Apoyo nuclear de EE.UU. a Arabia Saudita
Una decisión en política internacional puede tener múltiples y profundas consecuencias, e impactar varias geografías. Así, en un Medio Oriente en ebullición, EE.UU. parece haber llegado a un “megaacuerdo” con Arabia Saudita para darle apoyo en materia de energía nuclear para uso civil. Esta es una sorprendente novedad, dada la naturaleza cambiante de sus relaciones bilaterales. Además, ya hay planes para una mayor cooperación militar y para el trabajo conjunto en nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA). Esto tiene un claro impacto a nivel regional y global.
Arabia Saudita hace tiempo que está interesada en la energía nuclear y en nuevas tecnologías como elementos para reducir su dependencia del petróleo y diversificar su economía. Esta es una iniciativa similar a la de los EAU, que buscan crear un centro de IA global –con la ayuda de Microsoft–, y ya tienen una central nuclear en Barakah construida por empresas coreanas. En lo nuclear, Ryad procura ser transparente y que su plan tenga la aprobación de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), y ya había tenido propuestas de apoyo técnico de países europeos y asiáticos.
El acuerdo con Ryad puede tener elementos que preocupan a sus vecinos. Uno es que los saudíes pretenden enriquecer por sí mismos el uranio –de sus propias minas–. Lo que plantea un problema: esta tecnología puede ser usada también con fines militares. Ryad parece estar presionando a EE.UU. para poder dominar el sistema de enriquecimiento.
Esto plantea desafíos desde el punto de vista de la proliferación nuclear. Normalmente las grandes potencias procuran limitar la proliferación de armas nucleares, y de los países que las posean. Esto es también el gran desafío de la AIEA, que dirige el diplomático argentino Rafael Grossi. Por eso, se considera que EE.UU. debe asegurar rígidas medidas de seguridad en el programa atómico civil saudita. A pesar de esto, la posibilidad de que Arabia Saudita pudiera poseer un arma nuclear, preocupa a potencias regionales como Turquía y Egipto, con el antecedente de que el príncipe saudí Mohammed bin Salman dijo alguna vez que si Irán –su rival regional–, construye su bomba nuclear, Arabia Saudita necesitará la suya. Esto podría desencadenar una no querida carrera armamentista nuclear, en una región ya muy volátil.
Los planes nucleares sauditas también preocupan a Israel, la única potencia atómica en Medio Oriente –aunque no declarada–. Irónicamente, el plan original era que este acuerdo fuera posterior a una normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel. Pero Ryad ha insistido en que una condición sea que Tel Aviv inicie el proceso para el establecimiento de un Estado palestino, lo que Israel no acepta. El escenario se ha complicado con la situación en Gaza. Que EE.UU. avance en este acuerdo –sin la participación de Israel–, hace que Tel Aviv no pueda condicionar ciertos aspectos del trato, como que Ryad enriquezca su propio uranio, o lograr altísimos niveles de control. Una normalización de las relaciones hubiera hecho a este acuerdo más soportable y controlable para Israel.
Este acuerdo es a su vez una iniciativa de EE.UU. para limitar la influencia de China en Arabia Saudita, demostrada por el acuerdo logrado entre Ryad y Teheran, con mediación de Beijing. Washington se alejó de Ryad después del atentado de las Torres Gemelas, y China, Europa y Rusia han aumentado su influencia en esta importante potencia regional y miembro del G20.