Apertura de sesiones, una oportunidad para la democracia
Hoy se llevará a cabo una nueva apertura del año legislativo. Es un acto que no solamente tiene rango constitucional, sino que encarna y simboliza uno de los rituales esenciales de la república y que, al igual que la entrega de los atributos presidenciales de un mandatario a otro por ejemplo, es una ceremonia que representa además los valores trascendentales y básicos del sistema democrático.
Cuando el presidente de la Nación hace anualmente la apertura de las sesiones del Congreso, en el período que transcurre entre el 1° de marzo y el 30 de noviembre, rinde cuentas del estado de la Nación, de las reformas prometidas, y recomienda las medidas que considera necesarias y convenientes para un mejor funcionamiento de la República. Esta práctica data de la época del Parlamento inglés, donde el rey/reina, se hacía presente ante él y proponía los asuntos que eran de suma importancia tratar y las leyes que necesitaba para cumplir sus objetivos. Esta tradición fue reproducida por los Estados Unidos en su carta magna, y de allí imitada por la mayoría de las Constituciones con sistema presidencialista.
De la lectura de la manda constitucional, se desprende que ambas Cámaras se reunirán “por sí mismas”, lo que significa que ante la ausencia en la inauguración del presidente de la República, esto no impide bajo ningún aspecto que el Poder Legislativo comience a trabajar y ejercer en toda su plenitud sus atribuciones constitucionales.
Haciendo un poco de historia vemos que en contadas oportunidades dicho acontecimiento ha sucedido, y sólo podemos mencionar a Bartolomé Mitre, que no participó por encontrarse en el frente de batalla de la guerra con el Paraguay en 1871, y Domingo Faustino Sarmiento, quien recién se hizo presente en julio del mismo año. Haciendo un homenaje a su apodo del “Peludo”, durante la administración de Hipólito Yrigoyen, éste no se presentaba a la tradicional apertura, pero enviaba un mensaje a cada legislador con “una memoria detallada del estado de la Nación” confeccionada por cada uno de sus ministros. Finalmente, y por motivos de enfermedad, no hicieron la apertura Roque Sáenz Peña en 1914 y Roberto Marcelino Ortiz en 1939, 1941 y 1942.
Joaquín V. González describía con acierto el espíritu de la apertura de sesiones y el mensaje presidencial sosteniendo que es una forma de comunicación entre ambos poderes, donde el primer magistrado de la Nación, informa “de todo lo concerniente a la administración y bienestar general de la Nación y el estado de sus relaciones exteriores e interiores. Son, por otra parte, muy raros los casos en que el Presidente puede dirigirse en su solo nombre y con toda amplitud de ideas al pueblo; por eso el mensaje anual suele ser esperado como portador de revelaciones importantes sobre propósitos del gobierno, como un documento demostrativo de la prosperidad o los recursos del país”.
La definición del ilustre riojano interpreta cabalmente la importancia administrativa, institucional, y política de esta ceremonia. No debe ser una tribuna partidaria ni un púlpito desde donde lanzar diatribas hacia aquellos que piensan diferente. En este tiempo de incertidumbre y crisis, éste discurso debería ser un espacio de serenidad, respeto, reflexión y de construcción de futuro. Es una oportunidad que brinda el sistema democrático de conocer y trazar una agenda común, de mostrar un rumbo y un destino para todos los argentinos. Que así sea.
Abogado Constitucionalista