Ameghino, un gran olvidado
Suele ocurrir que los argentinos, por nuestra peculiar idiosincrasia, ignoremos u olvidemos a algunos compatriotas que, superando los obstáculos, las dificultades y las inestabilidades varias que todos conocemos, se han destacado y se destacan por su grandeza. Es el caso de Florentino Ameghino, un verdadero hombre de ciencia que fue admirado por propios y ajenos. Pero además, su vida fue tan digna de admiración que resulta extraño y significativo a la vez que haya pasado inadvertido el aniversario de los 150 años de su nacimiento, en 2004. A modo de tardío homenaje, vale la pena recorrer algunos tramos de su existencia.
Nacido en Luján el 23 de septiembre de 1854, este hijo de padres italianos inmigrantes fue un niño prodigio. Luego de aprender las primeras letras a través las enseñanzas de su madre, su primer maestro dijo a los pocos meses de comenzados sus estudios primarios que ya nada quedaba por enseñarle. Sin embargo, al no poder continuar sus estudios formales, debió convertirse en autodidacta, y a los 14 años leía a Charles Darwin, que había publicado su revolucionaria obra apenas nueve años antes. El deslumbramiento de Ameghino por esa teoría lo convirtió en el introductor del darwinismo en nuestro país.
A los 16 años fue preceptor de la escuela municipal de Mercedes, provincia de Buenos Aires, de la cual llegaría a ser director. Ya en ese momento efectuaba sus primeros trabajos de investigación hurgando con pico y pala en las empinadas riberas del río Luján, donde los caracoles que aparecían incrustados en esas barrancas comenzaron a despertarle su curiosidad científica. A los 20 años encontró los restos fósiles completos de un mastodonte, y un año después publicó sendos artículos en dos diarios locales y un tercero en la revista parisiense Journal de Zoologie. Obtuvo un premio en la primera exposición científica de Buenos Aires y presentó en ella dos memorias que contenían el germen de su futura obra monumental.
En 1878, a los 24 años, viajó a Europa y allí exhibió su colección prehistórica y paleontológica en la Exposición Universal de París, donde asombró a los científicos más importantes de la época. Un año después tuvo destacada actuación en el congreso de americanistas de Bruselas, ciclo que cerró con la publicación de dos libros. Al volver al país, casado y sin recursos, había sido exonerado de su cargo de director de la escuela de Mercedes por abandono del puesto. Reconocido en el mundo y cesante en su tierra, como tantos otros argentinos, instaló en Buenos Aires su librería Gliptodón, y más adelante, ante otra pérdida de empleo, una en La Plata.
Entre sus publicaciones más relevantes se encuentra "Filogenia", de 1884, obra teórica que desarrolla su concepción evolucionista y donde propicia la fundación de una taxonomía zoológica de fundamentos matemáticos, lo cual le valió ser designado para ocupar la cátedra de Historia Natural y Zoología de la Universidad de Córdoba y ser declarado doctor honoris causa. En ese tiempo publicó su obra más importante: "Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina", de 1028 páginas, que venía acompañada de un atlas con láminas y dibujos de su propia mano, y que le valió la medalla de oro y el diploma de honor en la Exposición Universal de París, en 1889.
La obra completa de Ameghino, recopilada en 24 volúmenes, contiene clasificaciones, estudios, comparaciones y descripciones de más de 9000 animales extinguidos, muchos de ellos descubiertos por él. Esa obra alcanzó visos de genialidad, no sólo por su amplitud -abarcó la antropología, la paleontología y la geología-, sino también por formar parte de un enfoque integrado que le permitió realizar una reconstrucción paleogeográfica del continente y de las migraciones de animales extinguidos a lo largo del tiempo geológico. Escribió también "El origen poligénico del lenguaje", en 1910, y analizó los problemas ambientales en "Las sequías e inundaciones de la provincia de Buenos Aires", de 1884, un trabajo que actualmente es objeto de culto entre los climatólogos. Importantes proyecciones adquirieron sus escritos filosóficos como "Mi credo", que lo hicieron el primer filósofo explícito de la ciencia que diera América latina.
Joaquín V. González, que era ministro de Justicia e Instrucción Pública, le ofreció el cargo de director del Museo Nacional de Buenos Aires. A partir de allí le llegó una lluvia de nombramientos en consejos académicos y en cátedras diversas, nominaciones que le dieron por fin el postergado reconocimiento nacional. Mitre fue uno de los que supieron valorarlo, y publicó en las páginas de LA NACION su bibliografía. Sarmiento dijo de él: "Era un paisano de Mercedes que aquí nadie conoce, pero que era admirado por los sabios del mundo entero". Y José Ingenieros afirmó: "...¿Qué otro argentino hemos conocido que reuniera en tal alto grado su actitud para la observación y el análisis, su capacidad para la síntesis y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolongado durante tantos años, su desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario pero matan al pensador?"
Ameghino murió a los 57 años. En estos momentos en que la Argentina se halla tan necesitada de figuras ejemplares, resulta sumamente necesario recordar a estos hombres cuya dimensión debería generar en nosotros una profunda reflexión y encender en plenitud la legítima y tan positiva intención de emularlos.