Los datos muestran el estado agónico del sistema educativo estatal, resultado de una crisis que lleva décadas y que se agudiza en la provincia de Buenos Aires; sin embargo, con un acuerdo multisectorial podría iniciarse, según expertos, la recuperación de lo que fue, alguna vez, orgullo nacional
¿Qué queda de la escuela pública que educó a la Argentina? Apenas las ruinas. Es doloroso admitirlo, pero tanto las estadísticas como los parámetros de rendimiento y las opiniones coincidentes de especialistas conducen al mismo diagnóstico: el sistema de educación estatal, especialmente en la provincia de Buenos Aires, ha sido arrasado por una degradación que no tiene una sola causa. Es una crisis profunda y compleja, en la que se mezclan limitaciones económicas con pérdida de valores; deformaciones ideológicas con burocracia excesiva; políticas erráticas con demagogia cultural e indiferencia social. Es, por supuesto, una crisis que lleva décadas y que forma parte de la crisis del país. Son muchos, sin embargo, los que creen que, con objetivos claros y compromisos multisectoriales, es posible reconstruir los cimientos de una educación que supo ser orgullo nacional.
Los datos muestran una escuela "en fuga": entre 2003 y 2015 (últimas cifras disponibles), la matrícula del sistema de educación primaria estatal se redujo, en todo el país, un 11,5%. La de los colegios privados, en el mismo periodo, creció un 27%. Los datos -surgidos de un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad de Belgrano, dirigido por Alieto Guadagni- reflejan la convicción de padres de distintos niveles socioeconómicos y de diferentes posturas ideológicas: "Yo banco a muerte la educación pública; me formé en ella desde el jardín hasta la universidad, pero en 2014 con mi mujer decidimos cambiar a los chicos a un colegio privado porque entre paros, problemas edilicios y falta de maestra, estuvieron casi dos meses sin clases", dice Mario Felucci, un profesional de 42 años, padre de dos hijos en edad escolar. Millones de familias, con argumentos similares, tomaron la misma decisión. Las escuelas privadas que registran mayor expansión son las parroquiales y evangélicas, más orientadas a comunidades pobres. Eso refleja un dato: cada vez son más las familias de bajos ingresos que hacen un enorme esfuerzo para que sus hijos vayan a una privada. La clase media ya se exilió de la educación estatal, acaso convencida de que la escuela pública antes los abandonó a ellos.
En lo que va de este año se batió un nuevo récord en escuelas bonaerenses. Llevan 27 días de paro (el pico máximo desde el gobierno de Alfonsín). Pero entre 2002 y 2018, la provincia sufrió 175 días de paro docente, según el recuento oficial. Esto significa que las huelgas suprimieron un año entero de clases en ese período. Los alumnos que empezaron primer grado en 2003 perdieron un año que nunca van a recuperar. El impacto en la formación de los chicos es incalculable. "Los paros y el ausentismo de los docentes afectan la posibilidad de sistemas continuos, de rutinas de trabajo, de encuadres claros en los que los alumnos puedan aprender -explica Gustavo Iaies, uno de los más destacados especialistas del país en materia de evaluación y gestión educativa-. La búsqueda de instituciones privadas por parte de los padres tiene que ver con la necesidad de encontrar una opción que ofrezca garantías y contención para sus hijos. Y eso no lo están encontrando en la escuela pública de gestión estatal".
Campo de batalla sindical
Los paros, además, rompen también una suerte de contrato tácito: la escuela en huelga deja de ser escuela para convertirse en campo de batalla sindical. El maestro se transforma en militante combativo. En muchos casos "combate" por causas justificadas (mejores salarios, dignidad laboral, seguridad edilicia), pero el tiempo ha demostrado que de la huelga se ha pasado al "huelguismo" crónico y que el resultado, lejos de fortalecer, ha debilitado la escuela pública hasta convertirla en una institución anémica. Lo ratifica con claridad Guillermo Jaim Etcheverry, uno de los hombres más lúcidos y autorizados para hablar de la educación argentina: "La crisis se agrava ante las discontinuidades en la prestación del servicio educativo provisto por el Estado. Eso hace que los padres se sacrifiquen para enviar a sus hijos a escuelas de gestión privada".
Las estadísticas muestran una escuela en la que se enseña poco y se aprende menos. Los resultados de las últimas pruebas Aprender revelaron que el 46,4% de los alumnos de 5° y 6° año del secundario no comprende un texto básico, mientras el 70,2% no puede resolver cálculos matemáticos elementales. Estas pruebas, que abarcan escuelas públicas y privadas, primarias y secundarias, confirman un dramático diagnóstico sobre la calidad educativa en general, con peores resultados en el nivel secundario y en la escuela estatal.
Otro dato habla de una grieta profunda en el sistema educativo: la deserción en las secundarias públicas es más del doble que en las privadas. Según cifras oficiales, cada 100 chicos que ingresaron a primer grado en una escuela privada en 2003, 70 terminaron el secundario en 2014. Pero de 100 que ingresaron a escuelas estatales, solo terminaron 29. Son números que expresan un drama social. Hoy, no terminar la escuela prácticamente equivale a una condena de marginalidad y desempleo.
