Argentina británica, según Hudson
El pequeño Hudson vivió una infancia feliz, siempre a caballo, entre peludos, garzas, avestruces y pumas, escuchando lo que decían los paisanos y observando a los animalitos del campo
El gran escritor argentino William Henry Hudson nació en Quilmes, en una pequeña estancia, en 1841. Al cumplir los cinco años, sus padres (de nacionalidad norteamericana) lo llevaron a Chascomús. Allí, el pequeño Hudson vivió una infancia feliz, siempre a caballo, entre peludos, garzas, avestruces y pumas, escuchando lo que decían los paisanos y observando a los animalitos del campo. Su padre administraba una pulpería. Por aquel entonces, había numerosos estancieros y chacareros irlandeses, escoceses e ingleses. Tanto es así que los Hudson contrataron a un maestro particular, Mr. Trigg, para que educara a William y sus hermanitos. En inglés, claro. Como estaban en inglés los libros de la nutrida biblioteca de su padre, un hombre de muchas lecturas. Tan vasta era la colectividad británica, que Trigg se ganó la vida durante 30 años alojándose en campos de ingleses, para enseñar el primario a los chicos de los hacendados. Claro que el pequeño Hudson, a la vez que recibía una educación británica, convivía diariamente con peones, gauchos, indios, domadores, cuchilleros, nutrieros y otros parroquianos. De manera que era un inglesito pero también un chico de campo. Por algún motivo, Hudson se sentía más inclinado a Inglaterra que a los Estados Unidos, la patria de sus padres. Tal vez porque aquella zona de las pampas era también, un poco, una parte de Inglaterra.
La infancia feliz terminó con la muerte de su madre. Hudson sirvió en el Ejército, trabajó como peón de campo y recorrió Brasil y Uruguay. Al cumplir los treinta y dos años, en 1874, el andariego viajó a Inglaterra, de donde nunca volvió. Establecido en Londres, se casa con Emily Wingrave (su casera) que era quince años mayor. Allí publica sus libros, escritos en inglés, empezando por Far away and long ago (Allá Lejos y Hace Tiempo, traducida y publicada por Peuser en 1938, bajo el auspicio de la Municipalidad de Quilmes) aunque hay otras obras de gran interés como Días de Ocio en la Patagonia y La Tierra Purpúrea. Hudson es a la vez un gran escritor inglés y argentino: lo han admirado Alicia Jurado, Ezequiel Martínez Estrada, Robert Cunninghame Graham y Virginia Woolf. También fue notable naturalista y ornitólogo. Pero, sobre todo, tenía el don de escribir fácil y fluido, narrando sus andanzas a caballo por la pampa, donde van desfilando desde el biguá, la garza, la vizcacha y la lechuza cavícola hasta soberbios personajes como don Gregorio Gándara, el maestro alcohólico Trigg y el vecino inglés Mr. Royd, que acabó suicidándose con una navaja de afeitar. Hombres y animales, descubiertos por la mirada curiosa de un niño, componen un cuadro fascinante.
