Aprender el valor de la solidaridad
La pedagogía que ofrencen las crisis siempre tiene aspectos positivos y negativos. Y en medio de la crisis de 2001 lo primero que nos ocurrió fue, por el lado negativo, que si mirábamos alrededor y veíamos a los más abandonados del entramado social, personas que estaban muy lejos de los sectores medios, observábamos que había allí una realidad muy distinta, que nos impactó profundamente. Y a cualquiera podía pasarle de quedar fuera del sistema porque cualquiera puede ser pobre en el mundo actual. Eso es lo oscuro y tremendo de las crisis.
Pero, por el lado positivo, se dio a la vez un acercamiento que no había antes entre los que tenían más capacidad económica y los que tenían menos. Unos y otros nunca se habían mirado en la calle y ahora estaban cerca. Los que podían caer en la pobreza podían entender a los más pobres y acercarse a ellos, y ese encuentro fue conmovedor. Los que más tenían bajaban a la calle, separaban en bolsas distintas el cartón, los vidrios y los alimentos para los que tenían menos, para los cartoneros. Y se batieron además todos los récords posibles de solidaridad: toda campaña que tuviera que ver con la alimentación, los remedios y la satisfacción de necesidades básicas tenía un éxito inédito. Apareció la tan mentada solidaridad argentina, aunque desgraciadamente por los peores motivos.
En los más jóvenes, todo esto dejó una impronta duradera, más positiva que negativa: el aprendizaje de lo que significa participar, comprometerse, relacionarse con el otro. Entendieron que no se puede dejar la realidad en manos de otros, y que si no nos involucramos, nada va a cambiar. Los que ahora tienen 22 o 24 años quedaron marcados, pero para ellos participar tiene ahora otro prestigio: la solidaridad "garpa". Y esta convicción hoy atraviesa sectores sociales e ideologías.
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