Arenga
La escena ocurre en un vestuario modesto de las divisiones inferiores del fútbol argentino. Son chicos de no más de 15 años que, abrazados, forman un círculo. En unos minutos saldrán al campo a jugarse sus sueños. En medio del grupo, uno de ellos alza la voz, incita a sus compañeros a dejarlo todo, como sucede en la antesala de cada partido. Pero esta vez el pibe no acude solamente a la idea del coraje. Hace alusión a la hombría que espera de sus pares con todas las asperezas del lenguaje que conviene a esas instancias decisivas, pero menciona, además, a sus padres:
-Mi viejo está sin laburo -dice, y mientras habla se enfebrece la temperatura del vestuario-, y como sea saca plata para los botincitos, para el micro, para la SUBE... Yo les digo mi situación porque no sé cómo están ustedes, pero yo sé que hay muchos chicos que están igual... Las cosas están difíciles, viejo, eh, nada cae de arriba, nadie les regala las cosas a nuestros viejos, se rompen el orto, así que nosotros también nos rompemos el orto acá adentro de la cancha, eh, en agradecimiento, porque capaz no les podemos ayudar trabajando, pero si nosotros somos felices, ellos son felices.
Se llama Cristian Espíndola, juega en la octava división de Deportivo Merlo. Quizá tenga 15 años.