Andrea Goldin: “Desde las neurociencias, no hay casos perdidos: nunca es tarde para aprender”
Andrea Goldin, autora de Neurociencia en la escuela, despeja unos cuantos mitos en cuanto a la capacidad del cerebro humano, su plasticidad y los vínculos entre las emociones y la razón
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“Quiero que quede claro que entiendo a la neurociencia como una herramienta más que puede tener el educador. No como algo a lo que hay que ceñirse sí o sí”, dice Andrea Goldin, investigadora del Conicet en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella y autora de Neurociencia en la escuela (Siglo XXI). La frase funciona como paraguas ante incertezas propias de la ciencia y a la vez como respeto a los docentes que saben –intuitivamente, digamos– qué funciona y qué no en las aulas. En esta entrevista, Goldin también se refiere a las desventajas de la docencia virtual, a los “neuromitos” y a la plasticidad de ese órgano tan singular que es el cerebro. “La idea del libro es que los educadores no tengan que hacer un cambio radical para que algo funcione, porque eso paraliza; busco darle al lector conocimiento para que en pequeñas situaciones, con poco esfuerzo, se pueda hacer algo distinto y haya un cambio”.
–¿Por ejemplo?
–Se sabe que conviene mezclar las enseñanzas. Si hay ejercicios del tema A, B y C, conviene hacer tres, tres y tres: intercalar genera más fijación. También se podría entrenar lo que se conoce como funciones ejecutivas (las habilidades mentales que se usan para pensar un objetivo y llevarlo a cabo) en el aula. No están en la currícula, pero las necesitás para todo. Y, como todo, se entrenan.
–¿Y otras intervenciones posibles?
–Las evaluaciones frecuentes y breves funcionan, porque en realidad somos hijos del rigor, se estudia a último momento. Está relacionado con lo que decía sobre aprender espaciado y la fijación de conceptos. Les enseñamos a los alumnos para que eso que aprenden lo puedan usar fuera del aula y quede bien guardado en la cabeza, que no se pierda y sea fácilmente encontrable. Los conocimientos no se guardan aislados, como en un fichero, sino que está en redes o esquemas mentales, donde están las piezas enganchadas unas a otras. Si están bien enganchadas, no se van a perder y podés llegar por varias rutas. Para eso hace falta tiempo y recursos moleculares, que haya cambios fisiológicos que requieren tiempo y energía. Si aprendés algo hoy, quizá mañana lo podes decir bien, pero al mes no te acordás de nada: eso es por no guardar bien la información, porque está mal enganchada. Si, en cambio, se aprende un poco por día o por semana, si está espaciado, se va a ir armando ese esquema mental, enganchado, y tenés bien armado el rompecabezas. En síntesis, de a poco es mejor.
–En el libro se habla de los “neuromitos” de educación.
–A veces incluso se gastan recursos por parte de los gobiernos en algo falso, basado en mitos. Como el de los tres primeros años que plantea que te perdés algo que no se recupera… pero sabemos ahora que es reversible. Es ideal es dar estimulación, alimentación y cuidados a un recién nacido. Pero si alguien no tuvo esa suerte, igual hay que dárselo cuando sea posible.
–¿No hay casos perdidos?
–Desde la neurociencias, no hay casos perdidos. Sobre todo durante el primer par de décadas, pero incluso toda la vida. La mente se va construyendo. Usando una analogía no del todo correcta: es como una casa en la que se van poniendo ladrillos, se pueden poner puertas nuevas, tirar paredes. Una vez que está armado es más difícil, es cierto; pero se puede. El cerebro, el órgano físico, cambia hasta que nos morimos. En las dos primeras décadas hay muchos más cambios… pero luego también.
–Eso es una esperanza para las personas que tienen algún tipo de daño cerebral.
–Sí. De hecho, la plasticidad del cerebro se ve en gente que tuvo un ACV y tiene que volver a aprender porque no se acuerda cómo se decía algo. Los fumadores de tabaco, que tienen muchas sustancias que matan neuronas, empiezan a oler cosas que no olían al tiempo de dejar, porque crecieron neuronas que aprenden esa “nueva” actividad.
–¿Hay más “neuromitos”?
–Está el de la lateralidad y los hemisferios. Es cierto que hay diferencias y como los científicos somos reduccionistas para entender, vimos una anatomía que llevó a creer que las diferencias en las habilidades se basan en la preponderancia de un hemisferio sobre otro. Lo cierto es que el cerebro funciona de manera mancomunada. Es falso que uno es analítico y el otro artístico. Otro mito clásico es el de que usamos el 10% del cerebro; no, usamos el 100%. Pero gracias a la plasticidad ese 100% se va modificando.
–Señalás también que la emocionalidad y la motivación son claves para estudiar. ¿Se pueden cultivar?
–En general, al cerebro se lo relaciona con lo racional. Pero lo cierto es que somos más que nada irracionales, emocionales. El órgano que usamos es el mismo, pero tiene ambas cosas. No somos un cerebro con patas, sino que está en un cuerpo, un contexto y una cultura determinada. Tenemos un plan genético que dice cómo va a ser, su conexión con la boca y la mano y demás, pero después las experiencias lo modifican al punto de que hoy nadie dice que somos 100% genética o 100% crianza, se discute cuánto de cada cosa. En el cerebro hay muchísima información de un lado para el otro, sucede lo racional con lo emocional. Y sin motivación no se aprende bien.
–Desde 2020, con la pandemia, creció de manera desmesurada la cantidad de clases que se dan de manera virtual. ¿Qué se sabe al respecto?
–Se sabe poco. Hay algunas cuestiones clave en cuanto a lo negativo: la falta de comunicación corporal, porque ahí somos cabecitas dentro de un monitor y se pierde información. El tema de la mirada es crucial. Cuando doy clases virtuales, yo trato de mirar a la cámara por lo menos para que se sienta que nos estamos mirando.
–Sobre el final del libro, dice que casi toda la investigación hecha al respecto se hace en centros universitarios del Primer Mundo y que no todos los resultados son automáticamente trasladables al contexto argentino. ¿Cómo saber qué sí y qué no?
–El cerebro a grandes rasgos funciona igual; pero hay diferencias, por ejemplo en la manera en que nosotros lidiamos con la incertidumbre, porque ya nos ejercitamos. Además, los argentinos somos más nocturnos. Vimos en un trabajo cómo eso afecta a estudiantes secundarios, porque las clases en la escuela empiezan a la misma hora, temprano. Entonces hay que hacer un esfuerzo muy grande, se pierden muchas cosas. Se sabe que es importante dormir y cuánto hay que dormir, eso es universal, pero a qué hora empezar las clases o cómo organizarlo no es igual que en Alemania. Otra vez: el cerebro no está aislado de la cultura y el contexto en el que está. Todo es potencialmente extrapolable y se hace, pero a la vez está bueno pensar cada práctica teniendo en cuenta la idiosincrasia local, que tampoco es homogénea en la Argentina, donde no es lo mismo las 7 am en Buenos Aires que en Mendoza o Bariloche.