojos estaban en su juzgado. ¿Jugaría para Boudou? ¿Sería funcional al gobierno que lo nombró corriendo de la cancha al fiscal que parecía incomodar a todos? ¿Les pasaría la pelota a sus superiores en la Cámara, consciente del costo político de la jugada? Todas las opciones parecían malas y las que no, peores. Pero Lijo sorprendió con una resolución inteligente y sumamente elegante que no se condice con su actitud de adolescente tardío que no termina de acostumbrarse a la corbata. Y en un pase de magia destapó la causa por enriquecimiento ilícito que también tenía su juzgado, unificó ambas causas, y sin tener que dejarlo afuera, Rívolo dejó de ser el fiscal de Ciccone. Los veinte años de escribir en tribunales le agilizaron la mano y resumieron conocimientos y picardías aprendidas en una resolución de algunas pocas páginas.
Entrar a tribunales
Hijo de dos maestros, Lijo nació en el Churruca por una extraña decisión de su padre de asilarse en la Policía para evitar el servicio militar. Y ahí estuvo unos pocos años, entre ellos en 1968, cuando nació el primero de los tres varones, Ariel Oscar. Históricos de Villa Dominico y dueños de un polirrubro en Sarandí, nada hacía prever que el primogéntio desembarcaría en el fuero federal, el más famoso y el que más poder concentra, entre otras cosas, porque es el que investiga, cuando lo hace, a los funcionarios públicos. Después de cursar en el Nacional Buenos Aires, donde entró con lo justo -que de tan justo no le alcanzó para recibirse en el prestigioso secundario y se fue con un par de previas al Nacional 7 de San Telmo-, Lijo enfiló para la facultad de Derecho. Sin tener claro por qué. Sin vocación definida y sin estar dispuesto a resignar las satisfacciones inconfesables del barrio. Sólo tenía una duda, si hacerlo en la UBA o en La Plata. La aspiración de clase inclinó la balanza. ¿ Por qué ir a la ciudad de las diagonales si podía hacerlo en Recoleta?
A los 18 años, con rulos hasta los hombros y librando una lucha eterna contra la balanza, su único anclaje con la Justicia era la esposa de un primo segundo que tenía un título de abogada y un estudio en la casa. Lijo empezó a trabajar con ella. Por la tarde le cuidaba al hijo y le hacía trámites por la mañana.
Odió los tribunales desde el primer día en que empezó a recorrerlos: Morón, La Plata, San Isidro. Detestaba los viajes, el calor, las mesa de entradas. La falta de vocación y el aburrimiento hicieron que estuviese a punto de abandonar una y mil veces. Pero Federico Merlini, actual juez de ejecución de Quilmes y entonces sólo su amigo buen mozo de San Isidro con el que cursaba materias, le consiguió una entrevista en un juzgado. El día anterior, Lijo fue hasta una peluquería de Avellaneda donde dejó sus rulos. El pelo fue lo primero que entregó para entrar a Tribunales. Fue meritorio, pinche, super pinche, y siempre, cargo tras cargo, repetía como un mantra " me quiero ir, me quiero ir". Su mamá intuía que algo bueno podía pasar. Y le pedía que aguantara un poquito más. Hasta que finalmente su suerte tuvo nombre de mujer: María "Piru" Riva Aramayo, la mujer más fuerte del menemismo en la Justicia, artífice de maniobras inverosímiles que garantizaron impunidad de funcionarios durante todo el menemato. Ella lo incorporó a su círculo áulico. Primero en la fiscalía de la Cámara del Crimen y después, en 1993, en la codiciada Cámara Federal Porteña. Lijo no tardó en entender dónde estaba: los cientos de aspirantes a jueces que desfilaban por su despacho buscando su bendición y otros tantos magistrados que buscaban a "la Piru" para que les diera coordenadas hacían imposible disimular la ascendencia de esta mujer que solía correrle el velo a la Justicia. Le enseñó mucho. Y lo apuró: "Si no te recibís este año sos un boludo". Las veces que Lijo la recuerda es para rendirle una reivindicación privada: "La Piru era una tía. Tipos a los que hizo jueces después, cuando cayó en desgracia, no la llamaban ni para Navidad". El no la esconde. Siguió su consejo, puso el pie en el acelerador y dio 14 materias en un año. Sus compañeros de estudio recuerdan que su único recreo era mirar capítulos de diez minutos de Los Picapiedras en Cartoon Network. A los 25 años Ariel Lijo seguía viviendo con sus padres en Dominico, miraba dibujitos animados y crecía bajo al calor de la justicia menemista. Cuando le llevó el diploma con un seis modesto, "la Piru" Riva Aramayo lo nombró prosecretario de la Cámara. Después secretario de la vocalía hasta llegar a secretario.
