Ante dos modelos de democracia
El filósofo norteamericano John Dewey escribió La ética de la democracia cuando tenía apenas 29 años. En ese ensayo, comenzó a desarrollar una idea que luego profundizaría durante el resto de su vida: la democracia es ante todo una forma de relacionarse con otros, abierta al diálogo, al debate y al experimentalismo, en busca de soluciones compartidas en sociedad. Independientemente de su derrota en las elecciones presidenciales venezolanas, hay que destacar que Henrique Capriles apostó a esta manera de concebir la democracia. Debería ser ejemplo para nuestro país y para toda la región.
Los gobiernos populistas latinoamericanos, a diferencia de lo que postula Dewey, operan con otra concepción de democracia que, paradójicamente, choca contra la retórica progresista que las caracteriza. Esa concepción fue articulada por Joseph Schumpeter en su clásico libro Capitalismo, socialismo y democracia. Para Schumpeter, la democracia es simplemente un mecanismo para elegir líderes y legitimar gobiernos a través del voto.
Sin duda, el sistema de votación es una fuente de legitimización de un gobierno, pero en manos de nuestras democracias populistas la legitimidad otorgada por el voto pasa a justificar cualquier atropello: avasallamientos a la libertad de prensa, la división de poderes, la independencia judicial, la búsqueda de reformas constitucionales interesadas y la falsificación de estadísticas, factores que hasta pueden hacer peligrar la transparencia de un proceso electoral. Es solamente con la visión escueta de la democracia articulada por Schumpeter que nuestros líderes populistas pueden considerarse buenos demócratas.
Dewey propone otra visión. Para él, la democracia no es solamente una forma de gobierno en la que toman decisiones los políticos elegidos por una mayoría. De hecho, en La ética de la democracia escribe que "el corazón de la cuestión no pasa por el voto ni por el recuento de votos. [...] Es el proceso por el cual se forma esa mayoría lo que realmente importa".
Ése es un punto fundamental. El proceso de construir mayorías electorales se puede dar de distintas maneras: mediante la profundización de divisiones o la convocatoria a la unidad nacional; construyendo a futuro o hurgando en el pasado; fomentando rencores o buscando la reconciliación de partes; sobre la base de la mentira o de la transparencia. El proceso de construcción de mayorías no es neutral ni inocente; la forma que toma afecta no sólo la calidad institucional, sino también, como hemos aprendido en estos años, la calidez de la interacción que disfrutamos con nuestra familia y amigos, nuestros vecinos y la comunidad dentro de la cual nos movemos de manera más amplia.
Por eso, el ejemplo más importante que brinda Capriles no es la construcción de una opción para oponerse a Chávez. Es, más bien, su intento de articular una opción superadora que trascienda las profundas divisiones acentuadas en la última década.
Sería bueno que en nuestro país empecemos a definirnos no solamente en relación con aquello que rechazamos, sino también en relación con lo que podemos hacer para construir a futuro la Argentina de la cual todos somos parte.
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