Aprender de los países exitosos
Una mirada cuidadosa de las razones del avance de los países más exitosos de los últimos tiempos revela varias características comunes entre ellos.
La primera es una macroeconomía estable y predecible. Cuando existen suficientes garantías políticas y técnicas sobre los aspectos esenciales del buen funcionamiento de la economía en el largo plazo, se ponen en marcha fuerzas privadas que estiran el horizonte e inducen nuevas decisiones positivas. El boom de inversiones en Perú es un interesante ejemplo.
Luego, una buena evaluación de la mejor manera de aprovechar las propias ventajas -existentes o por crearse- para relacionarse con el mundo. La globalización puede ser una amenaza o una oportunidad. Los tigres asiáticos la tomaron como una oportunidad y ordenaron su economía en esa dirección. No compraron paquetes ideológicos, no abrieron su mercado hasta no sentirse firmes, generaron rentas a sectores prioritarios para que éstas se propagasen a toda la economía, invirtieron fortunas en entrenar mano de obra de calidad, aprovecharon lo mejor de la tecnología disponible. Es decir, en lugar de huir de la globalización, la aprovecharon como insumo de una estrategia propia bien definida.
Cuando una buena macro y una estrategia consistente se complementan, se produce una fuerte sinergia entre el presente y el futuro de esas sociedades. Las decisiones estratégicas van alimentando las necesidades políticas con empleo de calidad, resultados visibles en la economía y creciente satisfacción social. Chile es un ejemplo interesante de esa relación virtuosa. Así, cuando aparecen nuevas demandas sociales, esa economía fuerte podrá satisfacerlas sin destruir todo lo hecho.
Si a esa combinación de factores se le agrega un sistema político que a través del diálogo y de las instituciones asegure estabilidad en las decisiones, el panorama virtuoso se consolida. La cultura política uruguaya o 40 años sin crisis política en Alemania son ejemplos innegables.
Cuando esta perspectiva sistémica donde todo se conecta con todo falla, las políticas parciales sirven de poco. En todo caso, como los planes sociales, servirán para ayudar a sectores postergados a integrarse a la dinámica general, pero nunca podrán ser el corazón del proceso de inclusión. Se podrá salir de la indigencia con transferencias condicionadas, pero no se ha de construir un nuevo proyecto de vida sin educación de calidad, empleo decente y una economía estable.
La vivienda social sirve para quienes no tienen ninguna capacidad de ahorro, pero la solución masiva se da cuando hay crédito muy accesible en tiempo y costo.
El logro de equidad y calidad para todos en educación es el resultado de un sistema que funciona como tal, procurando que todos participen; pero también asegurando que cuando los alumnos estén en la escuela no sufran ausentismo docente, tengan una currícula adecuada a sus necesidades y sean ayudados ante sus problemas de aprendizaje. No hay "programas" puntuales que puedan resolver lo que un sistema educativo no provee.
Un caso muy interesante de este enfoque es el de la innovación tecnológica. En todos los casos exitosos, desde Estados Unidos hasta Corea, el Gobierno fue el disparador del proceso de investigación e innovación. Pero el boom tecnológico lo produjo un sector privado ávido de competitividad, acompañado por un Estado con clara visión sobre la importancia estratégica de esta variable. Cabe aquí comparar esta experiencia con lo sucedido en la Argentina, donde a pesar de una remarcable política oficial de aumento del gasto en ciencia y tecnología, sólo el 10% de los investigadores trabaja en el sector privado, contra el 35% en Brasil y el 80% en Estados Unidos. Esto muestra una muy baja predisposición empresarial a tomar el riesgo de la innovación, y tiene como consecuencia una baja productividad y valor agregado promedio de nuestras exportaciones.
Finalmente, la experiencia demuestra que los programas de promoción de crédito son una gota en el mar cuando la economía retrocede o no hay seguridad de largo plazo.
Con estas experiencias, es posible imaginar el enorme desafío que se nos presentará desde 2015. En los últimos años, una visión armónica del gobernar fue sustituida por una suma infinita de acciones y programas que, como verdaderos parches, tratan de lograr lo que no se consigue por causa del desorden sistémico.
El gran desafío, entonces, será consensuar una nueva visión armónica del "hacia dónde vamos" y convertirla en herramientas legislativas y en decisiones con el sustento de todos los partidos políticos.
Para esto, antes del inicio de 2016 debería dispararse el trabajo en el Congreso, mientras el Ejecutivo resuelve los muchos problemas coyunturales que ha de heredar. No es poco tiempo, siempre que estén claras las ideas. De otro modo, será una eternidad.
El autor fue diputado nacional