En ese marco conoció al ex camarista federal Gabriel Cavallo, que se convirtió en su cuñado, en su mejor amigo y en su peor pesadilla. Con él, en los viejos buenos tiempos, viajaron tres días de ida y tres de vuelta para estar en Tokio sólo 16 horas con el único fin de ver a Boca. Y fue por ese misterio de las casualidades permanentes que Ariel Lijo se quedó con el juzgado que ocupaba Cavallo cuando a éste lo ascendieron a camarista federal. Cavallo se erigió en público como su Pigmalion. Y Lijo heredó los pocos amores y sobrados odios que su entonces cuñado había cosechado en Tribunales. Pero a puertas cerradas, la realidad contaba otra historia, de desencuentros y de traiciones, que fueron reflejadas en la prensa en el momento en que Lijo concursaba para ser juez federal. Salió primero en el examen, pero quedó quinto en la terna. Y llegó a juez sólo porque otros de los ternados se fueron "cayendo": Eduardo "Chiche" Freiler finalmente fue nombrado camarista y José Barbaccia terminó arrastrado por el escándalo del encubrimiento de AMIA. "Me nombraron porque no quedaba nadie más a quien nombrar", dice con cierta sorna. Sus amigos del fuero no dudan en calificar a Cavallo como " un obstáculo" en la carrera de Ariel". Hoy, la relación entre ambos es distante, asegura un amigo de ambos. Tan distante como la que mantiene con su colega Norberto Oyarbide, de cuyo juzgado sólo lo separa un pasillo. ¿La razón de las distancias? En la causa por los medicamentos truchos, Oyarbide dio en el punto débil de Ariel Lijo: transcribió una conversación entre el hermano del juez y uno de los imputados. Porque si para el juez Lijo su ex cuñado resultó una pesadilla, su hermano Alfredo -41 años, abogado y socio en un estudio junto con el hijo de Ricardo García- es el protagonista que surge inexorablemente como primer argumento a la hora de atacar su independencia como juez. Las suspicacias que genera la presencia de "Freddy" en el despacho de Ariel son constantes entre sus detractores. Lijo es tajante: " No voy a negar a mi hermano. Es mi hermano y no litiga ni en este juzgado ni en este fuero".
Maneja una Picasso familiar modelo 98 y, cuando trabaja, se sienta junto a su chofer en el Megane que le da la Corte. Padre de tres hijos y con dos matrimonios en su haber, la segunda vez que dijo "sí, quiero", Lijo no solo cambió de mujer sino de ámbito. Sus primeras nucpcias las había celebrado en la Iglesia Metodista de La Boca. En 2010, ya con el cargo de juez, eligió para celebrar su nueva boda el Sheraton de Pilar y, entre sus invitados estelares, estuvieron Daniel Scioli, José Pampuro, Jorge Brito y Gregorio Whertein. Había otros cientos disfrutando en el salón principal del hotel donde parecía haberse trasladado el tout de tribunales: menos Oyarbide circulaban todos con pinchos de langostinos en la mano.
Hoy vecino de Barrio Norte, sigue yendo los fines de semana a Dominico, a la vieja casa familiar donde todavía viven sus padres y en donde atesora 300 canarios a los que cría y vende en la feria "para salir hecho".
Apasionado confeso de la canaricultura, se relaja analizando las posibles cruzas, los colores y pelajes. Especulaciones más lúdicas y con menos costo que las que tiene que volcar en los expedientes. Con excelente diálogo con el jefe de bloque del FPV Miguel Pichetto, que le tomó las entrevistas en el Senado, niega cualquier vínculo con el ministro de Planificación Julio DeVido. Ni siquiera a través de la pasión compartida por los canarios.
Es arquero del equipo de tribunales "Camarilla" con el que llegaron a salir de gira a República Dominicana. Pero los años, los kilos y las horas repartidas entre Comodoro Py 2002 y las aulas de Derecho dejaron los partidos como parte de los buenos recuerdos.
Lijo formó parte de dos capítulos fundacionales en la historia de la relación entre la justicia y los gobiernos menemista y kirchnerista. No reniega de la primera etapa, de final conocido. La segunda se inauguró con el desembarco en el fuero federal de los jóvenes jueces nombrados por Néstor Kirchner que llegaban en 2004 a renovar un escenario cuestionado por administrar impunidad y no justicia: Daniel Rafecas, hoy apartado de la causa Ciccone en el juzgado 3; Guillermo Montenegro, actual ministro de Justicia y seguridad de la ciudad de Buenos Aires; Julian Ercolini, al frente del 10 y el propio Lijo, en el hoy particularmente famoso juzgado número 4. A casi ocho años de haber estrenado su cargo, la coyuntura le da la oportunidad para demostrar si de verdad se puso al hombro la tan mentada renovación del fuero federal o si es más de lo mismo.
QUIEN ES
Nombre y apellido: Ariel Oscar Lijo
Edad: 43
Infancia en Villa Dominico: Hijo de dos maestros, creció en Villa Dominico, barrio en el que aún viven sus padres y que visita todos los fines de semana. Está casado en segundas nupcias y tiene tres hijos. Los inicios de su carrera judicial: Terminó su carrera de abogado en la UBA siendo ya empleado judicial, en la Cámara del Crimen, durante el menemismo. Con el título en la mano, fue ascendido a prosecretario.