Apuntes al paso. Partir, llegar y volver a empezar
Desde siempre, los migrantes cargan con el peso del desarraigo, pero también llevan la riqueza de sus lenguas y tradiciones
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Me rodea un espacio circular, diríase un cilindro de metal, levemente silencioso, casi en penumbras. La luz se filtra desde orificios que, como guardas geométricas, trazan círculos sobre el techo; es una estructura contemporánea, hecha para nosotros, los prosaicos, laicos, seculares habitantes de este tiempo. Pero en ella habitan los ecos de algún templo antiguo, una zona de oración, un territorio de cruce entre sinagogas, mezquitas, iglesias.
Se escucha una voz. Hay un parlante aquí, un artilugio que inunda el recinto con el recitado de un poema. “Los míos se han ido, pero yo aún existo/ Llorándolos en soledad.../ Muertos están mis amigos y por su/ Muerte mi vida es nada más que un gran/ Desastre”. Son palabras del escritor libanés Khalil Gibran, escritas en 1915, durante el exilio en Estados Unidos, mientras la hambruna castigaba su país de origen. Los versos se van desgranando en tres idiomas: árabe, armenio, judeo-español. “Murieron con las manos/Extendidas hacia Oriente y Occidente,/Mientras los despojos de sus ojos/Miraban la oscuridad del/Firmamento... Murieron en silencio./Pues la humanidad había cerrado sus oídos/A sus gritos”.
Recorro Del Mediterráneo Oriental al Plata. Cristianos, judíos y musulmanes, muestra que, con la curaduría del historiador Marcelo Huernos, fue recientemente inaugurada en Muntref-sede Hotel de Inmigrantes. Y no solamente los versos escritos por Khalil Gibran a comienzos del siglo XX resuenan con escalofriante actualidad. Miro los documentos y objetos expuestos, contemplo las proyecciones, escucho grabaciones, leo las placas explicativas. Alepo, Turquía, minorías amenazadas, tensiones religiosas, refugiados, exilio, matanzas. Los surcos de la tragedia están ahí, delante de nuestros ojos, materia de un pasado que también es sustancia del presente.
“Después de la exposición Italianos y españoles en la Argentina, quisimos seguir con otras migraciones”, cuenta Marcelo Huernos, que antes de la pandemia comenzó a entrevistar a descendientes de sirio libaneses, armenios, sefardíes y judíos de Marruecos llegados al país entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Como ocurre tantas veces, al visitar esta muestra uno descubre que lo obvio a veces no lo es tanto. Por ejemplo, al descorrer la trama de una Buenos Aires a la que, sí, Discépolo ya había llamado Babilonia, pero que siempre se puede redescubrir. Calles porteñas donde la lengua árabe sonaba como tantas otras –o se entreveraba con la música de artistas como Azur Chami, nacido en Alepo y creador de una orquesta de instrumentos árabes cuyos temas se escuchaban en vivo o en vinilos de notable popularidad.
Cargaban con el dolor de quien deja un territorio dañado. Portaban, como en el caso armenio, el trauma de quien sobrevive a un genocidio. Pero también traían la riqueza de culturas ancestrales, música, palabras, arte culinario, el saber hacer de los que, ante todo, buscan vivir.
Cargaban con el dolor de quien deja un territorio dañado. Portaban, como en el caso armenio, el trauma de quien sobrevive a un genocidio. Pero también traían la riqueza de culturas ancestrales, música, palabras, arte culinario, el saber hacer de los que, ante todo, buscan vivir. Y en un país que, si bien los recibió no se privó de mirarlos de reojo, se refugiaron en los lazos del origen común.
Junto a Del Mediterráneo Oriental al Plata. Cristianos, judíos y musulmanes, Diana Dowek –hija de sirios– expone Hacia la otra orilla, una serie de obras que giran en derredor de la crisis migratoria actual.
Pasado y presente; presente y pasado. El Mediterráneo, cuna de buena parte de lo que somos y tumba de los más postergados de nuestro tiempo. La humanidad y ese extraño modo de abismarse en la crueldad.
En las vitrinas del Hotel de Inmigrantes hay tres libros, tres versiones del Martín Fierro. Uno, traducido al armenio; otro, al árabe; el tercero, al judeo-español. Tres pequeñas joyas impresas en distintos momentos del siglo XX por gente que amaba a su tierra lejana tanto como a su nuevo hogar. La humanidad y esa bendita obstinación en no ceder ante los desastres provocados por sus propios demonios.