El pequeño Hudson, a la vez que recibía una educación británica, convivía diariamente con peones, gauchos, indios, domadores, cuchilleros, nutrieros y otros parroquianos
Ahora bien. El libro The purple land that England Lost (La tierra purpúrea) ha perdido, en la traducción, la mitad del título. ¿Qué es eso de una tierra... que Inglaterra perdió? En la solapa del libro (edición 1999 de Elefante Blanco, aunque la primera fue de 1885) se habla del título como "enigmático", pero en realidad –a nuestro juicio- no hay ningún misterio. La tierra purpúrea o rojiza es la Argentina, y podemos considerar también al Uruguay, sobre todo teniendo en cuenta que The purple land transcurre íntegramente en la Banda Oriental. ¿Qué significa "rojiza"? A mi modo de ver, se refiere a la característica más bella de las pampas y los campos de Uruguay y Entre Ríos. A saber: los atardeceres. Alrededor del hombre se dibuja el círculo perfecto del horizonte. No habiendo montañas o torres que corten la visual, se contempla un gran cielo abierto, azul, con unas nubes desgarradas. Y a la oración, el sol cae proyectando una luz roja, rasante sobre los campos y médanos. El cielo muestra franjas de distintos tonos: amarillo, azul, rosa, naranja, gris. Todos impregnados de un tono rojizo. He hablado con otros amantes del campo, y todos concuerdan en la tremenda belleza de nuestro atardecer, sobre todo en verano. Y esta tierra (el Río de la Plata)... ¿Cuándo fue perdida por Inglaterra? Es bastante obvio. En 1805, con la batalla de Trafalgar, Inglaterra destruye a la flota unida franco española. De esta forma, la Corona española queda aislada de todas sus colonias americanas, desde México hasta la Argentina y Chile. Gran Bretaña se convierte en reina de los mares. Comienzan a circular planes para arrebatar esos territorios hispanos de ultramar, ahora desguarnecidos. En 1806 se produce la primera Invasión Inglesa, que toma Buenos Aires con facilidad, a pesar de contar sólo con 1800 soldados, embarcados en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Sin problemas se instala el gobernador inglés, General William Carr Beresford, y obtiene el juramento de fidelidad a su Majestad Británica por parte de numerosos comerciantes, funcionarios, militares y sacerdotes. Al cabo de 38 días se produce la Reconquista y Beresford es confinado en Luján, con su ayudante Dennis Pack. Cuando llegan versiones sobre una nueva invasión, las autoridades españolas ordenan que Beresford sea retenido más lejos, en Catamarca. Y en el camino, dos amigos argentinos de Beresford (los señores Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla, que habrían de participar en la revolución de mayo dentro de tres años) interceptan a la comitiva diciendo que tienen órdenes de acompañar al prisionero Beresford a Buenos Aires. Los oficiales hispanoargentinos les creen y Beresford es conducido al Río de la Plata, donde aborda un buque de guerra inglés. La historia confidencial de aquellos días asegura que Beresford había hecho grandes amigos en Buenos Aires, comprometiéndose a trabajar en la idea de que Inglaterra debía apoyar la Independencia de las Indias, pero sin intentar gobernarlas. Sólo le quedaría reservado el papel de gran proveedor industrial para esos inmensos mercados: México, Perú, Colombia, el Río de la Plata... ¡Brasil!
La tierra purpúrea o rojiza es la Argentina, y podemos considerar también al Uruguay, sobre todo teniendo en cuenta que The purple land transcurre íntegramente en la Banda Oriental.
En 1807 se produce la segunda invasión, encabezada por John Whitelocke, mucho mejor armada y pertrechada, pero fracasa miserablemente. Cuando se preparaba una tercera invasión, con las tropas ya embarcadas en el puerto irlandés de Cork (1808) la corona británica decide desviar estos efectivos hacia España, donde se están iniciando las guerras peninsulares contra Napoleón, enemigo principal.
Según el estudioso inglés H.S. Ferns (Inglaterra y la Argentina en el Siglo XIX) estas dos naciones formaron, en ese período, la alianza más estrecha que registra la historia entre dos países que no fueran colonia y metrópoli. Así lo cuenta el propio Hudson en La tierra rojiza que Inglaterra perdió: "¡Y pensar que fue conquistada para Inglaterra, no a traición, ni comprada con oro, sino a la vieja usanza sajona, a fuertes golpes y pasando por encima de los cadáveres de sus defensores! ¡Y luego de ganarla de este modo, pensar que se la entregó sin luchar por cobardes miserables, indignos de llamarse británicos! Aquí sentado, solo en este cerro, me sonrojo al pensar en esa gloriosa oportunidad perdida para siempre. ´Ofrecemos a ustedes mantener sus leyes, su religión y propiedades bajo la protección del gobierno británico’, proclamaron pomposamente los invasores, generales Beresford, Auchmuty y Whitelocke, y poco después, por una derrota, perdieron los bríos y canjearon el país que habían empapado en sangre y conquistado, por dos mil prisioneros británicos que habían quedado en Buenos Aires; izaron las velas y se alejaron para siempre del Plata. Esta transacción estremeció de indignación los huesos de nuestros antepasados vikingos. Más tarde lo compensamos, tomando las ricas Islas Malvinas. Abandonamos el continente asoleado para capturar la desolada guarida de focas y pingüinos".
Sorpresa: Hudson era también un nacionalista inglés.
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