Amorales
Hay un antes y un después del exhibicionismo de la amoralidad de las últimas días. Se presenta a la vista de todos, con inusitada obscenidad, la certeza de que en importantes lugares de poder abundan cínicos, soberbios y hasta amorales.
Ya no hay ninguna duda: hay registros, hay fotos, y hay hasta relatos radiales de acomodados que reciben la bendita vacuna. Son cínicos los que las ofrecen y cínicos también los que las reciben.
¿Por qué cínicos? ¿Qué es ser cínico? Según la Real Academia “es el que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas“. Pero además hay amorales. ¿Qué es ser amoral?
No es ser inmoral, el inmoral sabe que está faltando a una norma, incumpliendo una convención, una costumbre. El amoral, en cambio, no tiene norma: no sabe que es bueno ni que es malo, actúa como mejor se siente, según su propia conveniencia.
La palabra amoral apareció en el siglo XIX con el sentido de “indiferencia ética”. Amoral es carente de toda moral. Personas a quienes ni siquiera les interesa el concepto del bien y del mal, que no piensan según los valores del grupo que integran.
¿Qué les pasa por la cabeza a los funcionarios, a los legisladores y a sus amigos, y a los jóvenes militantes que se olvidan de los más de 51.000 muertos por Covid-19 que registra nuestro país, en muchos casos personas muy mayores o personas con enfermedades concomitantes? ¿Acaso no leemos cada día desde hace casi un año las cifras más espeluznantes? ¿Acaso no conocimos y sufrimos casi todos los argentinos a uno o a varios muertos por el virus?
Todos además estamos al tanto de los peligros que corren miles de médicos, enfermeros, docentes y policías y todos los que arriesgan la vida todos los días. ¿A estas personas impunes, no les importa el prójimo? ¿No se conmueven por las imágenes de los que están aislados en una sala de un hospital, de los que están entubados para poder respirar, de los que están en coma inducido para sobrevivir, de los que mueren solos? ¿No lo registran? ¿No sienten el más mínimo dolor?
¿Qué les pasa por la cabeza a esas personas que ofrecen la vacuna a los amigos y qué les pasa por la cabeza a los que aceptan vacunarse privilegiadamente?
¿En qué zona de sus cerebros se escondió la información sobre el riesgo de vida que corren cada uno de sus días los obesos, los diabéticos, los enfermos de cáncer, los inmunodeprimidos?
¿Qué les pasa por la cabeza a los jóvenes militantes que publican en sus redes sociales y se regodean con su foto recibiendo la vacuna? No hay entre sus familiares ninguno en situación de riesgo?
¿Los que se anotan como personal estratégico y hasta como personal de salud sin serlo para recibir la vacuna, tampoco tienen abuelos, tíos, padres, vecinos, amigos vulnerables?
Para ponerle un moño a este paquete de terror que a cada minuto suma una revelación peor y a modo de yapa, el hombre que debe dar el ejemplo, el que detenta la autoridad, el que organiza, dispone y decide, nos explica que la culpa de todo la tiene... su secretaría privada. Asume que es plausible tomarnos el pelo en nuestra propia cara.
Los argentinos hoy estamos perplejos. Todos perplejos: los oficialistas, los opositores, los apolíticos, los indecisos, los jóvenes, los viejos. Algunos estamos muy enojados, otros se sienten traicionados y decepcionados, otros asustados. Nos sentimos básicamente, desprotegidos.
No es un enojo de un rato, ni un susto que se pasa pronto, ni una decepción más. Hay algo que caló hondo, que llegó muy adentro. Porque se trata de la vida y la muerte, nada menos.
Somos muchos, posiblemente la mayoría, los que hoy nos sentimos extraños y abandonados en nuestra propia tierra.