Argentina, mercado de privilegios
“El problema de la Argentina es la inestabilidad en las reglas de juego”, es una frase que todos hemos escuchado o dicho muchas veces. Sin embargo, la Argentina es como una masa de agua inestable con mucha espuma en la superficie pero estancada en las profundidades.
En la superficie las reglas cambian todo el tiempo, el cortoplacismo marca el ritmo y la desconfianza aumenta cada vez que un gobierno implementa una medida y el siguiente da marcha atrás.
Sin embargo, en la estructura el tiempo parece no avanzar. “Si te vas 20 días todo cambió, si te vas 20 años, todo sigue igual” es otra frase muy repetida. Claramente la cultura tiene un peso importante; en la Argentina existe una narrativa que no contribuye al desarrollo. La condena constante al espíritu empresarial es solo un ejemplo. Sin embargo, buena parte de nuestros problemas surgen fundamentalmente de las malas reglas que nos definimos como sociedad. El problema no es la estabilidad de las reglas que conforman esta estructura (bien necesitaríamos buenas reglas estables en el tiempo y con capacidad de adaptación), sino que se trata de reglas que impiden el desarrollo.
En una simplificación brutal podemos decir que hay dos tipos de reglas: las que buscan establecer marcos generales dentro de los cuales transcurre libremente la acción individual; y las que buscan dar respuesta a conflictos particulares que se presentan en el día a día. Unas son generales y abstractas; las otras son específicas y concretas.
La Argentina es un lugar donde cada conflicto particular se convierte en un asunto público que requiere la intervención del Estado con un espíritu corporativo. El corazón del corporativismo es la visión que entiende a la sociedad como un conjunto de compartimentos estancos. Así, los individuos nos constituimos en sujetos con derechos cuando formamos parte de un cuerpo colectivo, agregados en función de ciertas características comunes. Sindicatos, movimientos sociales, cámaras empresariales; elige tu propia aventura.
Los privilegios son beneficios o protecciones especiales que reciben algunos grupos por parte del Estado. En criollo, es darles a ciertos sectores una ventaja económica o normativa en perjuicio de otros. Quienes están organizados tienen más chances de que la puerta que toquen se abra. Si está solo, queda preso de las negociaciones ajenas. Esto genera un obstáculo para el desarrollo, al marcar una diferencia en las reglas de juego en función de la capacidad organizativa y de presión. En algunas actividades resulta más productivo dirigir la energía a conseguir una regulación específica y una porción más grande de la torta que en seguir un camino de perfeccionamiento e innovación.
Los privilegios son tramposos para nuestra percepción: es mucho más sencillo ver el privilegio en el otro antes que en uno mismo. En el momento en que se consigue alguno de estos privilegios puede que se viva como una victoria puntual por parte de dicho grupo, pero en su acumulación terminamos perdiendo todos frente a un sistema cada vez más complejo y disfuncional. En la búsqueda de un óptimo particular generamos un subóptimo colectivo.
La discusión es sobre qué Estado queremos. Un Estado privatizado (aunque paradójicamente hay quienes lo llamen “Estado presente”) administrador de pequeños privilegios y con la mirada puesta en cada conflicto puntual que se presente consolidando un escenario de hiperregulación con una superposición constante de tratamientos diferenciales en lo arancelario, exenciones impositivas, regímenes promocionales, regímenes jubilatorios de excepción, etc. o un Estado que contribuya al progreso social sentando la base de reglas claras y estables en el tiempo que defina los carriles generales dentro de los que nos toca jugar.
Por momentos no somos conscientes del desgaste de energía que estamos teniendo como sociedad cuando ante cada paso que uno quiere dar se encuentra con un sinfín de barreras legales e ilegales a las que hacer frente. Sin desarmar esta estructura de base ningún plan de transformación va a funcionar. La cultura corporativa es naturalmente conservadora y reactiva; es como querer avanzar en el auto con el freno de mano puesto.
Volviendo a la analogía del principio: además de calmar la superficie, tenemos que mover un poco el agua en las profundidades. El modelo actual fracasó. Es un modelo cuya máxima ambición consiste en seguir gestionando la precariedad. Puede sonar cliché, pero tenemos un potencial enorme. Solo hay que animarnos a dar los pasos necesarios para poder destaparlo y definir un conjunto de reglas que impulse, en lugar de impedir, el desarrollo de la iniciativa individual.
Politólogo (UBA). Maestrando Economía Urbana (UTDT).