
Alimentos para el alma: un sano paréntesis en la coyuntura
Es necesario abrir un paréntesis en la coyuntura, respirar profundo y detenerse a releer autores de antaño que permiten ensanchar las perspectivas y mirar la realidad con otros ojos. El dictum con razón afirma “para novedades, los clásicos”. En este caso nos referimos a Victor-Marie Hugo, que nos da colosal baño refrescante para la meditación.
No es recomendable estar permanentemente encajados en la coyuntura: uno de mis libros lleva por título Maldita coyuntura al efecto de prestar debida atención a las ideas de fondo que son siempre las que corren el eje del debate en distintas direcciones según la procedencia de esas perspectivas. En todo caso, en ese libro el editor sugirió estampar en una de las solapas un célebre grafiti concebido por los revolucionarios marxistas del Mayo Francés del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, y de tanto machacar son sus ideas en no pocos lugares han logrado manejar las agendas frente a ciertos timoratos liberales que estiman que no debe irse a fondo para ser “políticamente correctos”. Afortunadamente no es el caso actual de nuestro país en el que el Gobierno muestra convicción y coraje para disminuir el peso del aparato estatal, evento que permite centrar la atención en el rumbo y el balance neto de la gestión y tener siempre presente el incendio estatista del cual provenimos.
El escritor al que dedicamos esta nota nos proporciona fuerzas para dar la batalla cultural en lugar de reclinarnos y esperar que otros hagan la faena de lograr el respeto recíproco. A pesar de que autorizados biógrafos como Matthew Josephson, André Maurois y Graham Robb no lo destacan de esa manera, el mejor modo de conocer el pensamiento del gran Hugo en cuanto a su aversión al poder político es en su Vida de Shakespeare. Allí no solo se aprecia su pluma envolvente, precisa, elegante, grandiosa y, por momentos, fulminante (el traductor –en este caso Edmundo Barthelemy– realiza una tarea magistral), sino que se puede sopesar de modo transparente su capacidad de análisis histórico, político y filosófico y su notable elocuencia y fenomenal capacidad didáctica, todo en un contexto de otorgarle un valor trascendental a la libertad. Hasta diría que se trata secundariamente del célebre poeta y dramaturgo y mucho más sobre las sesudas reflexiones y consideraciones medulares que estampa el escritor francés respecto de los más diversos aspectos pasados, presentes y futuros de la vida cultural.
En ese racconto shakespeariano sumido en la desconfianza del poder revela plena coincidencia con el autor de esta historia en cuanto a una repugnancia visceral por los aparatos estatales y una profunda admiración por el pensamiento noble de la libertad. Hugo escribe: “Nada entraña más orgullo que la pequeñez del polizonte”, que “nada hay fuera de la libertad” ya que “pretender realizar civilización sin ella es equivalente a intentar la agricultura sin sol”. Prosigue al afirmar: “Desde que existe la tradición humana, los hombres de fuerza fueron los únicos que brillaron en el empíreo de la historia [...] Este resplandor trágico llena el pasado [...pero] la civilización oxida rápidamente esos bronces”. Por otra parte “¿Qué son estos monstruos? Son el producto de la estupidez ambiente”.
Entonces “la circunstancia atenuante del despotismo es el idiotismo”. Más adelante señala: “Es evidente que la historia deberá ser escrita otra vez [...minimizando] los gestos reales, los éxitos guerreros, las coronaciones [...] las proezas de la espada y del hacha, los grandes imperios, los fuertes impuestos [...] sin más variante que el trono y el altar [...] Hasta ahora, la historia fue cortesana. La doble identificación del rey con la nación y del rey con Dios es obra de la historia cortesana [...] vaga declamación teocrática que se satisface con esta fórmula: Dios tiene su mano en el corazón de los reyes. Hecho imposible por dos razones: Dios no tiene manos y los reyes no tienen corazón”. Y enfatiza el espejismo y la falacia más grotesca de que “el rey paga, el pueblo no. En ello estriba, poco más o menos, el secreto de este género de historia” y concluye: “La habilidad de los gobernantes y la apatía de los gobernados acomodaron y confundieron las cosas de tal modo que todas estas formas de la pequeñez principesca ocupan lugar en el destino humano”.
En esta misma dirección puntualiza: “Es preciso que los hombres de acción se ubiquen detrás de los hombres de pensamiento. Allí donde anida la idea, está el poder” en cuyo contexto Victor Hugo se despacha muy peyorativamente contra las enseñanzas escolares de historia, donde el foco de atención se centra en las dinastías reinantes y en los desplazamientos del poder, en lugar de destacar las contribuciones de intelectuales y científicos y los magníficos descubrimientos del hombre corriente.
Sostiene que deberá colocarse “en la primera fila a los espíritus, en la segunda, tercera, en la vigésima a los soldados y los príncipes [...] Volverán a ser acuñadas las medallas. Lo que fue el reverso se hará anverso y el anverso será reverso. Urbano VIII será el reverso de Galileo” y se llamarán a silencio “los portaespadas” ya que se “tendrán menos en cuenta los grandes sablazos que las grandes ideas” puesto que “¿qué significa la invasión de los reinos comparada con el florecimiento de la inteligencia? Los conquistadores de espíritus eclipsan a los conquistadores de provincias [...] Las tiaras y las coronas no agregarán a la estatua de los pigmeos nada más que ridículo; las genuflexiones estúpidas desaparecerán. De ese nuevo erguimiento nacerá el derecho. Nada perdura sino el espíritu [...] En medio de la noche admito la autoridad de las antorchas”.
Es cierto que el autor se declara socialista en un sentido bien distinto y opuesto al habitual de nuestro tiempo y advierte que “ciertas teorías sociales, muy diferentes al socialismo tal como lo entendemos y lo deseamos, se han extraviado. Apartemos todo aquello que se parece al convento, al cuartel, al encasillamiento, a la alineación”, y se refiere a “estos socialistas al margen del socialismo” que con “un despotismo posible piensan adoctrinar a las masas contra la libertad”.
En aquella época era frecuente el uso del término socialismo para aludir a la tradición de pensamiento liberal, del mismo modo que en el origen izquierda significaba opuesto a los privilegios y al abuso del poder, aunque a poco de andar abandonó esa misión para plegarse a las botas, al estatismo y a las prebendas de los burócratas. En este sentido, las denominadas derechas se confunden, por un lado, con el fascismo y, por otro, con el espíritu conservador no de conservar la vida, la libertad y la propiedad que constituye la tríada liberal por excelencia, sino conservadurismo en el sentido de incapaces de zafar de las cadenas del statu quo, incompetentes en vislumbrar nuevos paradigmas. A esta altura el modo más eficaz para dividir aguas y evitar confusiones y malos entendidos remite a estatismo y liberalismo.
Debe tenerse muy presente lo que reitera Alexis de Tocqueville: en El antiguo régimen y la Revolución Francesa advierte con énfasis que es necesaria la faena individual para que se nos respete y nunca dar por sentado que los beneficios de la libertad continuarán como si fueran por ósmosis sin el aporte cotidiano de cada uno.
El autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales

Últimas Noticias
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Iniciar sesión o suscribite