Angelelli, el primer mártir argentino
Más de 40 años después de su trágica muerte en La Rioja y luego del silencio que la Iglesia mantuvo durante varias décadas, el papa Francisco reivindicó y proclamó mártir al obispo Enrique Angelelli. El sábado próximo, la comunidad riojana acompañará la beatificación de su pastor más emblemático, que pasará a ser venerado en los altares junto con los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera, quienes derramaron su sangre y también fueron declarados beatos.
Los cuatro mártires riojanos son las primeras víctimas de la dictadura militar en alcanzar el reconocimiento de la Iglesia, que hoy los coloca en el camino de la santidad. En una decisión que genera resistencia en sectores católicos tradicionales, Francisco afirmó que todos ellos murieron "por odio a la fe", en una Argentina signada por el desencuentro y la violencia.
Tuvieron influencia en el proceso de beatificación la sentencia judicial de 2014 que certificó que Angelelli murió por "una acción premeditada, provocada y ejecutada en el marco del terrorismo de Estado" y la documentación que aportó el propio Francisco, al enviar las cartas que se conservaban en el Vaticano, mandadas a Roma por el propio Angelelli en los días previos a su trágico destino para denunciar "la desesperante y angustiante situación" que se vivía en ese tiempo en la diócesis.
Nacido en Córdoba, en 1923, Angelelli era el mayor de tres hermanos y sus padres eran de origen italiano. Ingresó al seminario a los 15 años y concluyó sus estudios en Roma, donde fue ordenado sacerdote en 1949, en una iglesia jesuita. Ya en ese tiempo sus compañeros en el Colegio Pio Latinoamericano, donde estudiaban varios argentinos, lo bautizaron "el Pelado". Tomó contacto con la Juventud Obrera Católica (JOC), fundada por el canónigo belga Joseph Cardijn, y al regresar a Córdoba –ya sacerdote– impulsó el trabajo pastoral con los obreros, lo que lo acercó a los sindicatos y dirigentes gremiales.
Muy joven, a los 37 años, Juan XXIII lo nombró en 1960 obispo auxiliar de Córdoba y en esa condición participó activamente en el Concilio Vaticano II, en favor de una renovación en la Iglesia, particularmente en lo atinente al diálogo con el mundo contemporáneo. Hizo aportes significativos para revalorizar la formación de los sacerdotes –acompañó incluso una propuesta para fijar una edad mínima de 30 años para acceder a la ordenación– y fue uno de los cuatro obispos argentinos que firmó el Pacto de las Catacumbas, un acuerdo suscripto por unos 40 padres conciliares –muchos de ellos latinoamericanos– que se comprometieron a vivir los ideales de pobreza y sencillez, dejando de lado los palacios, el lujo y el confort. Un anticipo del gesto de Francisco cuando fue elegido pontífice en 2013 y eligió residir en la austera casa de Santa Marta, en el Vaticano.
Mientras la Iglesia de América Latina definía en Medellín la opción preferencial por los pobres, como rasgo más saliente de la recepción del Concilio, Pablo VI designó en agosto de 1968 a Angelelli obispo de La Rioja, territorio en el que dejó su sello. Sus gestos de cercanía a los pobres, como la decisión de trasladar la celebración central de la Navidad a los barrios más vulnerables y a las unidades penitenciarias, simbolizaron su distanciamiento de las prácticas más tradicionales en una sociedad marcadamente conservadora. La enérgica posición de Angelelli contra el avance de los juegos de azar y la usura, su prédica en favor de la formación de cooperativas rurales para el acceso a latifundios improductivos y los insistentes reclamos por un servicio más racional y equitativo del agua, un recurso escaso en una zona tan árida como La Rioja, agudizaron los enfrentamientos. En junio de 1973 fue recibido a pedradas en Anillaco, en una revuelta promovida por terratenientes locales, entre los que sobresalía Amado Menem, hermano del gobernador Carlos Menem, quien mantenía una buena relación política con el obispo, pero finalmente frenó la propuesta de ceder las tierras a las cooperativas. Los embates del periódico local El Sol, que llamaba a Angelelli como "Satanelli", conformaban un cóctel fácilmente inflamable en la provincia.
