Apuntes al paso. Nosotros y el mar
Sea en la calma de la playa o en el desafío de la natación en aguas abiertas, pocos escapan al influjo de la sal, las mareas y las olas
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Nunca fui valiente, pero extraño el tiempo en que el mar me permitía esa licencia. Las playas de mi infancia fueron las de la costa bonaerense, y jamás me sentí tan feliz, tan libre y tan osada como cuando me zambullía en ese agua que al principio repelía de fría y en esas olas que cuanto más altas más se disfrutaban. Me recuerdo adentrándome sola, siempre bajita y algo torpe, en un mar al que respetaba pero al que algo en lo profundo me decía que no debía temer. E incluso cuando perdí esa gracia, cuando me volví todo lo urbana que una persona se puede volver –y cuando el miedo fue ganando casi todas las pulseadas–, incluso cuando todo esto sucedía, el mar seguía allí. Más simbólico que material, más enredado en las palabras que vivo en la arena, pero ahora presente en alguna novela de Hemingway, ciertos poemas, la pregunta por cómo nos llegan los ecos del pasado: ¿cuánto del Cantábrico perdura en quienes descendemos de hombres y mujeres criados a la orilla de ese mar duro, arisco y bello? ¿Y cuánto del océano Atlántico que los trajo hasta aquí y que a algunos nos quedó demasiado lejos como para ser nuestro, demasiado cerca como para ignorarlo?
Pienso en todo esto mientras termino un libro que, si tuviera sabor, sería salado. Y si tuviera un color, sería azul. Profundamente azul. Su autora es Inés Marcó, una artista que sabe conjugar las búsquedas del arte contemporáneo con el rigor de quienes se preparan para nadar en aguas abiertas. Porque de eso trata Som-hi! Diario del mar (Blatt & Ríos), un delicado registro de los días en que Marcó, instalada por un tiempo en Barcelona, entrenaba en una pileta del Montjuic y se sumergía metódicamente en las aguas del Mediterráneo.
“Nosotros, los nadadores, queremos ser bravos pero la brava es la mar –escribe–. Por fin, cuando una aprende a tener miedo, a sentirse frágil, el peso se aliviana. Sentirse vulnerable es lo que más cuesta: dejar de querer ser pez para sólo aprender de los peces. Y ahí sí, seguir nadando”.
La autora nació en Concordia, Entre Ríos: mujer de agua dulce. Estudió Artes, trabaja la cerámica, el hilo, la témpera, la tinta; su mundo es táctil, singularmente visual. Por eso en su relato los movimientos tienen color, como lo tienen los cambios del mar, las brazadas, el frío, las medusas, el sol que amanece lento tras los cristales, sobre la pileta donde los nadadores entrenan.
Som-hi! fue escrito entre septiembre de 2017 y junio de 2018. En Cataluña el Procés se recalentaba y la autora, argentina y acuática, transita un poco – o inevitablemente– a la distancia el tembladeral que sacudió Barcelona el año del referéndum de independencia.
El núcleo de lo que se cuenta está en la playa, las boyas, el espigón; en los nadadores barceloneses que se quejan de la creciente polución que afecta a su mar; en los días de marea calma y en los días en que las olas se encabritan, levantan a los nadadores y los dejan suspendidos en el aire
Las banderas, las discusiones, las manifestaciones y la represión están, pero más bien lejanas. El núcleo de lo que se cuenta está en la playa, las boyas, el espigón; en los nadadores barceloneses que se quejan de la creciente polución que afecta a su mar; en los días de marea calma y en los días en que las olas se encabritan, levantan a los nadadores y los dejan suspendidos en el aire: “las piernas quedan sumergidas y los brazos aletean inútiles en el vacío”, describe Marcó, que también cuenta su modo de seguir a los peces, de pensar en la silenciosa alquimia de las branquias. De ser, en cada inmersión en grupo, parte de la lógica, el acierto y la eficacia que rigen a cualquier cardumen.
Una de mis más grandes amigas nació en la ciudad de Maracaibo: golfo de Venezuela, aires del Caribe. Lleva más años vividos aquí que en su tierra natal; se enamoró de Buenos Aires en la década del ochenta y desde entonces le es fiel. Pero le falta el mar y esa ausencia es como una sed que duele. A los hijos del agua les cuesta lo ríspido de la tierra.
“Hoy mi cuerpo no fue mío sino del mar”, escribe Marcó, y creo que allí hay una clave. Quizás el agua nos rija como la luna lo hace con las mareas; próxima o lejana, nuestra o de nuestros ancestros, confirma que somos parte de algo muy enorme y muy incierto. Algo que, a su modo, nos abraza.