Argentina, un país con personalidad múltiple
El caso de las mujeres rusas que llegan al país para tener sus hijos muestra una vez más la convivencia de un país “rico” que gasta por demás con uno pobre que no puede cubrir las necesidades básicas
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En El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Robert Louis Stevenson describió de una manera extraordinaria lo que en psiquiatría se conoce como el trastorno disociativo de la identidad, anteriormente conocido como “personalidad múltiple”. Es una patología que se caracteriza por la existencia de dos o más identidades en una persona. Extrapolando, algo parecido a lo que le pasaba a Dr. Jekyll en la novela, le ocurre a nuestro país, donde conviven dos personalidades: la Argentina “rica”, que gasta en consecuencia, y la Argentina “pobre” a la que no le alcanza para cubrir las necesidades más básicas de sus ciudadanos.
En los últimos días, fueron tendencia en los medios las historias de mujeres rusas que hacen “turismo de nacimiento”. Se trata de mujeres de origen ruso de todas clases sociales que vienen a la Argentina a dar a luz sus bebés. El turismo de salud es algo muy desarrollado en distintos países y, bien trabajado, puede ser un buen generador de ingresos para cualquier país, incluido la Argentina. De hecho, las estimaciones para el país es que este segmento puede llegar a facturar un promedio anual entre 250 y 300 millones de dólares, que permitiría desarrollar numerosos puestos de trabajo calificados. El problema es cuando el turismo médico explota servicios públicos y gratuitos que pagan los ciudadanos argentinos que tributan y trabajan en nuestro país. Algo similar a lo que ocurre con el “turismo académico” de los extranjeros que vienen a cursar de manera gratuita a nuestras universidades públicas.
Esto es lo que sucede con buena parte de las mujeres rusas que vienen a dar a luz a la Argentina. Si bien muchas gestionan los “paquetes” a través de agencias de viaje y en su mayoría pagan los servicios de clínicas privadas, otras tantas buscan directamente aprovechar los servicios del sistema argentino de salud pública. Si optan por esa vía, no se les cobra ni el parto, ni las ecografías, ni los análisis de laboratorio. Incluso quienes optan por la vía privada, si se les complica el parto y ya sea la parturienta o su recién nacido necesitan recibir un tratamiento más complejo y prolongado, también terminan muchas veces empleando los servicios de la salud pública y gratuita, al ser trasladadas con sus recién nacidos a hospitales públicos.
Asimismo, los recién nacidos de todas estas madres extranjeras tienen por igual tienen el plus del “pasaporte azul” -como se conoce a nuestro pasaporte- que, como las madres rusas dicen, les da “libertad” a sus hijos para no estén obligados a cumplir con las exigencias de un país en el que fueron gestados pero que, de exprofeso, sus padres eligieron no hacerlos nacer, porque no ven en Rusia un buen lugar para vivir.
Se estima que entre 2000 y 2500 personas llegaron a la Argentina desde Rusia en 2022, y se proyecta que el número podría elevarse a 10 mil (datos publicados por el diario británico The Guardian). Lo singular del fenómeno es que, en general, no son migrantes que buscan un país que los acoja para echar raíces. Son “nómades” que estiman permanecer en el país alrededor de tres meses. Buscan vivir bien y seguros, mayormente en la ciudad de Buenos Aires, en barrios como Palermo, Recoleta, Belgrano o Núñez y, en general, no se plantean ni siquiera quedarse para recibir los documentos que les otorguen residencia. Se fondean trabajando freelance para el exterior cobrando a través del sistema de criptomonedas y luego acuden a “cuevas” para cambiar sus monedas digitales por dólares físicos (y eventualmente pesos). De esta forma no pagan más impuestos que lo que se paga de IVA (con suerte y si pagan en lugares que den factura) y gozan de las ventajas de un país que los acoge con los brazos abiertos y no les pide nada a cambio.
Ahora bien, mientras el Estado argentino les garantiza a estas mujeres extranjeras partos gratuitos y seguros en la capital de la República, a tantas otras mujeres en el interior del país (incluso muchas veces ni siquiera hace falta salir del conurbano) se las hace dar a luz muchas veces con escasez de médicos y enfermeros, sin gas, sin implementos mínimos (como gasas, antibióticos, anestesia) y en hospitales en los que probablemente ningún político argentino querría tratarse.
Y mientras los bebés rusos nacen con “pasaporte azul” que les “abre fronteras” y les da “libertad”, a muchos chicos como a Santino Godoy se les trunca la vida por falta de un buen diagnóstico, a pocos kilómetros de la Capital. Recordemos que Santino, quien fuera uno de los rostros de una reciente campaña de vacunación pública nacional, falleció el pasado noviembre de neumonía bilateral de la que nunca fue diagnosticado, en el Hospital Larcade de San Miguel. Pese a que la mamá lo llevó tres veces para que lo revisaran, no emplearon medidas básicas como placas de tórax o análisis de sangre con los que, probablemente, habrían confirmado fácilmente la severa infección en sus pulmones.
Como ocurre en psiquiatría y otras ramas de la medicina, la clave para tratar al paciente está en identificar con certeza cuál es el diagnóstico concreto. Pero en la Argentina, estamos lejos siquiera de plantearnos que tenemos un problema. No hay un verdadero debate público que se replantee lo perverso de la lógica existente de una Argentina opulenta conviviendo con una Argentina pobre.
Hace ciento setenta años la Asamblea Constituyente que representaba a 13 provincias argentinas plasmó en el preámbulo de la Constitución Nacional un mensaje potente que marcó a fuego el nacer de nuestra nación al fijar como objetivo “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Pero no seamos necios. No basta con pisar el suelo argentino para garantizar los beneficios que asegura nuestro Estado. Cumplamos con nuestra Carta Magna y garanticemos servicios públicos necesarios como la salud y la educación, pero en tanto y cuanto se trate de individuos que honren sus compromisos con nuestro país, pagando impuestos y demostrando no ser “nómades” sino ciudadanos que realmente desean habitar y crecer en la Argentina. Cuidemos lo nuestro y, fundamentalmente, a los nuestros, y salgamos de la dualidad de un país que pretende ser rico, pero sólo es de manera sesgada y con aquellos que pueden aprovechar sus beneficios.
Vicepresidente Primero de la Academia Nacional de Educación