Sin embargo, los números no alcanzan a describir la dimensión de la crisis. Hay patologías que atraviesan la escuela pública y que son muy difíciles de medir. Los docentes viven con miedo (a la violencia, al sistema, a la estigmatización, al "escrache", al sumario fácil); el bullying lo sufren muchos chicos pero también muchos profesores; la autoridad del maestro está en crisis, si es que no ha quedado abolida; la impotencia paraliza las energías creadoras de los docentes; la politización se ha enquistado en los colegios; la alianza entre la escuela y los padres se ha roto. El estado de abandono de los edificios escolares es un reflejo de cómo está el sistema. Este "combo" ha producido una escuela acobardada, resignada, desmotivada. Eso se percibe al hablar con padres, docentes y con los propios alumnos.
Gonzalo Santos es un joven profesor de Lengua que ha trabajado en distintos establecimientos del Gran Buenos Aires. Contó sus experiencias en un libro desgarrador (En las escuelas. Una excursión a los colegios públicos del GBA), donde describe una escuela "patoteada", que ha bajado los brazos ante la violencia cotidiana, en la que los alumnos fijan las reglas por la fuerza y los directivos recomiendan "caerles bien para que no te hagan la vida imposible".
Miedo de poner un aplazo
La descripción de Santos deja sin aliento: los profesores tienen miedo a poner un aplazo; los exámenes son simulacros; las sanciones son aplicadas al profesor que intenta poner límites y no al alumno que los desafía. Santos no es un "dinosaurio" de la "vieja escuela autoritaria". Nació en 1984. Cursó la primaria hace 25 años y dice que en esa época "todavía había una regla muy sencilla que decía que si no estudiabas, no aprobabas, y si no aprobabas eras castigado. Así funcionaban las cosas". En su libro cuenta experiencias que muestran al docente desautorizado y hasta ridiculizado por sus superiores si intenta sostener criterios de exigencia y disciplina dentro del aula. "Lamentablemente -escribe- el profesor no debe soportar solamente la denigración de los alumnos, sino además de los directivos, los ministros, la opinión pública o los padres".
Jaim Etcheverry, presidente de la Academia Nacional de Educación y ex rector de la UBA, escribió hace veinte años La tragedia educativa, una obra que tuvo el mérito de advertir, con coraje, sobre una crisis que ya era muy profunda a fines de los 90. Cuando se le pregunta, ahora, cómo evolucionó aquella "tragedia", la respuesta abona la preocupación. "Contamos, sin duda, con mucha mayor información acerca del sistema educativo que hace dos décadas. Pero creo que la situación es aún peor que entonces", advierte.
¿Por qué se ha agravado la crisis en los últimos veinte años? "La clave reside en el desprestigio social de la educación, no en el discurso pero sí en los hechos concretos -dice Etcheverry-. Nadie se considera afectado personalmente por la crisis, y por lo tanto no se genera la suficiente presión social como para que la escuela vuelva a la humilde pero trascendente tarea de enseñar. La recuperación solo comenzará cuando la docencia sea valorada y nuestros mejores jóvenes se dediquen a ella". En pocos trazos, el ex rector de la UBA marca un rumbo: se trata de que la escuela vuelva a enseñar y de que los que enseñen sean los mejores.
Valorar la enseñanza
Es la fórmula que les ha dado resultado a países que, en pocas décadas, lograron construir sólidos sistemas de educación pública. El periodista Andrés Oppenheimer lo sintetiza en un ejemplo: "Cuando visité Singapur, una de las cosas que más me impactaron fueron sus billetes de dos dólares, que en lugar de tener la imagen de sus próceres de la independencia, tienen la imagen de una universidad y un profesor con sus estudiantes. En ellos aparece en mayúsculas la palabra ?educación'. Es uno de los países en los que sólo pueden aspirar a ser maestros los que se gradúan con las mejores calificaciones. Y en los que el docente disfruta de un estatus social relativamente alto". Singapur ocupa el primer lugar en el ranking de las naciones más prometedoras del mundo, elaborado por el Banco Mundial. "El secreto fue que, en parte porque no tenía recursos naturales, decidió invertir en educación", explica Oppenheimer.
