Ante la celebración espiritual
Las celebraciones espirituales tanto en el judaísmo, en el cristianismo como en el islam, son momentos de sosiego, de búsqueda de paz, reconciliación y afecto. Amén de las comidas clásicas y de los brindis, es la introspección que los acompaña lo que le da esencia y sentido a la ocasión. Es el tiempo de observar desde una posición distinta aquello que acaece en el derredor diario. Es trepar a la cima del cerro para contemplar desde allí el valle de la cotidianidad.
Quisiera acompañar a mis hermanos cristianos, ante la Natividad y el comienzo de un Año Nuevo, en la observación crítica de la realidad de la que formamos parte.
El presente, tanto en el ámbito local como en el internacional, se caracteriza por su violencia. Atentados, agresiones de todo tipo, amenazas, mentiras que se repiten hasta el hartazgo pretendiendo transformarlas en verdades, cizaña que se planta constantemente para que germine en odio, conforman gran parte de la imagen de lo humano en estos últimos días de este 2017.
Pueblos sufrientes, regímenes dictatoriales, injusticias sociales, caben distinguirse en el seno de una humanidad que, paradójicamente, por otro lado supo desarrollar tecnologías capaces de mitigar el hambre y demás plagas que la azotan.
Hay un componente de arrogancia y destructividad en lo humano que prevalece por sobre las muchas virtudes que también posee. El ansia de poder, de adquirir inconmensurables riquezas, de sentirse el centro y fin último del universo sigue siendo el factor que dirige al vector del devenir humano en muchas latitudes.
En las últimas décadas surgieron todo tipo de movimientos que invocan ser los auténticos intérpretes de sus religiones, predican la intolerancia y en sus expresiones más radicales hasta asesinan en nombre de Dios.
¿Qué le queda al simple individuo ante esta realidad? Aferrarse con cariño y responsabilidad a aquellos que lo acompañan en la senda de la vida. Comprometerse con los valores que saben de justicia, equidad, misericordia y piedad, y propalarlos en la medida de las posibilidades. Es lo mínimo por hacer a fin de no perder la cordura, en la demencial vorágine que impulsa la vida posmoderna.
Y al igual que en todos los tiempos, los que fueron y los que serán, pueda la sensibilidad humana percibir la tenue voz de Dios, pues tal es la característica de Su voz, según el relato descripto en el Libro de los Reyes (1, 19:12) cuando el Señor se reveló al profeta Elías. Que en medio de la cacofonía que aturde los oídos y las mentes pueda distinguirse esa tenue y silenciosa voz que revela al hombre su condición de grandeza.
Sirvan estas reflexiones, junto a mis mejores deseos, cual carta abierta para mi querido amigo, el papa Francisco, y para todos los cristianos que se prestan a celebrar una natividad de paz, con paz.
Y que el año que comienza, amén de recrear las esperanzas de un mundo mejor, pueda ser el tiempo en el que dichas esperanzas y sueños comiencen a trocarse en realidad.
Rabino