Argelia, un país paralizado políticamente
El próximo 18 de abril Argelia debió haber tenido elecciones presidenciales. Por quinta vez sucesiva y consecutiva, Abdelaziz Bouteflika había anunciado que sería nuevamente candidato a la presidencia que hoy ejerce. A los 82 años de edad y con su salud visiblemente debilitada, Bouteflika se desplaza en silla de ruedas como consecuencia de un accidente vascular cerebral serio, que ocurriera en el 2013 y lo dejara visiblemente disminuido.
Casi ni aparece en público, a lo que suma no hacer prácticamente ninguna declaración a los medios. No presentó, por años, propuestas políticas nuevas. Representa esencialmente al corto pasado independiente de una nación rica en hidrocarburos, que todavía es ciertamente joven.
En rigor, Bouteflika ha pretendido encarnar al poder argelino en su conjunto, dentro de un sistema político opaco. Quienes lo rodean y utilizan son aquellos que –desde el sector público y la actividad privada- controlan efectivamente la renta petrolera del país y viven de ella y en su derredor.
La imagen que Bouteflika transmite a sus 40 millones de compatriotas es demasiado endeble y se sostiene con una "legitimidad" histórica que aún se nutre esencialmente en lo actuado en la guerra por la independencia contra Francia, la ex metrópoli, lo que luce como una epopeya lejana.
El esquema de poder político actual no sólo procura evitar la violencia, sino hacer imposible que Argelia de pronto caiga en manos de los fundamentalistas islámicos. Estos últimos ya no constituyen una amenaza inminente y grave para Argelia. Se trata de grupos hoy bastante menores, a los que se tiene por "residuales". Su presencia política tiene poco que ver con la violencia islámica de la década de los 90.
Por todo esto, los observadores políticos del país del norte de África coinciden en que la presencia de Bouteflika ha sido poco más que una suerte de "seguro contra el caos". Un factor de estabilidad, en última instancia. Pero no mucho más.
Quienes políticamente se agrupan en torno a Bouteflika no tienen –tampoco ellos- propuestas nuevas importantes que los aglutinen. Por todo esto, el escenario político está bastante abierto y pocas figuras en la oposición tienen credibilidad a nivel nacional. También por ello el islamismo es –pese a todo- un peligro, aunque en estado latente.
Argelia es un país joven, pese a lo cual la dirigencia política está curiosamente en manos de líderes relativamente mayores. El manto de inmovilismo prevaleciente en materia política restringe el camino a la juventud y reduce la capacidad de los más jóvenes de poder influir en la determinación del rumbo de la sociedad.
En síntesis, Argelia es un país que parece haber flotado políticamente desde hace por lo menos dos décadas. Sin animarse demasiado a cambiar. Ni sentir la urgencia de hacerlo. Sin debates saludables que sacudan, al menos, la opacidad de la política. Como si estuviera condenada a vegetar en un mismo ambiente. Sin demasiado dinamismo, ni ambición cierta de cambios profundos.
Pero el viento –ante las manifestaciones de protesta masivas- parece haber cambiado. Además de las protestas masivas, nada menos que mil abogados del país norafricano –con sus tradicionales capas negras sobre sus hombros- acaban de manifestar su preocupación al unísono ante la sede del propio Consejo Constitucional de su país.
Mientras tanto, 21 candidaturas presidenciales han sido presentadas, incluyendo la de Bouteflika. Pero es la de este último en particular la que genera la fuerte reacción en su contra. Mientras todo esto sucede, el envejecido Bouteflika estaba en Ginebra, sometido a controles médicos a los que eufemísticamente se denominan "exámenes periódicos".
La aparente estabilidad de Argelia ahora se ha conmovido. La gente está exigiendo ser escuchada y poder participar efectivamente en las decisiones que tienen que ver con el futuro inmediato de un país que, a lo largo de las dos últimas décadas, parece haber estado en manos de una elite política, acompañada en su aventura por los grupos económicos más fuertes del país que se benefician de los subsidios, beneficios tributarios y créditos blandos que las autoridades ponen a su disposición. En un ámbito en el que el fenómeno del "clientelismo" necesariamente crece y la corrupción anida en algunos rincones. La economía está signada por el estatismo, pero hay empresas privadas de alguna dimensión interesante que trabajan en distintos sectores de la economía argelina.
La posición de Bouteflika no ayuda, puesto que pretendió explicar su insistencia en volver a ser candidato presidencial en la necesidad de "organizar unas segundas elecciones presidenciales", de modo que quienes detentaron el poder en Argelia en las últimas dos décadas mantengan por un rato –directa o indirectamente- el control de un país que hoy parece estar despertando políticamente y en el umbral de cambios trascendentes.
Las manifestaciones callejeras generalizadas que explotaron durante dos semanas continuas, culminaron con el anuncio del propio Bouteflika, el lunes pasado, en el sentido de que no procurará un quinto mandato. No habrá entonces elecciones el próximo 18 de abril, las que han quedado postergadas, sin fecha. No obstante, Bouteflika ha dado a entender que pretende continuar en la presidencia luego de la expiración de su actual mandato, el 28 de abril, lo que abre un frente desafiante, que también es peligroso.
Los estudiantes, que motorizaron las protestas, celebran haber podido de algún modo tumbar pacíficamente a quien califican de "marioneta". Portando banderas argelinas, insisten en la necesidad de cambio, pese a que lo cierto es que la hoja de ruta necesaria aún no ha sido elaborada.
Es muy probable que de la pulseada descripta surja un nuevo esquema político. La explosión del poder actual ha sido vertiginosa e incluye al propio hermano del presidente: Said, que tenía aspiraciones potenciales de sucederlo.
Las manifestaciones en Argelia han estado prohibidas desde el 2001. Pese a ello, una vez que comenzaron y se intensificaron lograron sacudir en paz al esquema de poder.
De la prudencia y espíritu inclusivo real del propio presidente Bouteflika y de los dirigentes de la oposición dependerá que la etapa de transición que se ha abierto sea ordenada y pacífica. Ciertamente ello no es imposible, pero se transita ya un camino nuevo, plagado de peligros latentes, donde no parece haber demasiado espacio para intentar maniobras sólo dilatorias. Entre un escenario con fuertes parecidos, el de Egipto en el 2011, Hosni Mubarak no pudo salir airoso.
El país más grande de África transita un momento complejo. Detrás de los políticos argelinos aparece el general Ahmed Gaid Salah, que –preocupado- no le pierde pisada a lo que sucede.