Como dato curioso, al día siguiente de la pedrada de Anillaco, el obispo recibió en La Rioja para predicarles un retiro a un grupo de sacerdotes jesuitas que se preparaban para elegir al superior provincial de la orden. Entre ellos se encontraba el padre Jorge Bergoglio, con quien Angelelli trató en más de una oportunidad. Dos meses después, incluso, Bergoglio volvió a La Rioja con el superior mundial de los jesuitas, el padre español Pedro Arrupe, quien respaldó con entusiasmo el trabajo pastoral de Angelelli. "Esto es lo que quiere la Iglesia desde el Vaticano II", exclamó Arrupe, al lado del futuro papa Francisco.
Con el golpe militar de 1976, se hizo visible el clima de hostigamiento en la Iglesia riojana, a partir de detenciones, secuestros, requisas y seguimientos sufridos por sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos con el obispo, así como la ostensible grabación de homilías en las iglesias. El 17 de marzo, una semana antes del golpe de Estado, el vicecomodoro Lázaro Aguirre, jefe de la base aérea local, interrumpió una homilía de Angelelli acusándolo de hacer política en un acto religioso y suprimió la transmisión radial de las misas que el obispo oficiaba en la Catedral.
"No es hora de mártires. Es hora de vivos", le confió Angelelli en mayo de 1976, en medio de un clima político agitado, a los dirigentes campesinos Rafael Sifre y Juan Carlos Di Marco, del Movimiento Rural, a quienes los exhortó a abandonar el país. El propio obispo le dio a Sifre la ropa que llevaba puesta debajo de su sotana, antes de que embarcaran en Ezeiza rumbo a Roma, donde los recibió el cardenal Eduardo Pironio. No sintonizaban en la misma frecuencia los obispos que conducían el Episcopado, muchos de los cuales atribuían lo que ocurría en La Rioja a una situación local.
Los acontecimientos se precipitaron y el 18 de julio de 1976 los padres Murias y Longueville, que realizaban tareas sociales en la parroquia El Salvador, de Chamical, fueron secuestrados y sus cuerpos aparecieron dos días después, maniatados y asesinados a la vera de la ruta 38, junto a las vías del ferrocarril. El domingo siguiente, una patrulla paramilitar acribilló al dirigente laico Wenceslao Pedernera en la puerta de su casa, en Sañogasta, delante de su esposa Coca y sus tres hijas pequeñas. Instalado en Chamical para encabezar las exequias de los curas, Angelelli reunió a los sacerdotes y religiosas y dibujó un círculo en forma de espiral, marcando los acontecimientos que se sucedieron. Se colocó él mismo en el centro y les dijo: "Ahora me toca a mí".
El obispo permaneció en Chamical para rezar una novena –nueve días de oración– en honor de los padres Carlos y Gabriel, y conversó con los vecinos para reunir testimonios que contribuyeran a investigar los asesinatos. En la tarde del 4 de agosto abordó la camioneta que él conducía para regresar a La Rioja, acompañado por el padre Arturo Pinto, y, poco después del acceso a Punta de los Llanos, el vehículo tuvo un vuelco fatal, que provocó la muerte instantánea del obispo. Pinto se salvó y tiempo después, desencantado, dejó el sacerdocio.
La primera investigación judicial estuvo a cargo del juez Rodolfo Nicolás Vigo, un auditor de la Policía Federal que había sido designado quince días antes juez de instrucción de La Rioja. Archivó la investigación como accidente en 26 días y luego renunció. La causa fue reabierta en 1983, por impulso del obispo Jaime de Nevares y en junio de 1986 el juez Aldo Fermín Morales determinó que se trató de un homicidio. La causa, sin embargo, se frenó al año siguiente por las leyes de punto final y obediencia debida, hasta que finalmente se reabrió en 2006, con el resultado final ocho años después.
También en 2006 el cardenal Bergoglio, al asumir la presidencia del Episcopado, dio un giro en la posición de la Iglesia. Constituyó una comisión ad hoc para investigar la muerte de Angelelli, fruto de lo cual se decidió que la propia Iglesia se presentara como querellante en el proceso judicial y, al encabezar en La Rioja la misa por los 30 años de la muerte del obispo –doce años antes de proclamar el martirio en el Vaticano– denunció públicamente el derramamiento de sangre y sentenció: "Ese día alguno se puso contento. Creyó que era su triunfo. Pero fue la derrota de los adversarios".
El autor, periodista de este diario, acaba de publicar El mártir. Angelelli, el obispo silenciado por la dictadura (Sudamericana)