Apuntes al paso. La materia de los sueños
En la lírica confluyen emociones y modos de expresión que impregnan otras artes y siguen vigentes a lo largo del tiempo
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Tiene algo de fantasía nocturna, como esas películas donde la cámara intenta recrear los secretos del sueño. Avanzamos entre esculturas monumentales, los dioses del Antiguo Egipto en serena convivencia con estatuas de rasgos clásicos, una buhardilla del París del siglo XIX a metros de severas figuras orientales, un despliegue de espadas en exposición, unos caballos que podrían ser de madera.
Hay una columnata derruida y mi amiga Alicia se acerca, no puede resistirse, la toca. “Es telgopor”, me dice, confirmando lo que de todos modos sabíamos: todo en este lugar es y no es lo que parece. Estamos en La Boca, en Colón Fábrica; caminamos entre escenografías hechas para deslumbrar pero también para ser trasladadas, manipuladas, subidas o bajadas con suma facilidad. La materia de los sueños es liviana. También caótica, atemporal, enigmática, luminosa, oscura.
A escasa distancia se escuchan fragmentos de Turandot. Pero nosotras estamos hechizadas por un busto, terrible y magnífico, realizado para la ópera Rigoletto. Todo en él dice ser de mármol, pero ya sabemos de qué materia está hecho.
Luego Alicia me contará que, luego de realizar esta visita, habló en su terapia de las escenografías y ropajes del inconsciente, de su manera de exhibirse y al mismo tiempo ocultarse; esto de que siempre en un análisis hay algo más –un nuevo atuendo, una nueva utilería– pero que en cuanto uno se acerca, toda esa intrincada maravilla suele resultar ser simple telgopor.
La vida es sueño, como ya se dijo en el siglo XVII, en la antigüedad clásica y mucho antes también. La vida es sueño y –sigo sosteniéndome en voces de otros– nada es tan profundo como la piel. Quizás no esté mal tener un poco más presente ese animal de superficies que finalmente venimos a ser todos; ayudaría a quitarle hierro a unas cuantas cosas.
Por lo pronto, cómo no amar la superchería excesiva, sofisticada o hipnótica de las grandes puestas de teatro. Y cómo no dejarse subyugar por otros enormes, excesivos montajes que nos dicen, sin prejuicios a la vista, “disfrutame, soy toda fantasía, construcción pura, artificio total”.
Así fue que, pocos días después de recorrer Colón Fábrica, me dejé llevar, en la plataforma de streaming MUBI, por los brillos de la recientemente estrenada Anette, película del cineasta francés Léos Carax.
La lírica vive en Anette; en principio, porque –al igual que en su momento lo hiciera Jacques Demy en Los paraguas de Cherburgo– Carax llevó al extremo los códigos del musical: en Anette, film basado en un trabajo conceptual del dúo estadounidense Sparks (Ron y Russel Mael), nadie habla y todos cantan
La lírica vive en Anette; en principio, porque –al igual que en su momento lo hiciera Jacques Demy en Los paraguas de Cherburgo– Carax llevó al extremo los códigos del musical: en Anette, film basado en un trabajo conceptual del dúo estadounidense Sparks (Ron y Russel Mael), nadie habla y todos cantan. Ann, uno de los personajes centrales –interpretada por Marion Cotillard– es una cantante de ópera. A lo largo de buena parte del film la veremos darlo todo en el escenario, ser expresión de una voz que la trasciende y la lleva, de La Traviata a Madame Butterfly, a vivir y morir, una y otra vez, sobre las tablas. La música nos transporta, nos conduce y sumerge en una película que desde el primer momento exhibe su estatuto de pura representación. Los propios actores lo anuncian (más bien, lo cantan), mirando a cámara, en lo que sería el prólogo de la historia.
A Marion Cotillard la acompaña Adam Driver. Ella es una delicada flor de la lírica; él, un provocador varón del stand-up. Se enamoran perdidamente y, desde el vamos, todo anuncia tragedia.
Anette es cine y es ópera (¿ópera-rock?); navega en las aguas de un despliegue visual desbordante y está hecha en una era con poco resto para la ingenuidad. Más que historia de amor, lo que narra es una fábula oscura. ¿Y qué más atávico y atrapante que un cuento de terror?
A la salida de Colón Fábrica, mientras la tarde asomaba sobre el Riachuelo, con mi amiga nos conminamos a incluir cierta dosis de lírica en nuestras próximas salidas. No importa que sea de nuevo o viejo cuño; no hay calendario para las intuiciones del arte.