Apuntes al paso. El extraño sex appeal de Franz Rogowski
Seguirles la pista a ciertos intérpretes puede ser un gran ejercicio cinéfilo; el estrellato del alemán Franz Rogowski lo demuestra
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Comenzó el Festival de Cannes, y para los que tenemos el corazoncito puesto en el cine de autor –y que, además, adoramos la serie francesa Ten Percent–, la ocasión amerita ciertos fetiches. Para algunos será la alfombra roja, para otros los nombres que destacan en el jurado; habrá quien siga una a una las noticias sobre las películas que se presentan en competición.
En mi caso, y porque siempre tiendo a lo diletante, la atención al festival es dispersa y propensa a algún que otro ritual. Por caso, recuperar una vieja categoría, acuñada junto a una amiga del secundario, plagada de intereses más adolescentes que estrictamente cinéfilos, pero en fin. De lo que se trataba era de ignorar a los Cahiers du Cinéma (probablemente por aquel tiempo ni supiéramos que existían) y sus sesudas elucubraciones sobre la “política de los autores”, y cultivar un “cine de actor” que nos llevó a seguirle los pasos a un tal Depardieu en sus años mozos, a Patrick Deware dirigido por Bertrand Blier o Vincent Pérez en versión Patrice Chéreau. Habría alguna que otra pulsión inconfesable por allí, pero a qué peliculones nos permitió acceder.
Así que ahora, con Cannes en las noticias y la plataforma Mubi en casa, descubro que –voilà– a ellos también parece interesarles algo parecido al cine de actor: hace un tiempito subieron un apartado llamado “Franz Rogowski: el hombre del momento”, dedicado a un actor alemán que –oh là là– protagoniza Great Freedom, una de las películas ganadoras del premio Un certain regard en el Festival de Cannes 2021. Y qué hacer, más que averiguar quién es este señor Rogowski.
Descubro que ya lo conocía. Interpretó al buzo de la maravillosa Undine, película de Christian Petzold que se pudo ver en la Argentina el año pasado. Y fue chico elogiado por The New York Times, que en un extenso perfil firmado por el periodista Thomas Rogers lo definió como un “sex symbol improbable”.
Ni carilindo ni verborrágico, Rogowski exhibe las marcas de una operación de labio leporino: cicatriz, leve ceceo, algún que otro bullying en el recuerdo, dificultades en la escuela y más allá. Un curriculum vitae que podría ser el de varios de sus personajes, siempre suspendidos entre la fragilidad y el arrojo. El teatro y la danza –que tuvieron su capítulo callejero– rescataron a Franz. Y el cine, apenas lo descubrió, lo amó.
Ni carilindo ni verborrágico, Rogowski exhibe las marcas de una operación de labio leporino: cicatriz, leve ceceo, algún que otro bullying en el recuerdo, dificultades en la escuela y más allá. Un curriculum vitae que podría ser el de varios de sus personajes, siempre suspendidos entre la fragilidad y el arrojo.
Basta ver al personaje que interpretó en Great Freedom, de Sebastian Meise: un hombre joven en la Alemania de posguerra, que cae una y otra vez en la cárcel debido a que una y otra vez se enamora perdidamente de algún hermoso muchacho. El Artículo 175, una ley que condenaba con dureza la homosexualidad, rigió en la República Federal Alemana hasta 1969. Y es en ese contexto –el periodo que va desde el fin de la Segunda Guerra hasta la llegada del hombre a la Luna– donde transcurre una película en la que prácticamente todos los escenarios son carcelarios. Hans, el personaje de Rogowski, no asume posiciones ni revolucionarias ni contestatarias; simplemente, no puede dejar de ser quién es. Aunque serlo lo condene a vejaciones inauditas en un sistema formalmente democrático.
“Podés perderte a vos mismo en el rostro y los ojos de Franz”, dice Anja Dihrberg una experta directora de reparto alemana, en el artículo de The New York Times. Y es verdad. En una escena de Great Freedom, a los reclusos se los reúne para que vean el alunizaje por televisión. Hans, que aún no sabe que la ley que lo condenó durante años está a punto de ser derogada, se asoma a la ventana y mira la luna, no la de la pantalla televisiva sino la que está allá arriba, en el cielo. Vean esa escena, esa mirada, y sabrán por qué los directores europeos –y el estadounidense Terrence Malick– se disputan a Rogowski como a una joya extraña.
Fue bailarín, y se nota. Hay una especie de plasticidad no declamada en cada uno de sus movimientos. Quizás por eso le van tan bien los personajes de seres callados, pura intensidad contenida: son silenciosos el tímido masajista de Love steaks, el empleado de supermercado de In the aisles y el refugiado que protagoniza el melodrama En tránsito (no casualmente considerado una especie de Casablanca de este tiempo).
“La actuación es una profesión ridícula”, dijo Rogowski, y probablemente sea sincero. Es esa profunda levedad –un dejarse ir más allá de las palabras– lo que permite que brille frente a las cámaras. El cine de actor está vivo, no defrauda y puede ser muy, pero muy contemporáneo.