Apuros y tropiezos para anticipar la Argentina de 2023
La lucha por el poder que empezó a precipitarse en el país con miras a las elecciones hace que oficialismo y oposición empiecen a tirar del hilo del tiempo como si el futuro estuviera escrito y se pudiera adelantar
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Anatole France cuenta en El jardín de Epicuro que cuando tenía 10 años su profesor de gramática les leyó en clase la fábula “El hombre y el genio”, que marcaría el resto de su vida. Un genio dio a un niño un ovillo de hilo y le dijo: “Este hilo es el de tu existencia. Tómalo. Cuando quieras que el tiempo corra para ti, tira del hilo. Tus días pasarán rápido o lento, según te apresures a desliarlo. Mientras no lo toques permanecerás en la misma hora de tu vida”. El niño tomó el ovillo; fue tirando del hilo primero para llegar rápido a hombre; después para apresurar la boda con su novia, y luego, para ver crecer a sus hijos, para conseguir empleo, ganancias y honores, para evitar preocupaciones, disgustos y las enfermedades propias de la edad; por fin, para poner término a una vejez inoportuna. Desde la visita del genio había vivido cuatro meses y seis días.
La vorágine de la lucha por el poder que empezó a precipitarse en la Argentina con miras a la elección del año próximo hace que tanto en el oficialismo como en la oposición se empiece a tirar del hilo del tiempo como si el guion del futuro estuviera escrito y se pudiera adelantar. Hay un tiempo a transcurrir y un camino a recorrer hasta las definiciones políticas de 2023 y el tránsito será más agónico cuanto más tiremos de la cuerda. El oficialismo K empezó a tirar la cuerda del tiempo a partir de conocerse el resultado de las Paso, en septiembre del año pasado. Se tomó un respiro para tratar de remontar el adverso resultado en las elecciones de mitad de término, pero a partir del veredicto de las urnas la consigna fue distanciarse del perdedor, es decir, del propio gobierno del que forman parte sin resignar posiciones en el Estado.
La ideología populista, consustanciada con la perpetuidad en el poder, no es maleable a las derrotas electorales que obliga a asumir la alternancia republicana. Menos si la derrota del oficialismo en las elecciones de mitad de término lleva a la presunción de una nueva derrota en las presidenciales en 2023. Mejor tirar de la cuerda para acelerar el proceso adverso, sin medir las consecuencias para el país, porque de lo que se trata es de reacomodar el relato del fracaso y exculparse en la mala gestión ahora atribuida al Presidente y a sus políticas fallidas. La crisis de gobernabilidad en la coalición de gobierno y la grieta de la grieta que desgasta al Presidente no se deben al acuerdo con el Fondo Monetario ni a discrepancias irreconciliables respecto del rumbo del país, sino a que muchos oficialistas asumieron en 2019 un destino escrito en piedra de captura y permanencia en el poder, y ahora se enfrentan a la realidad de un futuro abierto, que los obliga a replantearse el llano y a asumir un “futurible” que no estaba en sus previsiones.
Pero el porvenir tampoco está asegurado para la oposición, aunque muchos la asuman triunfante en 2023, y también empiecen a tirar del hilo del tiempo buscando acelerar etapas de consolidación indispensables en un proyecto alternativo. La masa crítica de la coalición opositora llegó bien a las Paso de septiembre del año pasado. Venían de una derrota, y, durante dos años, frente a muchos cantos de sirena, se ataron al mástil de la unidad para preservar la república que estaba en peligro. Los resultados de las elecciones legislativas desarticularon el relato triunfalista del oficialismo disipando amenazas de leyes que habilitarían el camino a la reforma constitucional y a la deriva autoritaria. ¿O acaso dudamos de que los embates contra la Corte o las trampas para retener poder en el nuevo Consejo de la Magistratura forman parte de una agenda que se truncó porque los argentinos con su voto reequilibraron fuerzas en el Congreso? El triunfo opositor recreó expectativas de cambio de gobierno y de cambio de rumbo para la Argentina. Pero como no estamos “condenados al éxito” ni debemos sucumbir al escepticismo de que nada va a cambiar, hay que dar pasos conducentes al desafío electoral del próximo año sin precipitar tiempo y etapas.
Es cierto, la ansiedad individual y colectiva de una sociedad con síntomas de hartazgo presiona definiciones y apresura anticipos que tienen eco en los medios y en las redes sociales. Hay que canalizar esa energía social presente en un proyecto futuro sin ceder a la tentación de tirar de la cuerda. La oposición tira de la cuerda cuando las candidaturas precluyen la articulación de una narrativa que amalgame el discurso de la principal fuerza opositora; tira de la cuerda cuando el protagonismo de algunos candidatos se insinúa excluyente al de otros y se empiezan a erigir enemigos en vez de adversarios; en fin, se tira de la cuerda cuando la agenda de transformaciones estructurales a consensuar se procrastina aplazando diálogos y encuentros de los futuros candidatos a competir en la gran coalición republicana. Por el contrario, la oposición vuelve a mostrar reflejos y a administrar prioridades en el tiempo que media hasta la elección de 2023 cuando reúne masa crítica legislativa para aprobar por ley la adopción de la boleta única. También cuando visibiliza en proyectos de leyes otras propuestas de reformas estructurales que a su tiempo contarán con las mayorías legislativas a construir para ser aprobadas.
La narrativa para ganar audiencia, limar disidencias internas y generar apoyo mayoritario al programa de reformas hoy tiene una clara ventaja respecto de otras oportunidades: en este turno de gobierno, dentro de la continuidad democrática que inauguró la presidencia de Alfonsín, el populismo ha mostrado su desnudez de gestión y su fracaso en resultados como nunca antes. “El pan para hoy, no hay mañana” (en versión posmoderna) no deja de ser un apelativo emocional y electoral atractivo en una cultura fraguada en el cortoplacismo, el privilegio y la prebenda. Pero esta vez el populismo se quedó sin pan en el presente, y con relatos exculpatorios que se dan de bruces contra la realidad.
El cóctel de cambalache, fake news y mala gestión, sumado a la falta de “platita”, creciente inflación y voto castigo de por medio, ya no convence ni a la minoría privilegiada de fanáticos pagos. Vuelven por sus fueros el apelativo a la producción, al trabajo, a la estabilidad, la inversión, el desarrollo, la integración al mundo, el orden público y la seguridad ciudadana, los días y horas de escolaridad, el empleo productivo, y hasta el mérito frente al acomodo y el nepotismo. La nueva narrativa debe confrontar también las falacias de la captura del Estado, el capitalismo de amigos, la victimización de los victimarios y el pobrismo distributivo, con los testimonios, evidencias y datos de inseguridad, pobreza y exclusión, ya obvios para una gran mayoría. Pero a la narrativa hay que sumarle la agenda de convergencia en las transformaciones estructurales a ejecutar desde el gobierno. Hay fundaciones partidarias e independientes que trabajan en los programas e instrumentos que viabilicen esa agenda. El nuevo presidente elegido en 2023 debe liderar y cohesionar un espacio que ya comparte una narrativa, para ejecutar una agenda acordada. No hay que acelerar el tiempo, hay que hacer del tiempo que resta buen uso.
Doctor en Economía y en Derecho