Aramburu, Valle y las heridas del pasado
Las declaraciones de monseñor Bergoglio acerca de la revisión del pasado y las del jefe del Estado Mayor del Ejército sobre la conveniencia de cerrar las heridas hacen interesante revisar cómo ha procesado el Ejército el recuerdo de dos figuras militares muy antagónicas, los generales Aramburu y Valle.
El 22 de diciembre de 1922, a cincuenta días de haber asumido la presidencia Marcelo T. de Alvear, con su ministro de Guerra, el entonces coronel Agustín P. Justo, egresó la promoción número 47 del Colegio Militar. Justo había sido director de esa institución durante toda la primera presidencia de Yrigoyen, por lo cual esta promoción había cursado los cuatro años bajo su dirección. En el puesto número 20, sobre un total de 74 subtenientes, egresaba Juan José Valle, del arma de Ingenieros, quien había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1904. En el número 60, lo hacía Pedro E. Aramburu, del arma de Infantería, nacido en Río Cuarto, Córdoba, el 21 de mayo de 1903.
La revolución del 30 encuentra a ambos ya como tenientes primeros. Valle, como oficial instructor del Colegio Militar -un destino de elite para su grado-, es activo participante en el movimiento. En la madrugada del 6 de septiembre es enviado por el director y jefe de la revolución, coronel Reynolds, a explorar en una motocicleta lo que está sucediendo en la contigua guarnición de Campo de Mayo. Regresa con la noticia de que los accesos están tomados por fuerzas de la Escuela de Infantería, leales al gobierno. Valle marcha ese día con la columna que llega hasta la Casa de Gobierno, tras el tiroteo de la plaza del Congreso.
En ese momento, Aramburu se encuentra destinado en el Regimiento 18 de Infantería de Santiago del Estero, sin participación en el movimiento, como todo el Ejército, con la única excepción del Colegio Militar. Desde la provincia norteña ve con recelo y desconfianza el primer golpe militar exitoso desde la organización nacional y tiene su primer contacto con el gobierno al hacerse cargo por unos días de la intervención a una comuna.
El tiempo pasa y a comienzos de los años 40 Valle ya es mayor. Se había graduado en los años 30 de oficial ingeniero militar. Por su parte, Aramburu tiene el mismo grado, pero como oficial del Estado Mayor. En 1942, Valle se desempeña como ayudante de campo del general Tonazzi, que representa la corriente liberal del Ejército, la que responde al general Justo, quien desde su condición de ex presidente busca volver al cargo.
El relevo de Tonazzi por parte del presidente Castillo, en septiembre de ese año, abre paso a que el sector nacionalista del Ejército -a través del nuevo ministro, el general Pedro P. Ramírez, tome el control de la fuerza. En este momento, ni el mayor Aramburu ni el mayor Valle integran el núcleo de oficiales nacionalistas que simpatizan con el Eje en la conflagración mundial.
Ante el peronismo, ambos mantienen una actitud profesionalista. Ninguno es simpatizante abierto del peronismo, como sí lo son otros generales. Eso no les impide a ambos ascender a generales en los años 50.
En el momento de la Revolución Libertadora, Aramburu está a cargo del Comando de Sanidad, un cargo sin importancia política ni militar, que muestra que no es un preferido del régimen. Valle, a su vez, está en la Dirección de Construcciones, un destino que le corresponde por su especialidad, pero que no evidencia que sea alguien de especial confianza del régimen peronista.
En varias placas de inauguración de nuevos hospitales militares de esos años, están juntos los nombres de los generales Valle y Aramburu, ya que su construcción es consecuencia de su trabajo en común.
Producida la Revolución, Aramburu tiene un papel activo en ella, mientras que Valle se alinea con la mayoría profesionalista de sus pares, que respalda al gobierno, pero busca solución para un conflicto que, se temía, podía derivar en una guerra civil. El desplazamiento de Lonardi, en noviembre de 1955, separa transitoriamente el destino de ambos generales.
Aramburu asume la presidencia de facto como expresión del sector más duro del antiperonismo, mientras que Valle es pasado a retiro el 23 de diciembre de 1955. Es considerado no confiable por su falta de compromiso con el antiperonismo. Meses después, el 12 de junio de 1956, Valle muere fusilado por orden de Aramburu, tras el fracaso de la contrarrevolución peronista que el primero había encabezado, quizá más por frustración al ver quebrada sin demasiado fundamento su carrera militar que por una identificación política con el régimen caído.
Aramburu entregaría el poder a Frondizi en mayo de 1958, sería candidato presidencial derrotado en 1963 y moriría asesinado por Montoneros en su primera acción formal, en junio de 1970. Estos realizan una suerte de consejo de guerra, lo condenan y lo matan, remedando la ejecución de Valle catorce años antes, también en junio.
El argumento central de Montoneros para la muerte de Aramburu es vengar el fusilamiento de Valle. Los dos generales que habían iniciado sus carreras juntos, que tuvieron una buena relación personal y hasta amistad, murieron en forma similar y violenta en el marco de los duros conflictos argentinos de la segunda mitad del siglo XX.
El Ejército acaba de imponer el nombre de Valle a la Escuela del Arma de Ingenieros, a la que perteneció. En los años sesenta, de predominio antiperonista, se impuso el nombre de Aramburu a la Escuela de Infantería y el de Lonardi a la de Artillería.
Ya cuando, después de muerto Perón, se impuso su nombre a la Escuela Militar de Montaña, el Ejército había comenzado a elaborar una síntesis superadora de sus conflictos del pasado. Que dos institutos del Ejército se llamen Perón y Valle, y otros dos Aramburu y Lonardi es una evidencia de que la fuerza ha logrado procesar con éxito sus cuentas pendientes. Ahora, la cuestión es que en el campo político se contribuya a que suceda lo mismo entre las Fuerzas Armadas y la sociedad.