Analógico o digital, el Congreso puede funcionar
No es cierto que el parlamento británico haya sesionado durante la pandemia. La de 1349, queremos decir. Porque la semana pasada, la legislatura más antigua y tradicional del mundo aprobó una propuesta de "parlamento virtual": con 50 diputados en el recinto respetando la distancia social, otros 120 se unieron vía Zoom y los demás siguieron la sesión de preguntas al gobierno desde el portal oficial.
"El PSD no es oposición, es colaboración", declaró Rui Rio, el líder de la opos... de la colaboración en Portugal. Lo hizo en una sesión parlamentaria de mediados de marzo. La semana siguiente se retiró del recinto en protesta contra sus compañeros de bloque, que superaban el número acordado con los demás partidos para asistir a la sesión. Las democracias europeas enfrentan amenazas y a veces salen derrotadas, claro. Pero mientras viven, no cierran por guerra ni por pandemia. Menos aún cuando la tecnología las apoya.
En América, con países más extensos y casi siempre presidencialistas, la situación es distinta: la mayoría de los congresos redujo su accionar. Paulatinamente retomaron su funcionamiento, o de manera virtual o con mecanismos de distanciamiento social y reducción de los participantes. Varios comenzaron como el nuestro: con el funcionamiento de comisiones a distancia y sin capacidad decisoria, citando a funcionarios del gobierno por temas relacionados con la emergencia. Pero algunos avanzaron mucho más, llegando a sesionar y sancionar leyes de manera virtual como Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y Perú.
Canadá optó por un sistema mixto de sesiones presenciales y remotas. En Colombia, tanto las comisiones como el pleno funcionan de manera virtual, pero aún no lograron aprobar la normativa para votar. El congreso de México funciona virtualmente en comisiones y sin dictaminar, como el nuestro, pero se reunió de manera presencial para tratar una propuesta de ley vinculada a la emergencia.
Los congresos de Bolivia, Uruguay y gran parte de los centroamericanos funcionan de manera presencial con medidas de distanciamiento social. Incluso el congreso más antiguo del continente, el de los Estados Unidos, después de algunas semanas de inactividad volvió a funcionar de manera presencial para tratar un paquete de ayudas propuesto por el Ejecutivo, y ahora discute si sesiona de manera remota.
En síntesis, los congresos americanos están despertándose y la tendencia es incorporar tecnología para funcionar de manera remota.
Donde hay una necesidad, hay un derecho… y una app. El pueblo tiene derecho a ser representado, sus representantes tienen la obligación de trabajar y hay herramientas que lo permiten. Que se pueda legislar desde casa no significa que no haya desafíos. Como señalan Carolina Tchintian, María Belén Abdala e Iván Seira en un estudio reciente de CIPPEC, existen desafíos técnicos: garantizar la conectividad y estabilidad del sistema y asegurar la identidad de los legisladores son los más importantes. Pero como en todo cambio tecnológico, la confianza (subjetiva) es tan importante como la seguridad (objetiva), porque impacta en la legitimidad del sistema. Sin integridad y transparencia del proceso, el remedio será peor que la enfermedad. El congreso remoto también acarreará transformaciones en las prácticas políticas: ¿cómo será la negociación de votaciones en particular sin conversar en un costado? ¿Cómo serán los cuartos intermedios en zooms paralelos? Solo podemos anticipar que el procedimiento deberá adaptarse al procedimiento de cada cámara. ¡Y que la rosca virtual seguirá alimentando el uso de WhatsApp en la política argentina! Resulta difícil imaginar horas y horas de sesión virtual, aunque sería una gran oportunidad para modificar los reglamentos en aspectos que optimicen el uso del tiempo. Por ejemplo, las reglas de uso de la palabra o las mociones de privilegio. Así como el teletrabajo durante la cuarentena traerá cambios duraderos, lo mismo imaginamos para la actividad legislativa.
La democracia es un sistema eficaz, pero no necesariamente eficiente. La eficiencia es la capacidad de obtener resultados con menor gasto, y eso no siempre es bueno. ¿Cómo puede ser malo gastar menos, se preguntarán? Es que, a veces, lo barato sale caro: un Poder Ejecutivo que resuelve solo es más rápido y se ahorra un congreso. Sin embargo, gobiernos sin frenos y contrapesos acaban mal. Las autocracias vienen con fecha de vencimiento; las democracias, no. La paradoja democrática es durar debido a la redundancia, no a la eficiencia: duplicar las lecturas, enlentecer los procesos, reforzar los controles. Eso la torna resiliente y, a largo plazo, menos costosa que sus alternativas. Puede fallar, claro; pero la autocracia está condenada a fallar.
La Constitución argentina establece tres poderes. Hoy, uno está trabajando, y los otros, en cuarentena. La democracia exige que consideremos a sus miembros como trabajadores esenciales. Como vimos, hay herramientas tecnológicas o de distanciamiento social para que nuestro congreso pueda funcionar. Solo falta sentarse en una mesa (virtual o no) y ponerse de acuerdo, como hicieron los demás países de la región.
Señoras y señores representantes, la democracia los necesita. Es hora de acordar y sesionar.
Julia Pomares es directora ejecutiva del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC); Juan Manuel Abal Medina es profesor titular en la Universidad de Buenos Aires y Andrés Malamud es investigador principal en la Universidad de Lisboa