Argus en el horizonte, o la fuerza incomparable de la esperanza
Es una de las etapas intensas de toda visita al Museo del Louvre. Al llegar al lugar en el que se exhibe, por su significativa dimensión (4,91 m por 7,16 m), por sus colores, por la imagen central que se apodera con fuerza del interés del observador, por su sentido manifiesto, por el dramatismo que transmiten los personajes que la integran, detenerse a mirarla un tiempo en detalle es inevitable. El impacto que genera también lo es. No puede eludirse. Y si se conoce la historia que la obra describe, el momento es electrizante.
No tiene el efecto hipnótico y cautivador del Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, pintura mundial y coloquialmente conocida como “La Gioconda”, con la que convive en el Louvre desde hace dos siglos, pero es estremecedora como pocas. Se trata de La Balsa de la Medusa, una pintura al óleo de Théodore Géricault, que representa una escena del naufragio de la fragata de la marina francesa La Medusa.
La embarcación, con unas cuatrocientas personas a bordo, iba en viaje desde la Isla de Aix con destino al puerto de Saint Louis, en África Occidental, con la misión de recuperar esa colonia que se encontraba bajo el poder de los ingleses, cuando por la manifiesta impericia del capitán encalla el 2 de julio de 1816 en las costas de Mauritania.
El mando de La Medusa había sido confiado al Vizconde Hugues Duroy de Chaumareys, un noble realista que vivió en Inglaterra durante el Imperio y forjó su carrera en base a ascensos “obtenidos en los despachos”, como se refirió en las crónicas de la época y en estudios posteriores. Según la literatura que se ocupó de este evento desde entonces, su nombramiento habría sido una suerte de favor por su lealtad al régimen monárquico, sin perjuicio de que hacía veinte años que no formaba parte de una tripulación.
Producido el colapso, se improvisa una balsa en la que se apiñan literalmente ciento cincuenta personas, los primeros supervivientes, que estuvieron a la deriva unos trece días; tiempo que demoraron las tareas de rescate. Padecieron hambre, deshidratación, canibalismo, trastornos mentales y cuanta penuria y denigración pueda imaginarse. Sobrevivieron sólo quince personas.
Este es el drama que inmortaliza de manera vibrante la obra de Gericault.
Con independencia de la reconocida influencia que tuvo en la historia de la plástica, en su época, la pintura fue interpretada como un mensaje de severo cuestionamiento a la monarquía francesa, recientemente restaurada en el poder después de la derrota definitiva de Napoleón. Generó mucha polémica desde su primera exhibición en el Salón de París de 1819, y fue considerada una crítica virulenta a la falta de profesionalismo y de mínima capacidad de las élites dirigentes y de los responsables de la conducción a nivel político.
Lo cierto es que el hecho aporta, entre otras enseñanzas, la necesidad de construir liderazgos para consolidar las organizaciones y beneficiar las condiciones para el logro de los fines establecidos.
Según un reciente Informe sobre el Futuro de los Empleos del Foro Económico Mundial, el 50% de los empleados a nivel global va a necesitar volver a formarse en los próximos cuatro o cinco años.
Por otra parte, se destaca por los especialistas que las nuevas habilidades que pedirá el mercado laboral serán básicamente el pensamiento crítico, la aptitud para la resolución de los problemas, la resiliencia y el liderazgo. Puede decirse, de otro modo, que el objetivo en modo genérico en la formación y capacitación, en los tiempos actuales, es crear liderazgos con pensamiento crítico, capacidad para la solución de los problemas y resiliencia.
Naturalmente, el proceso de gestación, consolidación y fortalecimiento de cuerpos dirigenciales se encuentra íntimamente vinculado con el esquema organizacional de una institución y la formación de personas aptas para la conducción y gestión de las organizaciones.
Las concepciones tradicionales del liderazgo, con base en el pensamiento de Max Weber, afirmaban la idea de que la acción eficiente del líder se sustentaba en el dato de la autoridad, la que a su vez podía ser de fuente racional, derivada de las tradiciones o afirmada en el carisma del líder.
Un avance importante en los estudios sobre la construcción de liderazgos fue la interpretación de que estos se debían considerar fenómenos sistémicos, y así se describieron tres variantes posibles para la acción del líder, el liderazgo laissez-faire, el liderazgo autoritario y el liderazgo democrático. Todos ellos desenvueltos en un sistema en el cual las partes se vinculan y generan condiciones para los liderazgos, o no.
Trazar el rumbo, alinear a las personas cuya cooperación se requiere, motivar e inspirar, producir cambios muchas veces dramáticos, han sido tradicionalmente los objetivos básicos que se reclama debe atender un líder (según John Kotter, Universidad de Harvard).
Más: se ha considerado necesario contemplar que ciertos sistemas con mayor nivel de evolución radican su funcionamiento en el fenómeno de la autopoiesis, neologismo que predica acerca de la aptitud del sistema de autosustentarse y autoconducirse. Se admite asimismo que un nivel de autonomía total del sistema, autopoiesis plena y absoluta, es susceptible de una descripción a nivel teórico, pero es virtualmente imposible su concreción práctica.
En cualquier caso, niveles de disposición autónoma del sistema, normalmente en tiempos limitados, no surgen espontáneamente sino que requieren de una adecuada comprensión de la realidad, organización del sistema y subsistemas y planificación profesionales. Todo esto presupone liderazgos activos y con aptitud para la gestión, en tanto se reconoce que el liderazgo es diferente de la gestión; aunque ambos necesarios, responden a finalidades, metodologías y funciones distintas.
En el ámbito judicial, un capítulo relevante de todo plan estratégico, sin desatención de los objetivos institucionales primarios, es la recreación constante de liderazgos profesionales e idóneos en todos los estratos de la organización, a la par de cualidades propias de la gestión del ámbito de las respectivas incumbencias. Desde ya, todo esto se debe tener en cuenta en relación a los niveles jerárquicos superiores, pero también respecto de quienes integran cada unidad en la que se encuentre estructurada la organización.
El perfil deseado para magistrados, funcionarios y empleados de los Poderes Judiciales, se tiene en cuenta prioritariamente al momento de la selección y se consolida en los procesos formativos y de enseñanza. Por ello, las Escuelas judiciales, Institutos y áreas de capacitación, vienen incorporando desde hace ya algún tiempo en sus programas, además de contenidos técnico-jurídicos, aspectos curriculares concernientes a la formación de líderes, transmisión de cualidades para la gestión, y gestación de perfiles culturales, todo consecuente con los fines institucionales y los objetivos de los respectivos planes estratégicos.
De regreso a la pintura de Gericault, se puede descubrir un punto en el horizonte en la imponencia de la obra; es el buque Argus, que, profesionalmente conducido, rescatará al puñado de sobrevivientes. No se encuentra con facilidad en el inmenso, y a la vez escueto, fragmento de la realidad que expone el cuadro, pero el observador lo rescata, sin dudas, como los sobrevivientes de la balsa, motivado por la fuerza incomparable de la esperanza.
Procurador General ante la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires