Argentina se disgrega y ellos están de fiesta
El Museo del Bicentenario estaba repleto. Hasta estalló un cristal por la presión ejercida por los casi mil invitados. Euforia en el escenario, euforia en los asientos ocupados por empresarios amigos de los negocios del Estado mezclados, como cambalache con dirigentes piqueteros oficialistas, banqueros de izquierda devenidos en funcionarios, que se abrazan con los ganadores de la hora, que son a todas luces sus socios felices, generando la furia simulada que apuntala el relato de los progres que insultan y protestan, pero no dejan los cargos y mucho menos las millonarias cajas estatales, que enriquecen a los gerentes de la pobreza y someten a los pobres.
Se refugian en el relato que acusa a la “derecha” que, según estos rebeldes con manejo de programas para la manutención de la miseria, “irrumpe en la etapa final del desgobierno”.
Hay un agobio desorientado, un desconcierto a esta altura insostenible, que intenta el esfuerzo de parecer aquello que todos ven que no es.
Una masa rebosante de alegría, que recibió a sindicalistas apretadores (ejemplo sindical, según el Presidente) y, en medio de tanta felicidad compartida por gobernadores afines al gran movimiento nacional y popular, hasta la música final de la película Titanic estuvo a la altura de la irracionalidad.
Mientras esto pasaba días atrás, en esos mismos momentos surgió en mi cabeza una imagen nítida de la soledad en la que este gobierno intenta confinar a nuestra gente. Esta semana, como espejo del abandono, asistimos al espectáculo neroniano con circo para pocos y pan solo para ellos, ofensivo, imprudente y alejado de la realidad. Un espectáculo doloroso para millones de compatriotas que no saben cómo llegar a fin de mes y observan la asunción del ministro al que, aunque diga no ser mago ni salvador, descubre su vanidosa gestualidad simulando ser frente a las cámaras el hombre indicado, en el momento indicado para sacarnos del precipicio abismal al que junto a sus dos socios, el Presidente y la vicepresidenta, nos han traído.
Mientras el país los observa perplejo, en Rosario, Santiago del Estero, La Matanza y San Martín, territorios administrados por miembros del movimiento gobernante, entre tantos otros lugares humildes azotados por el narcotráfico y la delincuencia liberada en plena cuarentena, la gente de trabajo, familias enteras, vecinos laboriosos, sufren en silencio el desamparo estatal al tiempo que entierran a sus hijos muertos por la violencia sin fin y la desidia gubernamental que mata a nuestros chicos.
En el Museo del Bicentenario, en la Casa Rosada, el gobierno está de fiesta. ¿Comprenden entre el velo confuso de su euforia que en la Argentina perdemos el futuro, baleado a mansalva?
La Argentina se disgrega. Hay una política oficial que impulsa esta gente, entre festejo y festejo, que deja en claro que deciden abandonar a su suerte a Rosario en manos de los narcos y producto de su ideología, en un acto fallido, entregar la Patagonia para los mapuches, como intentaron el asalto a Vicentín, o la caricatura de reforma agraria con plantines de perejil en Entre Ríos.
Veo de todas formas intentos que fracasan porque hay un pueblo con inmensas muestras de madurez, que los derrotó en las urnas el año pasado, a pesar del plan platita, y que va construyendo una memoria social que no olvida el vacunatorio vip, el Olivosgate , los 4 millones mensuales que la vicepresidenta acumula por obra y (des) gracia de la Anses y sus cómplices en la inmoralidad.
Veo también con mirada de esperanza, que va naciendo un incipiente movimiento social republicano que se manifiesta en las calles, que resiste con dignidad el atropello, no busca vías antidemocráticas, no tira 14 toneladas de piedras, ni desestabiliza el sistema.
Se expresa maduramente y toma sus decisiones en las urnas.
Cuando recorro la Argentina y visito grande ciudades y pequeños pueblos, hay una constante de calidez en los abrazos, los besos, el pedido de “no aflojes” que se multiplica en los talleres de las pymes, en los productores y trabajadores del campo, en los docentes, en los profesionales. Hay, desde mi experiencia cotidiana vivida intensamente en cada lugar, una energía positiva que no flaquea, que mira hacia el horizonte tratando de resistir para llegar. Esa fuerza es un compromiso que los demócratas debemos cuidar.
Hay señales alentadoras de fin de época. Señales de sensatez ciudadana que en la oposición debemos preservar. Este gobierno ha tomado sus decisiones en estos días, las ha hecho explícitas en la fiesta del museo, con la música de Titanic y cantos renovadores que el propio ministro entrante descalificó. Ellos son así.
Nosotros debemos mantenernos a prudente distancia para no quedar mezclados en sus desvaríos. Nuestra responsabilidad es ofrecer una alternativa democrática para la reconstrucción de la Argentina.
Nuestro país necesita que hagamos el esfuerzo de ir hacia él mañana. Ese mañana que dé vuelta, para siempre, esta página atroz.
Presidenta del Pro nacional