Ante la verdad aburrida, el chupete digital
En el documental El dilema de las redes sociales, expertos develan los trucos de las empresas para provocar adicción a las pantallas
En la historia siempre estuvo presente algún tipo de tecnología. Hoy, la gestión misma de la vida en la civilización compleja y global depende de las prestaciones tecnológicas vinculadas con internet, los algoritmos y la inteligencia artificial. La vida cotidiana también es impensable sin las redes sociales o el uso de los celulares.
La omnipresencia de lo digital es progreso, pero también posibilidad de mayor manipulación. Esto último es lo que ausculta el difundido docudrama The Social Dilemma (El dilema de las redes sociales), de Jeff Olowski, estrenado en febrero de 2020 en el Festival de Cine de Sundance, en Estados Unidos, y luego incluido en la oferta en streaming de Netflix.
Su discurso narrativo se asienta en entrevistas a catedráticos y exejecutivos de Silicon Valley, como Tristan Harris, un ex ingeniero de Google y fundador de Center for Humane Technology; Justin Rosenstein, creador del botón de Me Gusta de Facebook y confundador de Asana; Shoshana Zuboff, profesora de la Universidad de Harvard; y el pionero de la realidad virtual Jaron Lanier, entre otros.
Los entrevistados subrayan las dimensiones negativas de las redes: por un lado, un modelo de negocios de empresas como, por ejemplo, Facebook, Twitter, Google, cuyo propósito es capturar la atención y el tiempo de los usuarios. Esto se consigue mediante la excitante adicción a las pantallas y la recopilación y organización de los datos a través de algoritmos que registran los "me gusta", los tiempos de lectura, los comentarios, las reacciones a las imágenes y búsquedas que se depositan en grandes servidores. Todo esto genera un flujo de información sobre hábitos, gustos y deseos de los usuarios. Un trabajo de minería de datos cuyos resultados son ofrecidos a clientes diversos: desde marcas de autos y cosméticos hasta gobiernos, universidades y políticos, que compran esa información sensible a fin de direccionar una publicidad personalizada que busca vender más productos o ideas a una audiencia global.
Pero este proceso funciona si aumenta la conectividad de los usuarios a sus perfiles, con más tiempo de demanda de contenidos y visualización, de modo de forzar una mayor exposición a una invasión incesante de anuncios. Por eso detrás de la apariencia de gratuidad de uso de distintas aplicaciones, se esconde el principio: "Si no pagas por el producto, el producto eres tú". Es decir, la capitalización de la atención y tiempo del usuario, lo que dispara las ganancias de los anunciantes y de las aplicaciones y plataformas en la sociedad informatizada. Estrategia de negocio eficaz que, según el índice de multimillonarios de Bloomberg, le granjea a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, una fortuna que supera los 100.000 millones de dólares.
Desde el decir de los entrevistados surge un saber del desciframiento de las herramientas para la conquista de la atención y el tiempo; entre éstas relucen el desplazamiento automático, la oferta continua de contenidos para que el tiempo en red se prolongue al máximo, como cuando al terminar una película o un video se sugiere inmediatamente otro para continuar; las notificaciones para devolver al río de la red en línea a los que osan permanecer fuera; el atractivo de los "me gusta" como ofrecimiento de una sensación de bienestar que atrae, irresistiblemente, a los usuarios, como ya destaca la serie Black Mirror, en su famoso capítulo de la tercera temporada "Caída en picado".
Tras la conquista de la atención actúa la llamada tecnología persuasiva cuyo fin es cambiar el comportamiento de los usuarios a través de la persuasión y la influencia sin coacción. Uno de sus campos principales es el de las interacciones persona-ordenador, relacionado con investigaciones en la Stanford University. El peso de la ansiedad se aligera al degustar el "chupete digital" del celular como compulsión adictiva, afirma Harris. En este proceso prevalecen los estímulos placenteros de los "me gusta" y los comentarios favorables. Así la dopamina, el neurotransmisor de la sensación de bienestar y alegría, es estimulada en proporciones sin antecedentes. Cruce entre tecnología persuasiva y neurociencia que sabe que cuánto más satisfacción por la conectividad, mayor necesidad de apelar a una nueva conexión para repetir el placer que cancela, brevemente, la angustia.
