Amores y misterios de don José
San Martín se crió en España, en un hogar signado por el abatimiento. De regreso en América tuvo numerosas amantes durante su matrimonio con Remedios de Escalada, cuya madre lo llamaba despectivamente "el soldadote".
LA familia de Juan de San Martín y Gregoria Matorras ya tenía cuatro hijos (y Gregoria 40 años) cuando llegó el último vástago de la familia, a quien llamaron Francisco José. Como si estuviera mimetizado con ese ambiente de las Misiones, el bebito tenía la tez oscura y la nariz aguileña. Poco después, Juan fue reemplazado como gobernador de Yapeyú y la familia se trasladó a Buenos Aires, donde el capitán no logró obtener un cargo similar.
Desalentado por su fracaso, Juan retornó a España y se estableció en Málaga, donde el niño José se crió en un hogar signado por el abatimiento. A los 11 años (en violación de los reglamentos que establecían un mínimo de 12) fue admitido como cadete en el regimiento llamado Murcia, donde aprendió a ser obediente, reservado y a desconfiar de los demás. Un informe de su comandante le negó la promoción por "vicios indecorosos", pero otro jefe rectificó el dictamen y José pudo llegar a ser oficial.
Participó de las derrotas en Orán a manos de los árabes, en Collioure frente a los franceses y se encontraba en la fragata Santa Dorotea cuando fue apresada por los ingleses. En los lugares de forzosa internación, aliviaba su soledad de vencido tocando la guitarra y pintando los crepúsculos marítimos en su caballete. En Bailén integró el ejército vencedor frente a las tropas napoleónicas, pero sus ideas liberales lo habían colocado más cerca de los invasores galos que de los retrógrados defensores de Fernando VII. Cuando uno de sus jefes, el marqués de la Solana, fue ahorcado por las turbas en Cádiz acusado de "afrancesado y traidor", y otro, el marqués de Coupigny, fue privado del mando por haber nacido en Francia, se dio cuenta de que no había ya lugar en España para los que sostenían las ideas de tolerancia, ciencia y filantropía. Miembro de una logia masónica, decidió contribuir a las luchas por la independencia de las colonias en América, con la esperanza de que allí pudieran ponerse en vigor los principios del liberalismo que la península rechazaba.
Tenía 34 años cuando llegó a Buenos Aires. Había habido en su vida mujeres cuarteleras y "manolas" de vida alegre, pero seguía siendo un hombre solitario y de pocos afectos. Se enamoró de Remedios de Escalada, una jovencita de 15, y se casó con ella pese a la oposición de su madre, que lo calificaba de "plebeyo" o lo llamaba despectivamente "el soldadote".
En la dominante logia del Río de la Plata, José rivalizó con Carlos de Alvear, un hombre menor que él y de inferior grado militar, pero que descollaba por su inteligencia, su brillo social y su riqueza. Se comentaba que el padre de Carlos, Diego de Alvear, en su juventud había tenido de amante una india en Yapeyú, con la cual había concebido un hijo. Esta criatura, bautizada como Francisco José -afirmaba la versión-, habría sido entregada al matrimonio de Juan y Gregoria de San Martín para que lo criaran. De este modo, Carlos y José vendrían a ser entonces medio hermanos y, precisamente, a San Martín lo apodaron como El Cholo o el Tape de las Misiones, por su apariencia de mestizo.
Cuando José fue designado gobernador de Mendoza, se insubordinó contra el director supremo, Carlos de Alvear, y contribuyó a precipitar su caída.
Al iniciar el cruce de los Andes, San Martín envió a su esposa y a su pequeña hija a Buenos Aires, a casa de sus padres. En Santiago, Chile, tuvo un romance con una dama y una noche, al visitarla en su casa, advirtió que estaba compartiendo sus favores con un oficial bisoño, el hermano menor de Manuel Olazábal. Prudentemente, Olazábal dejó el campo libre a su general.
Desobedeciendo las instrucciones del gobierno de Buenos Aires, que le había ordenado volver al Río de la Plata para impedir las invasiones de los caudillos federales del Litoral, San Martín inició su expedición a Perú con el grado de brigadier general de Chile, bajo la bandera de este país y con su apoyo económico. Desembarcó en Huaura, donde estableció su cuartel general por varios meses. Por las noches solía visitar la estancia azucarera de San Nicolás de Supe, donde sostuvo una relación con su propietaria, Fermina González Lobatón. Una tradición peruana afirma que el hijo que esta mujer tuvo nueve meses después había sido engendrado por don José.
Al llegar a Lima asumió el Protectorado (pese a que el mandato chileno lo había desaconsejado) y allí mantuvo un affaire con Rosa Campusano, una guayaquileña que había actuado como espía a favor del bando patriota. Cubierta su cabeza con un velo y vestida con manto, Rosa había distribuido más de una vez panfletos subversivos y había ocultado en una casa a varios oficiales españoles que habían desertado para pasarse a las fuerzas revolucionarias.
Don José se instaló en una residencia en el pueblo de la Magdalena y allí solía atender el despacho diario, que uno de sus ministros le llevaba desde Lima. Rosa, que era soltera, lo acompañaba con frecuencia, y los sábados a la noche partían en lujosa carroza rumbo a las fiestas de la capital, ella con vestido y zapatos de seda y él con su nuevo uniforme de general, con abundantes hilos de oro. Cuando el protector incluyó a Rosa entre las ciento doce mujeres condecoradas con la Orden del Sol, la sociedad tradicional limeña lo consideró una afrenta.
Resistido por los realistas por sus exacciones y rechazado por los republicanos por sus planes monárquicos, San Martín no tenía tropas suficientes para vencer a los españoles acantonados en la sierras. Viajó entonces a Guayaquil a solicitar refuerzos a Simón Bolívar, que vivía momentos de victoria. Bolívar se los prometió, pero en número muy insuficiente, y don José se deprimió al comprender que su hora había llegado. Esa noche y a la mañana siguiente pareció consolarse con la compañía de una joven viuda, Carmen Mirón y Alayón, cuyos descendientes llevan hasta hoy el apellido San Martín.
Don José renunció al Protectorado y viajó hacia su chacra de Mendoza, donde recibió una carta de su esposa, a quien no veía desde hacía cuatro años. Moribunda de tisis en plena juventud (tenía apenas 25 años), Remedios le pedía que fuera a Buenos Aires a darle su último adiós. San Martín, sin embargo, optó por quedarse en Mendoza y recién partió varios meses después de su fallecimiento, a buscar a su hija de 7 años. Le costó sacar a su chiquilla de la casa de su abuela y marchó con ella a Europa, donde habría de vivir casi tres décadas. Allí murió viudo y ya abuelo, el 17 de agosto de 1850.
El autor, un escritor argentino, publicará en estos días Don José (Sudamericana).