Apuntes al paso. Sinfonías a cielo abierto
Participar de un avistaje de aves es una invitación a entrenar la vista, aguzar los oídos y ampliar el repertorio de lo posible
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A la piel fervorosamente urbanita le hacen bien este sol, este aire, algo que no es silencio pero un poco se le parece. Avanzo paso a paso por la Reserva Ecológica Costanera Sur; es sábado por la mañana, un día amable en medio de un verde increíblemente próximo, citadino y agreste al mismo tiempo.
Estoy acá por un libro. Ya había adorado las palabras de la filósofa belga Vinciane Despret cuando la editorial Cactus publicó ¿Qué dirían los animales... si les hiciéramos las preguntas correctas? Y renové esa fascinación recientemente, con Habitar como un pájaro. Despret trabaja en una línea muy similar a la de Donna Haraway y Bruno Latour: intelectuales que no tienen problemas en hacer confluir los dominios del pensamiento clásico con los de la tecnología y la ciencia, y de ese modo –creo yo– construyen una de las zonas más estimulantes e incluso disruptivas del conocimiento contemporáneo. En Habitar como un pájaro, de hecho, Despret cita el Manifiesto de las especies de compañía escrito por Donna Haraway.
“Lo que hace el libro de Haraway, y yo descubrí su eficacia en esta experiencia –escribe Despret– es suscitar, inducir, hacer existir, volver deseables otros modos de atención. E invitar a prestar atención a esos modos de atención. No volverse más sensibles (una bolsa de gatos demasiado cómoda y que puede además provocar alergia), sino aprender a volverse capaces de conceder atención”. Lo que hace Despret a continuación es prestar atención a la vida de las aves –el gran detonante del libro es el canto de un mirlo– y sumergirse en lo que esos seres pueden decirnos acerca de la potencia de vivir, la diversidad, la belleza, los vínculos con los otros y los modos de estar en los territorios. El libro hechiza desde la tapa, engalada con una abigarrada trama de pájaros y flores concebidos por William Morris. A mí me impulsó a aguzar el oído, despejar la vista y acercarme una mañana a la reserva de Costanera, pura curiosidad y desconocimiento, para participar en los avistajes que Aves Argentinas organiza cada mes.
“Detenerse, escuchar, seguir escuchando: aquí, ahora, sucede y se crea algo importante”, dice Despret en relación a quien concede su atención a un pájaro (y, por extensión, a todo lo vivo).
“Detenerse, escuchar, seguir escuchando: aquí, ahora, sucede y se crea algo importante”, dice Despret en relación a quien concede su atención a un pájaro (y, por extensión, a todo lo vivo).
“Allá atrás se mueve algo chiquito”, dice uno de los naturalistas que guía el paseo y así transmite la primera enseñanza: pausar el ritmo y dirigir la vista; atender a gestos apenas insinuados: unas hojas que se agitan, un leve tornasol, una forma que se insinúa y allá está, un breve milagrito alado, fugaz y veloz por entre el follaje.
Sigue la caminata. Algunos van munidos de binoculares, otros llevan cámaras de fotos. Yo voy liviana de equipaje, aunque me pregunto si para la próxima (porque ya decidí que la habrá) no tendría que cargar con alguno de esos soportes.
Los guías nos ayudan a identificar especies. Me siento como si hubiera vivido encerrada en un cuarto gris y, de golpe, alguien me hiciera salir y me mostrara un mundo de infinitas gamas de colores. Garza blanca, cabecita negra, picaflor, biguá, cardenal. ¡Un estornino! La reserva bulle de vida, nativa y exótica.
Un guía avisa: por aquí anda un benteveo.
“Lo viste?, le preguntan.
“No, lo escuché”, responde.
Segunda enseñanza: afinar el oído. Cada especie tiene su sonido, su canto, su propio solfeo. Avistar es entrenarse en el ejercicio de lo sutil: los veo –a ellos, a los que ya hicieron de esto un modo de vida– decodificar signos como quien interpreta un lenguaje. El mundo les habla, y esa voz está hecha de distintos modos de surcar el cielo, aleteos, susurros entre hojas, gorjeos, trinos, graznidos.
Hay una sinfonía allí, escondida y al mismo tiempo rotundamente presente. Una partitura que persiste incluso en medio del tronar de la ciudad. Lista para ser honrada, diría Despret, que también afirma que, así como “la Tierra cruje y rechina, también canta”.