El psicólogo social Jonathan Haidt asegura que las redes propician depresión y ansiedad que atrapan, en especial, a niños y adolescentes. Se alega el ejemplo de una niña cuya autoestima se desvanece al ser criticada en línea por un rasgo físico. Y la estadística de suicidios de niños en alza suscribe la vulnerabilidad de la generación Z (los nacidos entre 1995 a 2010) que no conoce un mundo sin redes. Pero también el estatus de la verdad es perturbado por las noticias falsas. Estas se multiplican 6 veces más rápido que las verdaderas, según un informe del Instituto tecnológico de Massachusetts (MIT). La información falsa genera más dinero que la verdad. Y esto porque, asegura uno de los expertos, "la verdad es aburrida". Un desdén que se viriliza respecto a los hechos reales verificables y la vieja búsqueda de la verdad por la filosofía, las religiones o la ciencia,
Las fake news fraguan desinformación al difundirse, entre otros dislates, que la ingesta de agua cura el coronavirus. O confieren otro placer compensatorio: el de encerrarse en la propia "burbuja informativa" merced al hecho de que los algoritmos solo proponen noticias que confirman lo que se quiere ver y escuchar según las preferencias manifestadas por las propias búsquedas de los usuarios. Una forma de sustitución de la realidad, que es multiplicidad y contradicción, por otra solo compuesta por lo que confirma las propias creencias.
El uso manipulador de las redes contribuye también a la polarización y la violencia. Como, por ejemplo, la persecución y matanza obrada por la mayoría de la población budista en Birmania contra la minoría de musulmanes rohinyás a través de consignas de discriminación difundidas a través de Facebook.
La manipulación del mundo digitalizado lo desvía de su mejor función: la comunicación y prestación de servicios, y un más fácil acceso al conocimiento para un mejor ejercicio de las libertades como parte de una gestión democrática real que no se agote en postulaciones retóricas.
Frente a la invasión de la atención y el tiempo, Harris propone como panacea liberadora deshabilitar las notificaciones; solo conectarse por necesidad racional y no por obsesión adictiva. Consejos "liberadores" que incluyen ser dueños de las propias búsquedas, evaluar de forma reflexiva las recomendaciones, e incluso la conveniencia de atender a las posiciones diferentes a las propias para salir de la propia burbuja. O desconectarse antes del dormir de modo de impedir la invasión del sueño por la hiperconexión.
Se ha criticado que los entrevistados son, al menos en parte, constructores y cómplices del mundo que critican; o que se confunde la tecnología digital con sus usos. Pero también hay en lo dicho algo no dicho, al menos con la suficiente claridad. Pertenece a lo no dicho, entre muchas otras cuestiones que no podemos consignar aquí, que los usuarios no solo son víctimas de la manipulación sino también generadores de contenidos, muchos positivos y otros destructores del respeto a lo diferente, que obstruyen el diálogo y la tolerancia. Y lo no dicho, o solo sugerido por el interesante crítico de la dependencia digital Jaron Lanier, es que la atención alienada en las redes lleva al olvido de la realidad física.
Y si la verdad es aburrida, es aburrida también toda la realidad, que incluye lo virtual y lo físico, lo urbano y la naturaleza amenazada por el cambio climático; y si la verdad es aburrida, la mentira entretiene más, pero a condición de olvidar que las esperanzas y las tragedias son lo encarnado en las personas y no solo la atención atrapada por el brillo magnético de la pantalla.
Filósofo, escritor y docente; su último libro es La sociedad de la excitación (Ediciones Continente)