Amores privados
Hubo una época donde afloraron las relaciones carnales entre los que alguna vez soñaron con tener su propio comercio
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El parripollo venía de una relación conflictiva, casi tóxica, de veinte años con Entel. Se daba cuenta de que no conectaban, no se escuchaban y que quizás jamás lo harían, pero tenía una nostalgia que no lo dejaba irse. La cancha de paddle pateaba varios años en Segba y entendía que se había perdido la chispa, la energía, la luz que iluminaba un futuro mejor. Ambos convivían con las promesas de sus respectivas parejas: “Que voy a cambiar”, “Que es un proceso de transformación”, “Que hay que invertir en nosotros”. Y un día salieron eyectados de esas relaciones y se encontraron solos, perdidos, sin saber qué hacer después de décadas de ir siempre al mismo lugar. Sin embargo, el destino ya les había marcado la siguiente parada…
Un conocido en común, el taxi, había vivido algo similar en Ferrocarriles Argentinos y sabía de qué se trataba el desasosiego de no tener a dónde ir, así que decidió presentarlos. Fue ahí que nació el amor. El parripollo se entregó al instante y puso todo a la parrilla pero a fuego lento. La cancha de paddle le jugaba al toque y sin vueltas y le devolvía todas las pelotas redondas. Ya se habían olvidado de sus relaciones anteriores. Lo último que supieron fue que se habían casado con unos extranjeros y que eran tal para cual.
La feliz pareja se divirtió como nunca lo habían hecho. Se fueron de vacaciones a Miami, compraron una televisión con control remoto y pasaron algún que otro fin de semana en la casa de la prima millonaria de la cancha de paddle: la pista de patinaje sobre hielo. La vida les sonreía y les deparaba una sorpresa. Fruto de ese amor pasional, irracional y cuentapropista nació su primer y único hijo: el kiosco. Al principio dio sus primeros pasos con las golosinas y poco a poco le fueron saliendo las cabinas telefónicas, hasta que se dieron cuenta de que su pequeño era todo un locutorio. La familia era feliz y cada verano se hacía una escapada a la costa y se hospedaba en la casa del tío del parripollo: el restaurante de minutas del balneario.
Tanta felicidad, sin embargo, se encontró con la peor noticia: un conocido de la familia, el tenedor libre, se había separado de su gran amor, el videoclub. La ruptura provocó un terrible efecto en cadena que llevó a que varias parejas se replantearan la relación y fueran poco a poco bajando la persiana. El parripollo y la cancha de paddle hicieron lo imposible para mantenerse unidos pero era demasiado tarde. Él había tenido algunos deslices con la remisería y ella le había puesto algunas fichas a la casa de pool y videojuegos. Encima que la situación era agitada su hijo el locutorio llegó con una noticia inesperada: estaba esperando un hijo con su novia, la casa de reparación de computadoras.
El tiempo hizo lo suyo: el parripollo y la cancha de paddle se despidieron casi tan rápido que nadie lo notó. Su última alegría fue la llegada de su nieto: el cibercafé, que con los años se dio cuenta de que lo suyo era ser solo ciber sin café. Subsistió a duras penas y, en un amor de galería comercial, tuvo dos hijos con la casa de empanadas: el local de venta de accesorios de celulares y la cervecería artesanal. Se puede decir que andan bien, con ganas de quedarse a pelearla y, quién sabe, quizás conozcan al negocio de sus vidas.