Apuntes de la Moncloita argentina
Fue el 16 de mayo de 2018, en el Senado. En la presentación de su libro, Carlos Menem miró con ternura a Miguel Ángel Pichetto y lo lanzó a la presidencia: "Querido amigo y hermano, lo aliento a que no afloje. Si usted se lo propone, si se lo mete en el alma y el cuerpo, va a llegar a la presidencia de la Nación, no tengo ninguna duda". Menem, recordado por anunciar otro lanzamiento imposible, "un sistema de vuelos espaciales que llegarían a la estratósfera", jamás imaginó que un año más tarde Pichetto sería nombrado casi presidente, o sea, vice, pero de Macri. Curiosidades de la carrera espacial peronista: el cohete de Menem no llegó a la estratósfera pero llegó a Cambiemos. Desde el cielo el General nos guiña el ojo: "Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la gobernabilidad".
La Moncloita argentina consiste en quemar en Plaza de Mayo todos los videos de Alberto denostando a Cristina. De Massa prometiendo no volver jamás. De Pichetto despreciando la forma de comunicar de Durán Barba. O de Macri insistiendo en que todo es culpa de los 70 años de peronismo. ¡Que arda el muñeco de la coherencia! La clase política –no toda, vale decirlo– se ha puesto de acuerdo en decretar la supresión del pasado. ¿Por qué esta nueva "identidad líquida"? Porque tienen el agua al cuello. La flexibilidad es hija de la debilidad. Ni Macri ni Cristina pueden solos. Por eso firman cláusulas incómodas.
En un imaginario contrato de incorporación de Pichetto hay una cláusula que dice: "El senador que garantiza que no vas preso hasta la sentencia firme si sos presidente, garantiza que no te vas en helicóptero si sos presidente. Si te interesa el ítem B, aceptás el A". Cambiemos firmó. En esta nueva luna hay clavada una bandera, y no es necesariamente la bandera anticorrupción. No se renunciará a ella, pero no se la exhibirá en primer plano.
¿Qué ofrece Pichetto? Un parche de testosterona que ayuda a mantener densidad ósea, fuerza y masa muscular a un gobierno que sufre envejecimiento prematuro a causa del ajuste y las corridas cambiarias. Hace declaraciones políticamente incorrectas, algunas de las cuales recuerdan a las de Trump, que apuntan a la noción primitiva pero vigente sobre quién es el alfa de la manada: "A mí no me tuvieron que internar", chicaneó a Alberto Fernández. Su estilo directo le permite a Macri, acusado desde el primer día de neoliberal, tercerizar en él el papel del duro. Y, si es necesario, el del "anti progre", papel que dentro de los votantes de Cambiemos tiene su público. ¿Qué más debería aportar? Factibilidad para las reformas estructurales. Si Macri llegara a reelegir, sería quien ayude a materializar las reformas laboral, previsional y tributaria. Hoy, vuelos espaciales a la estratósfera.
Cristina también firmó una cláusula incómoda: el perdón estratégico. Por el riesgo de no llegar con los votos y el peligro consecuente de que se agrave su situación judicial, debió cambiar el "vamos por todo" por el "vamos con todos". Esa frase, que en apariencia representa un leve cambio gramatical, es una rendición. Ella, especialista en achicar, debió reincorporar personal. Mientras Alberto promete girar al centro, garantiza previsibilidad al círculo rojo y a los inversores, e insiste en que "no tengo ningún interés en cambiar la Constitución" y "no soy el presidente de la venganza", Máximo se saca una foto con Cúneo, Zaffaroni insiste en cambiar la Carta Magna, Dady en una Conadep para periodistas y la propia Cristina dice en la presentación de su libro en Santiago del Ester: "no quiero tirar pálidas, pero los dólares (para pagar la deuda) alguien los tendrá que poner. No se los vamos a pedir ni a los cartoneros de Grabois ni a los camioneros de Moyano. Vamos a tener que tener mucha templanza para hablar con los empresarios y la clase política". Tanto Alberto como Sergio encontraron un argumento para reconciliarse con ellos mismos y darse seguridad: "se la contiene mejor desde adentro. Con nosotros baja el riesgo".
La omnipotencia del domador de tigres.