Apostar al conocimiento, la materia prima del siglo XXI
Lo que más protege a los más débiles. Lo que más cuesta reconstruir. Lo que más efectos tiene a largo plazo. Lo que funciona. Esto es lo que hay que defender hoy antes que nada en un tiempo de crisis y ajuste.
Si se busca crear confianza en los mercados, hay que mostrar un proyecto de país sostenible en el largo plazo. ¿Quién puede apostar a invertir en un país que baja el salario de los científicos, disparando contra su propio futuro? ¿Quién puede invertir en un país extremadamente desigual en su distribución de la riqueza que no corrige su sistema impositivo para hacerlo más progresivo, como el de todos los países desarrollados?
No podemos olvidar el mapa del desarrollo en la oscuridad del corto plazo. En el mundo de hoy, lo único que sabemos es que todo va a cambiar. Los países que apuestan a una ventaja comparada en el agro, la industria o los servicios quizás solo están cavando su foso para cuando esta ventaja desaparezca (o cuando un año toque una gran sequía). Hay que fortalecer diversas cadenas de valor, pero sobre todo apostar al conocimiento, el único caudal seguro en un mundo incierto, la única "materia prima" adaptable a todo.
La gran teoría del desarrollo hoy es una apuesta de construcción de conocimiento a gran escala, mediante el sistema educativo, y especializado, mediante la investigación y el desarrollo científico-tecnológico asociado a diversas cadenas de valor productivo.
Los casos de éxito asiáticos lo descubrieron hace varias décadas cuando comenzaron a apostar todo a la educación (aun con discutibles modelos de presión extrema para los estudiantes). Los países que lograron modificar su estructura productiva invierten una proporción cada vez más importante de su PBI en ciencia y tecnología.
Basta ver el modelo de negocios de las mayores empresas del mundo, que no casualmente son hoy emporios tecnológicos. IBM invierte 16% de su presupuesto en investigación y desarrollo; Microsoft, un 15%, y Google, un 12%. Su fórmula es adaptarse, aprender, inventar, modificar, iterar, rediseñar. Viven en un mundo complejo y para entenderlo invierten buena parte de sus ingresos en conocimiento.
El gobierno argentino se comprometió a invertir el 1,5% del PBI en ciencia y tecnología. Sin embargo, en 2016 esa inversión bajó al 0,53%, frente al 0,61% de 2015. Este año todo hace prever que seguirá bajando al ritmo del ajuste del gasto público. Se trata de una inversión muy baja en un país con un PBI bajo. Apenas tenemos un investigador cada mil de habitantes. Los países nórdicos europeos tienen siete veces más, con condiciones de trabajo muy superiores. Sin ir tan lejos, Brasil invierte el 1,3% del PBI en ciencia y tecnología.
Toda la inversión en ciencia que realiza el Estado debería ramificarse con políticas de impulso a la investigación y el desarrollo en el sector privado, que en la Argentina invierte muy poco. Hay que desarrollar un ecosistema de múltiples puntos, como lo hicieron los países que hoy crean ciencia, tecnología y valor agregado en toda su cadena productiva.
Necesitamos instituciones científico-tecnológicas fuertes, como lo demuestra el extraordinario ejemplo del Invap. El capital público tiene allí un modelo para replicar. Hay que ramificar una carrera científica prestigiosa, con equipamiento, buenos salarios y proyectos de articulación público-privados. Cada instituto de investigación que se paraliza o que pierde investigadores es una amenaza al futuro. La inversión estatal en ciencia y tecnología debería ser sagrada para mostrarle a todo aquel que quiere ser científico que en la Argentina ese lugar es el más prestigioso del país y donde será protegido incluso en los momentos más críticos.
Esto afecta todos los planos de formación del conocimiento. En las universidades se plantea una propuesta de aumento salarial en torno del 15%, cuando la inflación superará el 30%. En el resto del sistema educativo, en casi todas las provincias se ajusta el salario docente a la baja. La meta vigente de la ley de educación de llegar al 6% del PBI destinado a Educación se incumplió en 2016 y todo indica que se volverá a incumplir en 2017 y 2018.
Los efectos de estos ajustes son palpables. Faltan estudiantes para la docencia. Jóvenes brillantes con quienes converso para pensar su futuro me dicen que aspirar a hacer su doctorado por el Conicet no les permitiría mantener un mínimo nivel de vida. Los que ya están adentro sienten los ajustes y comienzan a pensar en migrar a otros países. Hay jóvenes científicos extraordinarios que están haciendo sus valijas para irse del país. Esto es un suicidio colectivo como sociedad.
El mapa nos debe permitir mirar cómo se llega al futuro sin quemar los puentes más vitales del desarrollo en las urgencias fiscales de corto plazo. En la oscuridad de la emergencia también necesitamos una linterna para iluminar los rostros de los más desaventajados. Las sociedades que más crecen son las que tienen más equidad, como lo demuestran los estudios de Kate Pickett y Richard Wilkinson. En los momentos de crisis hay que proteger a los más débiles.
¿De dónde deberían entonces salir los recursos para evitar la crisis fiscal y económica? Esta es una tarea que exige una desnaturalización de cualquier posición dogmática por izquierda o por derecha. Basta mirar comparativamente a la Argentina en el mundo con ojos rigurosos: es un país con alta carga impositiva, con una desigualdad social extrema (está en el puesto 112 del mundo en el coeficiente de Gini) y con un sistema impositivo no progresivo. En los países desarrollados se cobran muchos más impuestos a los ingresos y al capital que al consumo. América Latina es la región más desigual de la Tierra y no casualmente tiene el esquema opuesto.
¿Es tan difícil ver esto? En la urgencia, lo evidente: necesitamos una redistribución que aumente (de manera viable y responsable) impuestos como Ganancias, retenciones, Inmuebles, Bienes Personales y disminuya Ingresos Brutos, impuesto al cheque, IVA en los sectores más pobres. Necesitamos un gasto público más eficiente, racional y transparente, que defienda más a los que menos tienen y que garantice condiciones sostenibles a los que invierten. Necesitamos instituciones públicas coherentes y prestigiosas con continuidad. Necesitamos aumentar drásticamente la calidad de nuestras políticas públicas, porque en eso somos muy débiles en cualquier comparación mundial. Y necesitamos proteger la inversión en educación, ciencia y tecnología, porque solo así podremos construir un país que produzca a partir del conocimiento, la materia prima del siglo XXI.
Es tiempo de generar grandes acuerdos en la sociedad argentina, donde apoyar las bases del crecimiento. Podemos moldear ahora mismo una sociedad más equitativa, más previsible, con instituciones que miren el largo plazo y apuesten al conocimiento.
Profesor y director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés