Antinomias baldías: los embajadores profesionales y los embajadores políticos
Existe una creencia urbana que opone dos paradigmas: el diplomático profesional respecto del político; y el de “la vieja escuela”, en contraposición al “digital”.
Es útil problematizar estos conceptos, algo rancios por repetidos. Ya en el siglo pasado el científico social Max Weber sistematizó el binomio administración técnica versus política. Siguieron Herbert Simon y Oscar Oszlak, entre muchos otros.
En la Argentina -a diferencia de otros países, en los que el encargado de materializar la política exterior es el cuerpo permanente-, existen los llamados “embajadores políticos”, al modo de los Estados Unidos.
Argentina fija en 25 los cargos para embajadores no profesionales, mientras que en Estados Unidos hay un porcentaje, que hoy es del 31% −durante Lyndon Johnson llegó al 40%−. Aunque un sector de los profesionales reniega de esa potestad ejecutiva, no parece irrazonable que exista un cupo para que el presidente proponga un político de su confianza o conveniencia a cargo.
Cuando se está en el país, la misión del servicio exterior es la de ejecutar la política exterior. Cuando se está en el exterior, la de informar y materializar instrucciones, adaptándolas al terreno.
Como se sabe, las visiones de los gobiernos triunfantes en las elecciones suelen ser muy diferentes, y la polarización estimula la politización en su sentido menos decoroso. El poder político adopta determinadas decisiones, no siempre con los elementos objetivos a mano. Por ello, para los funcionarios de la carrera existe el desafío permanente de ejecutar políticas diversas y hasta adversas: la política de plegarse unilateralmente a una potencia no equivale a sostener el multilateralismo. Minimizar la integración, difiere de tratar de tener autonomía relativa frente al poder mundial por vía de los bloques regionales.
No prestar importancia al aporte de las energías renovables, es la antítesis de estimular la transición energética híbrida, contemplando el cambio climático. Sin embargo, el diplomático profesional debe hacer su trabajo y mantener sus convicciones personales, en ambientes tan cambiantes como ésos. No es soplar y hacer botellas.
Dije al comienzo que la creencia consiste en decretar apto y diestro al embajador de carrera, e inepto y turístico al político. En el proceso de elaboración de una política pública, cualquier decisión relevante que se quiera materializar, supone la resolución de complejas cuestiones técnicas.
Se atribuye a los embajadores técnicos una competencia ausente en los políticos, y -eventualmente- se reconoce en los políticos la disponibilidad de redes de relaciones de poder que facilitan el indispensable vínculo entre el lugar de destino y la sede nacional. Sin embargo, he conocido embajadores de profesión con una lúcida mirada, como la del mejor profesional de la política (Lucio García del Solar, Federico Mirré), y embajadores de circunstancias con una gran facilidad para trabajar en cuestiones específicas de la diplomacia (Darío Alessandro, Juan Manuel Casella). La casuística desborda a los estereotipos.
Por lo demás, la distinción entre “vieja escuela” y embajadores “3.0″, también es engañosa. Hay embajadores añosos (formados o de origen político), con una lógica futurista y audaz de la política internacional, capaces de anticipar los escenarios de colisión y formular respuestas antes de tener que darlas. Y no faltan los noveles entre ambas categorías a los que embrujan los resplandores de los cócteles, y que antes de empezar ya poseen todos los atributos del estereotipo conservador. Ello, aceptando que el cóctel, además de ser una escena social para comparar ropa nueva (parafraseando a George Carlin), puede ser la oportunidad de trabajo en la que encontrar al ministro que no atiende el teléfono.
La denominación “vieja escuela” suele aludir peyorativamente a prácticas tradicionales que, extremando los rasgos, podrían condensarse en: una cultura de la jerarquía; una noción de la horizontalidad que tiene por modelo al gentlemen’s club; y un culto exacerbado de la forma sobre el contenido, desde lo gestual a la escritura y a toda la semántica de la acción.
Nada de lo acartonado es nuevo. Lo muestran los conocidos reportes de los diplomáticos polacos antes las cortes musulmanas, o las cortes orientales en Estambul y Bahçesaray. Lo esencial para la excelencia es el reclutamiento y el estímulo. Si en una carrera los dos incentivos principales son el progreso en el escalafón y el destino, habrá una tendencia a la omisión del error más que al acierto, porque durar es ascender. Y una subordinación al arbitrio político, porque es el poder político el que determina quién va adónde. Hora de reformas.
Todos los embajadores, además de tener las mismas obligaciones, desempeñan una tarea profundamente política, lo que difiere de utilizar cuestiones de política internacional para hacer proselitismo doméstico. Por el sistema de designación, los embajadores políticos pueden y suelen hacer valer más su impronta personal. “El estilo es el hombre mismo”.
Para los profesionales, el “hacer política” va de la mano de las precauciones. La transitoriedad otorga mayor amplitud para la personalidad. Cada uno tiene su propia concepción sobre cuál es el mejor modo de defender los intereses permanentes de su país, sin olvidar que la distancia entre la prudencia y la molicie puede ser escasa. De los tiempos muertos, la importancia del ceremonial. Y de allí, la tendencia a parecer más embajador del país de destino en el propio, que al revés.
Cabe concluir afirmando que, para representar jurídicamente a un país hay que ser diplomático -profesional o transitorio-, pero para enaltecer los rasgos dominantes de una Nación, no. Durante una entrevista, recuerdo, un periodista le preguntó a Chavela Vargas sobre su nacionalidad. “Sí, soy mexicana”, respondió. “Pero Chavela, usted nació en Costa Rica”. Y la intérprete contestó con orgullo azteca: “¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”. Ningún embajador, político o de carrera, podría haber honrado de manera más memorable a su país de elección.
Embajador de la Argentina en Chile