Animales en vez de próceres
Hay una extendida opinión entre nosotros de echar la culpa de todos nuestros males a la política y a los políticos. Eso lo entendió bien Macri y tomó la decisión de gobernar y mostrarse como algo superador de la política. Y sin duda la estrategia le dio resultado. Una muestra del proceso de despolitización es la sustitución de políticos por animales en los nuevos billetes, decisión comprensible por la voluntad de dar a conocer nuestra rica naturaleza. Pero abre el debate sobre si se justifica esquivar que Rosas y Sarmiento fueron políticos emblemáticos que gobernaron y definieron el rumbo de nuestro país; Rosas, como gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, y Sarmiento, como presidente de la Nación que sucedió a Bartolomé Mitre como factótums de la organización nacional al fin de las guerras civiles del siglo XIX.
¿Es positivo eliminar la política y a los políticos del cuerpo social como si tratase de una cirugía reparadora? ¿Ninguna responsabilidad les cabe a empresarios, periodistas, religiosos, etc.? ¿Acaso no se trata de distinguir la buena de la mala política, de aislar, juzgar y condenar a quienes hacen de la política un escenario de sus propias ineficiencias y codicias en desmedro del bienestar de sus compatriotas?
Veamos quiénes fueron nuestros próceres expulsados del paraíso de la emisión monetaria, ambos polémicos, ambos con virtudes y defectos sobresalientes. Pero ambos esenciales para comprender la historia política de nuestra Argentina. Juan Manuel de Rosas gobernó durante 20 años, en los que definió nuestra identidad nacional. No casualmente fue entonces cuando empezamos a ser nombrados como República Argentina, en las lejanas huellas de Del Barco Centenera. Se destacan entre sus logros el haber fomentado las industrias locales ante la importación de artículos extranjeros con la ley de aduana de 1841. Es sabido también que defendió nuestra soberanía ante las invasiones de las mayores potencias de entonces, Francia e Inglaterra, obligándolas a retirarse sin cumplir con sus objetivos, lo que le valió que nuestro héroe máximo, el gran José de San Martín, le legara su sable libertador. Se le critica haber ejercido el poder despóticamente, especialmente a través del grupo paraestatal la Mazorca.
En cuanto a Domingo Faustino Sarmiento, fue el genial inspirador del desarrollo de la educación argentina, convencido de que un país con casi la totalidad de su población analfabeta o semianalfabeta no podía incorporarse a las naciones relevantes del mundo. Fue un firme impulsor de una "civilización agrícola" basada en el acceso masivo a la propiedad de la tierra, a través del sistema de colonias agrícolas. Periodista de fuste, también autor del magistral Facundo, considerado por muchos el texto fundacional de nuestra literatura. Se le reprocha haber descartado al gauchaje federal del proceso civilizatorio y haber sido un declarado enemigo de los caudillos provinciales.
Lo interesante de los billetes tradicionales es que era posible tener en un mismo bolsillo a Sarmiento y a Rosas, enconados adversarios en vida. Aunque no perdieron la oportunidad de expresar su recíproca admiración cuando las circunstancias lo permitieron. "El libro del loco Sarmiento es de lo mejor que se ha escrito contra mí: así es como se ataca, señor; así es como se ataca; ya verá usted cómo nadie me defiende tan bien, señor", pone en boca del Restaurador su biógrafo contemporáneo, Antonio Saldías. En cuanto a Sarmiento, le confiesa al mismo Saldías: "Jovencito, no tome como oro de buena ley todo lo que he escrito contra Rosas. Era nuestro enemigo político".
En realidad, en vez de hundirlos en el olvido se podría haber exaltado en ellos las virtudes que todo político debe tener hoy. Ambos fueron vehementes en la expresión y obtención de sus ideales que representan el proyecto federalista, Rosas y Sarmiento, el centralista. Puede arriesgarse que la grieta entre el populismo y el liberalismo se arrastra desde entonces. Por otra parte, y esto es de remarcar, ambos nunca pudieron ser acusados de deshonestidad a pesar de la envergadura de sus enemigos.
Cabe preguntarse si en cumplimiento de desterrarlos de carteras y billeteras no hubiera sido mejor imitar al Uruguay, que luce en sus billetes a personalidades relevantes de su cultura. Podemos imaginar en los nuestros a José Hernández, Antonio Berni, René Favaloro, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Julieta Lanteri. Candidatas y candidatos sobran.
Pero se ha elegido la versión zoobotánica. Como una broma ejemplarizadora del destino o de la historia, el formidable monumento a Sarmiento de Auguste Rodin está emplazado donde antes se elevaba la casa de Rosas, en Palermo, derribada por la intolerancia el 3 de febrero de 1899. Obligados entonces a una convivencia imaginaria que los une ante la afrenta de ser remplazados por un mamífero camélido y un plumífero depredador.