Anatomía de la alternancia política
Hace un tiempo que la política, los medios de comunicación y parte de la sociedad vivimos en estado de alternancia como hace varios años no experimentábamos, y todavía más si excluimos momentos en los cuales la alternancia fue la consecuencia de crisis de gobierno.
La alternancia brinda una oportunidad a las instituciones para trascender a las personas. "En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor dárselo a la ley", decía Juan Bautista Alberdi al argumentar a favor de un presidente fuerte, pero limitado en el tiempo para evitar la tentación tiránica (que Alberdi identificaba con Rosas).
Pero la alternancia es más que eso. Es también una apuesta a la renovación de las ideas. Nuestra democracia constitucional ofrece la alternancia como una instancia para revisar el contrato de representación política y la estrategia de progreso del país . No se vincula sólo con la posibilidad de decidir sobre el destino de un grupo político, renovarle el crédito al partido de gobierno o cambiar por una opción de oposición. Ésa es la alternancia con mirada corta.
Se trata de poner a prueba la capacidad de un país de acumular desarrollo y dar espacio a nuevos liderazgos y elencos de gobierno que renueven opciones y construyan sobre los pilares acumulados en períodos previos. Se parece al avance de la ciencia dentro de un paradigma establecido, en este caso, la propia democracia constitucional.
Porque tuvimos algunos años de buen crecimiento y una mejora indiscutida en las condiciones de vida de millones de argentinos. Pero también es cierto que el crecimiento y la inclusión todavía no fundaron las bases para transformar el esfuerzo en progreso y movilidad social ascendente.
En el camino hasta las elecciones, el estado de alternancia pone a competir la incertidumbre con la expectativa. Para progresar, necesitamos procesar la alternancia escapando del dramatismo en sus dos versiones puras y exacerbadas. El gobierno saliente debe evitar la contradicción de enunciar un legado -una aspiración legítima- y, al mismo tiempo, presentarse como el único capaz de asegurarlo. Quienes desde la oposición plantean una alternativa contribuyen al progreso escapando del prejuicio refundacional. Lo mismo para otros actores de la vida pública que enuncian la alternancia como el paso de frontera entre dos países.
Tenemos que lograr que la expectativa le gane a la incertidumbre. Podemos aspirar a la competencia entre liderazgos que expongan ante la sociedad el camino que proponen para el progreso individual y familiar. No es un camino simple ni exento de esfuerzo. Evitemos caer en la trampa del excepcionalismo argentino en sus dos versiones: pensar que las causas del subdesarrollo obedecen a una geopolítica global ensañada con la Argentina o bien creer que los argentinos estamos "condenados" a un futuro de grandeza ("Vaca Muerta nos salvará").
El estado de alternancia puede servir mejor a los fines de una estrategia de progreso si revitalizamos el ágora para que los candidatos debatan. Sin enamorarse de las propias ideas como si fueran únicas y definitivas. Asumiendo que la conversación política supone una dosis de pragmatismo para aceptar evidencia y argumentos que mejoran el propio punto de partida.
Por ello desde hace varios años promovemos el primer debate presidencial de nuestra historia. Sería la mejor forma de exponer el camino que propone cada candidato y las diferencias en sus visiones. Y de hacerlo con la sociedad como testigo. Por supuesto que el debate no cambiará de un día para otro la cultura política en el país. Pero sería un paso sustantivo en la inauguración de una forma superadora de conversación política.
El presidente Alfonsín hablaba del "rezo cívico" o la "plegaria laica" cuando recitaba el Preámbulo. Hace poco, en una reunión de trabajo de Argentina Debate (www.argentinadebate.org), un miembro de la institución introdujo la idea del debate presidencial como una ceremonia o ritual de la democracia abierta a todos los ciudadanos y que podemos mejorar con cada elección.
Las PASO de agosto fueron pensadas como una instancia para que la ciudadanía organice la oferta electoral. En el partido de gobierno y en los espacios de la oposición se abren instancias de competencia que atraerán la atención de la ciudadanía. Por eso hay una oportunidad de organizar una serie de debates entre los candidatos de cada espacio que permitan exponer sus visiones del desarrollo y especialmente sus diferencias.
Luego vendrán las elecciones generales en octubre y quizá, según los resultados de esta instancia, una segunda vuelta. En cada etapa debemos aspirar a debates presidenciales de calidad que expongan el pensamiento de los candidatos sobre el camino y el esfuerzo que supone afianzar un sendero de progreso.
Con un nuevo presidente electo, el próximo desafío de resiliencia institucional será la transición de gobierno. Con independencia del partido que gane en las elecciones, 12 años de un mismo elenco de gobierno auguran una demanda significativa de información y diálogo institucional entre el gobierno saliente y el gobierno entrante.
Esto no puede quedar librado a la buena voluntad de los actores ni quedar preso del cálculo político táctico. Hay modelos y referencias regionales de transición que pueden ayudar a lograr la mejor continuidad estatal frente al cambio de gobierno.
En suma, la alternancia política es una evaluación intermedia que la democracia constitucional incorpora en un sendero de progreso. El desafío es trascender 2015 o 2016 como puerto de las expectativas. Es clave un liderazgo que convoque a una visión de país, que sea claro en el esfuerzo y las dificultades para alcanzarla y que tenga la humildad de reconocer que la historia no empieza en 2015 ni termina en 2019 o 2023.
El autor es director ejecutivo de Cippec (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento)
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