Algo parecido observó en Finlandia un grupo de argentinos (integrantes de la Red de Acción Política) que fue a estudiar el modelo educativo de ese país para "importar" ideas. Entre ellos estuvo la ex senadora María Eugenia Estenssoro, que dice que la clave del modelo finlandés está en la jerarquización y la sólida formación docente. "En todo el país tienen siete centros estatales de formación e investigación de altísimo nivel. De cada 100 candidatos que se postulan para la carrera, ingresan 14. En nuestro país tenemos 1200 institutos, entre públicos, privados y universitarios, con poco control curricular y sin examen de ingreso o egreso", detalla. En los años 70, Finlandia padecía un pésimo sistema educativo. Hoy tienen un modelo admirado en el mundo. "Lo que hicieron fue un gran acuerdo nacional entre líderes políticos y el sindicato docente [hay uno solo, muy fuerte] para trabajar juntos, sin conflictos", explica Estenssoro. "El resto son cosas simples pero sensatas: maestros bien formados, con prestigio social, que cobran sueldos razonables pero intermedios en la escala de ingresos, y que son ?los dueños del aula'. No tienen escuelas futuristas, ni profesores cibernéticos; tienen confianza en los docentes, continuidad en la enseñanza, espacios de buena convivencia y apoyo de la comunidad. Así produjeron una revolución".
En Argentina, dice, la única opción para mejorar la educación pasa por un acuerdo multisectorial, que incluya a los sindicatos docentes, y que establezca metas compartidas sobre la base de un debate honesto, "sin eslóganes oxidados".
El drama de nuestra escuela pública, especialmente en el complejo entramado sociourbano del Gran Buenos Aires, es que ha dejado de ser un espacio de integración e inclusión para transformarse en la única alternativa de las familias más pobres. "Nuestro sistema escolar no es socialmente inclusivo y el nivel de conocimientos de los alumnos es muy bajo -dice Guadagni-. En la década del 90, la Unesco realizó una prueba en América latina y nuestros alumnos primarios se ubicaron en segundo lugar. En la última prueba, pasamos al octavo."
La demanda social
Frente a esa realidad, Guadagni dice que "hay que fortalecer todos los niveles, pero debemos comenzar por el inicial". Destaca, además, que es fundamental cumplir con la jornada escolar extendida, que se estableció por ley en 2006 pero todavía no se cumple. En las primarias estatales, sólo el 14% asiste a escuelas con esta modalidad. Guadagni, mientras tanto, coincide con otros especialistas en diagnosticar el problema de fondo: "No es vigorosa la demanda social por una mejor educación".
Contra lo que podría suponerse, no alcanza con poner plata. En la última década, el presupuesto educativo global creció hasta alcanzar el 6% del PBI. No está mal, según parámetros internacionales. También creció el número de cargos docentes en las escuelas estatales (un 19%, entre 2003 y 2015). Más presupuesto, menos alumnos y más cargos docentes parecerían una ecuación virtuosa. Sin embargo, estamos en el peor de los mundos: los resultados en el aprendizaje bajaron, los niveles de deserción escolar aumentaron y la percepción social sobre la escuela pública se ha deteriorado aún más. La Argentina tiene ahora, en primarias estatales, unos 13 alumnos por cada maestro, mientras que esa relación es de 17 a 1 en países como Japón, Holanda o Canadá. El problema es que muchos de esos cargos docentes son devorados por las deformaciones del sistema: cargos burocráticos, licencias descontroladas, suplentes de suplentes. Y "el sistema", teñido de privilegios e intereses corporativos, se resiste a ser evaluado y depurado.
El alumno en el centro
¿Cómo empezamos a remontar la cuesta? El director general de Cultura y Educación de la Provincia, Gabriel Sánchez Zinny, dice que hay que comenzar por algo básico pero fundamental: "Tenemos que poner al alumno en el centro. Los países con mejores resultados son aquellos que han definido políticas educativas enfocadas en los estudiantes, las han mantenido en el tiempo y han acordado que la educación es una política de Estado que va más allá de los intereses partidarios y de corto plazo". ¿Estamos avanzando en esa dirección? Sánchez Zinny afirma que sí. Y describe reformas curriculares, programas para bajar la deserción, concursos para jerarquizar a los directores y políticas para darles mayor autonomía en el manejo de las escuelas, además de medidas que apuntan a transformar la cultura laboral en las escuelas. Los resultados, asegura, se verán más adelante.
Hay muchos obstáculos por superar. El sistema educativo bonaerense es un "monstruo" excesivamente centralizado: 18 mil establecimientos (entre los de gestión estatal y los de gestión privada) y 4.700.000 alumnos en todos los niveles (3.200.000 en instituciones del Estado). "Es un sistema que ha perdido gobernabilidad para construir un camino de mejora, que no puede conducir procesos de calidad para los alumnos y no construye un encuadre en el que puedan aprender", dice Iaies.
Quizás haya que empezar por el principio, sin reformas grandilocuentes ni expectativas desmesuradas. Quizás haya que trazar objetivos básicos y trabajar para que los docentes recuperen el orgullo de ser docentes; las escuelas sean ámbitos limpios y contenedores; las reglas se cumplan y los chicos tengan que estudiar. Se trata, después de todo, de lo que dice Jaim Etcheverry: volver a la humilde pero trascendente tarea de enseñar. Hay muchos docentes que están dispuestos a emprender esa tarea. Piden que se los respalde y se los defienda. Hay millones de padres que necesitan volver a confiar en la escuela que a ellos mismos los formó. Para eso, seguramente, hará falta un gran acuerdo por la educación de nuestros hijos.