Amor fuera de serie
Te buscaba, miraba, devoraba... pero un día se fue con otra y jamás volvió
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Fuiste engañada. Diste todo pero fuiste engañada. De a poco te abriste y contaste tu historia y tus dramas, tus luces y tus demonios. Tenías errores, como todas, pero aún así emocionaste, brillaste, diste de qué hablar y despertaste sonrisas. Fuiste de a poco, por partes, hasta lograr que se engancharan con vos. Y del otro lado se engancharon. Te miraban todo el tiempo, de atrás para adelante, en días de sol y de lluvia, en las noches profundas y en los feriados, antes de ir a dormir y quizás hasta el amanecer. Eras querida, amada, festejada. Cancelaron planes y se fueron antes de reuniones familiares por vos. Ese falso dolor de estómago para no ir al partido de fútbol de los miércoles eras vos. Eras lo mejor que había visto en su vida. Te presumía, te conversaba y se agarraba la cabeza cuando te veía. Cuando vos aparecías, el mundo se detenía. No había celular que te hiciera frente. Hablar mal de vos era un pecado mortal. Estar frente a vos era estar frente a un tanque y con vos iban a la guerra. Si se habrán peleado con tal de defenderte de las críticas y de las comparaciones.
Pero un día se terminó.
Ahora que mostraste todo ya no sos interesante. Quedó el recuerdo de que generaste alegría, que hiciste reír, llorar, desear, amar y hasta odiar. Sabías que podía pasar pero era mejor no pensar en eso. Y ahora pasó: fuiste engañada. Se fueron atrás de otra que no sos vos. Otra que es novedosa, atractiva, diferente y sospechás que extranjera.
Fuiste engañada. En la habitación, en el sillón, en la cocina, en el trabajo -sí, en el trabajo y más de una vez- y hasta en el lavadero mientras esperaba que le lavaran el auto. Esos lugares en los que diste alegría ahora son de otra. Podrías volver, quizás, algún día, pero ahora quedaste fuera de escena.
No querías mentirte a vos misma, sabías que en el pasado hubo otras, también divertidas, románticas, inteligentes y hasta de terror -porque las de terror también cuentan- y ahora no podés dejar de darle vuelta al asunto: “Si no paraba de hablar de vos”, “Si sus amigos tampoco podían sacarte los ojos de encima”, “Si dijo que eras la mejor del mundo”. Te preguntás qué tiene ella que no tengas vos; querés saber si empezó con ella al mismo tiempo o si ya la tenía en mente y un día se entregaron al placer, así, de a poco, como un juego, a ver qué pasaba, qué historia se armaba, si había un argumento para sostener la relación. ¿Habrán arrancado ese día que no te dedicó ni un minuto? ¿Fue por curiosidad o por necesidad? ¿Quería algo diferente, más exótico, más violento? ¿Habrá sido un tema de tamaño? ¿Quería algo más largo o más breve? ¿Fue en serio o era algo así nomás, por arriba, a ver qué pasaba? ¿Y sus amigos, los que comentaban sobre vos, los que también te buscaban? ¿También se entregaron a otras y te sacaron los ojos de encima? ¿Te miraron, te disfrutaron y se fueron? ¿Así nada más?
Las dudas no tienen respuesta y no hay tiempo para llorar. Solo te queda esperar ahí, al alcance de su mano, mal que te pese, para ver si vuelven a buscarte, a verte, a intentar encontrar en vos aquellas emociones que algunas vez despertaste. Te duele saber que no tenés nada nuevo para mostrar: ni una escena, ni un argumento, ni una línea, o un chiste o un parlamento. Sos lo que ya exhibiste y lo que ya vieron en vos. No tenés ni tendrás lo que él busca: una nueva temporada en el amor.
Sin embargo ahí estás, esperanzada, aguardando por el replay, con la ilusión de que vuelva aburrido de lo nuevo. Porque aunque ya sepan lo que tenés para dar; aunque ya sepan cómo se desarrollarán los hechos; aunque ya conozcan el final y sea evidente que se repetirá, ahí estarás vos, esperando, porque en el fondo no te importa que haya otras o que serás nuevamente reemplazada. No. Al final, lo único que querés es volver a sentir, cuando estén juntos bajo las sábanas, que alguna vez fuiste para él la mejor serie que vio en su vida.