Apuntes al paso. El hogar también es algo móvil
Nómadas o sedentarios, todos tenemos un modo particular de llevar el calor de la intimidad adonde sea que vayamos
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Para la escritora canadiense de origen vietnamita Kim Thúy, el hogar es apenas un perfume. Ni siquiera uno muy sofisticado.
Así lo cuenta en ru, libro donde reconstruye su historia y la de su familia, profundamente marcada por la guerra de Vietnam, el exilio, los campos de refugiados y la llegada –cuando la autora tenía diez años– a Quebec.
Kim Thúy habla de sucesos colectivos, pero por sobre todo de la huella, íntima e intransferible, que esos sucesos dejaron en su vida. Se asume como una mujer de equipaje liviano. Con honestidad más despojada que brutal, habla de los hijos que tuvo en Canadá, alude en breves líneas al hombre con quien formó esa familia, pero también describe los lazos sustancialmente ligeros con que siempre concibió al amor erótico. Y detalla cómo esa misma ligereza se aplica a su vínculo con los objetos, los lugares, las viviendas. Poco lastre, poca ropa, escasa adherencia: que las posesiones tengan la medida exacta de un bolso: el que siendo una niña debió cargar cuando su familia huyó de Saigón, el que ahora tiene a disposición para mudar de lugar fácilmente, cuando así lo disponga la vida.
No hay ligazón pero sí hay hogar, sugiere Kim Thúy, que tardó mucho en identificar qué irradiaba para ella ese calor unívoco que asociamos con lo hogareño. Finalmente lo descubrió: era un aroma, no del Vietnam natal, sino del Canadá que dio cobijo; no de origen refinado o natural, sino burdamente cotidiano: el perfume simple y desprovisto de aristas de un producto de limpieza que suelen utilizar las amas de casa canadienses. Más de una vez, en medio de un viaje, abrumada por la anomia de algún que otro aeropuerto, la delicada Kim Thúy tomó un pañuelo embebido en ese producto ramplón, se sumergió en su fragancia y pudo descansar. Que afuera bramara lo desconocido, ella estaba en casa.
¿Qué es el hogar? El lugar nutricio, lo blando, el refugio indescifrable de la intimidad. Algunos nos aferramos con pasión sedentaria a sus cuatro paredes; otros viven en la plenitud del nómada por elección o en el desgarro del exiliado
¿Qué es el hogar? El lugar nutricio, lo blando, el refugio indescifrable de la intimidad. Algunos nos aferramos con pasión sedentaria a sus cuatro paredes; otros viven en la plenitud del nómada por elección o en el desgarro del exiliado. Pero todos, como Kim Thúy, llevamos algo de ese calor con nosotros, donde sea que estemos: a veces es el libro que, en el fondo de la mochila, nos recuerda quiénes somos; la foto de la persona amada en algún rincón de la cartera; el termo con la infusión a la temperatura justa; el origami pequeñito que cuelga del espejo retrovisor del auto y nos recuerda que no solo hay jungla allá afuera.
Por estos días puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el marco de la Bienalsur, la muestra Nómada, de la artista coreana Kimsooja. Son fotografías y registros audiovisuales de algunas performances. Hay un objeto omnipresente: el bottari, un atadito, un bulto que las mujeres coreanas suelen armar con alguna manta colorida que envuelve objetos especialmente preciados o particularmente necesarios para vivir. “Cada uno de ellos es una versión condensada del mundo, de un mundo singular, íntimo, encerrado o cobijado –más bien– por una manta que envuelve, protege y oculta a la vez un conjunto de objetos necesarios con los que la noción de ‘necesidad’ se podría redefinir en el encuentro de cada uno de ellos o en la imaginación de todos los que observamos”, escribe Diana B. Wechsler, curadora de la muestra.
Kimsooja ubica los bottari a la vera de algún camino, a la sombra de un árbol. Los sube a carros que los llevarán a través de alguna ciudad populosa; los exhibe en urbes y descampados, monta una instalación con algunos de ellos en la sala del museo. Algunas mantas poseen un color y unos estampados exquisitos: la delicia de ciertos textiles, esa materia hecha para el abrazo.
Todo en la muestra habla del desplazamiento. Pero allí, hincada en lo que desde luego es dolor, está la posibilidad de cierta belleza. La mujer que arma un bottari abriga un pequeño mundo, lo lleva consigo, le da continuidad. Y qué es el hogar, si no el abrigo que cada quien lleva en sí mismo.