Apostar a educar personas que piensen con audacia intelectual
"Nos estamos moviendo rápido pero no sabemos a dónde vamos", dice el Foro Económico Mundial en un informe reciente. ¿Cómo formar para lo desconocido? ¿Sirve de algo formar para una carrera que no sabremos si tendrá trabajo? ¿Cuál es el papel de las universidades en este mundo impredecible?
Mi respuesta a estas preguntas es que las universidades son más necesarias que nunca para formar un tejido de conocimientos, destrezas y rasgos de personalidad. La carrera ya no puede ser lineal: la formación excesivamente profesional es la que quedará obsoleta. Los títulos valdrán cada vez menos: lo importante será aprender a pensar críticamente, combinar ideas, formar capacidades analíticas de sistemas complejos. Este será el "cableado profundo" que nos permitirá observar, moldear, deconstruir y reconstruir el mundo que nos rodea.
No será fácil. Aprender a pensar y actuar de manera autónoma requiere combinar cuatro campos de aprendizaje.
El primero es el clásico: la formación disciplinar. Necesitamos aprender la estructura del conocimiento, las teorías que nos permitirán filtrar el mundo para modificarlo. Aprender una disciplina en serio es un proceso de transformación personal: lleva tiempo, lecturas difíciles, prácticas, grupos de estudio, excelentes docentes y una estructura curricular rigurosamente planificada.
Pero no alcanza con el saber clásico. Las universidades deberán romper sus tradiciones (o volver a las más clásicas de las artes liberales) para abrir el segundo campo de aprendizaje, que es la formación interdisciplinaria. Necesitamos sujetos que hablen varias lenguas, que combinen, que puedan mezclar artes con matemática, historia con filosofía, economía con tecnología. Solo así comprenderán las ramificaciones de su campo especializado de conocimiento.
El tercer trayecto implica una ruptura decisiva de la formación universitaria clásica: hay que formar la capacidad de aprender a aprender un dominio, un campo profundo de conocimientos. En las tradiciones profesionales dominaba el modelo "T". Una base sólida de formación básica y una línea larga de especialización para trabajar en ese campo durante toda la vida: muchos años de aprendizaje en la etapa inicial de la vida, muy poco en el resto.
Hoy es necesario formar en el modelo "M". Una especialización que puede convertirse en otra especialización dentro de 5 ó 10 años, y otra más unos años después. Será útil "mantenerse al día", tomar cursos, aprender algo nuevo. Pero será más importante aprender a sumergirse nuevamente en un campo de conocimientos difícil y estructurado. Para eso deberemos formar el espíritu del aprendizaje profundo. Quien sepa de estadísticas deberá aprender de inteligencia artificial. A veces bastará con un paso intermedio, pero deberemos preparar a nuestros estudiantes para que puedan dar el salto completo inmersivo.
Claro que esto tendrá el riesgo de ampliar desigualdades, dado que los más desaventajados tendrán menos oportunidades de costear ese "recableado". Por eso las universidades deberán formar en la metacognición, en la capacidad de aprender las reglas del conocimiento que permitirán crear destinos más abiertos.
El cuarto campo de aprendizaje es la formación de la personalidad. Hay que formar la fortaleza interior de desarrollar y defender las propias ideas y al mismo tiempo la escucha, el diálogo y la paciencia; la disciplina en el estudio, la persistencia en una sociedad de deseos fugaces y la iniciativa para crear nuevas ideas y propuestas. Hay que formar la apertura epistemológica que abre mentes y les permite pensar con audacia intelectual, sin temores, sin dogmas, sin prisiones. Esto implica combinar el razonamiento científico con la búsqueda de la verdad y la justicia social. No bastará con formar expertos/as, si no tienen conciencia social para construir un mundo más justo, sustentable y digno de ser vivido.
El autor es director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés; autor del libro ¿Quién controla el futuro de la educación? (Siglo XXI)