Alicia en el país de las maravillas
Una novela para disfrutar de lo inestable
¿Qué es el aburrimiento? ¿Qué es lo imposible? ¿Qué es un cuerpo? ¿Qué es una palabra? Estas son algunas de las tantísimas preguntas que se desprenden del maravilloso mundo de Alicia.
Podría decir que a los siete años la historia de Alicia me asustó, a los diez me aburrió y a los veinte me salvó. La novela de Lewis Carroll es casi un manual de la existencia, escrito en clave de ficción. Un permiso para pasearse por los bordes de la identidad, jugando a perderla, para descubrir aspectos nuevos o desconocidos. Sin referentes… ¿quién es uno? Por eso Alicia, una vez en la madriguera, se pregunta "¿Quién soy? ¡Ay, ese es el gran misterio!" Carroll combina la lógica con los sentimientos. Alicia intenta averiguar quién es, diferenciándose de sus amigas: "Estoy segura de que no soy Ada, ni tampoco Mabel" Y las caracteriza para separarse de ellas. Luego piensa que si no sabe quién es, podría al menos recordar qué sabe. "Voy a probar si sé todas las cosas que solía saber". Empieza con la tabla de multiplicar, los países, el recitado de un poema… Lo que parece un ejercicio de la memoria se vuelve una pesquisa personal. Algo así como: soy lo que sé… ¡y no sé lo que soy! Las ganas de saber parecen tan importantes como las de perder el conocimiento.
La historia es un torbellino de cosas que ocurren y una lengua que discurre. Lo que se dice parece cobrar vida propia. Humpty Dumpty, uno de los personajes, puede hacer que las palabras signifiquen lo que él quiere. No hay significados fijos, justamente para que las identidades sean variables. Por eso Alicia refunfuña. Su perplejidad no es la de la sorpresa sino la del enojo. ¡Todo es tan inestable! Quizá porque esa historia fue concebida en un bote…
Charles Ludwidge Dogson (así se llamaba Lewis Carroll) salió de pic-nic con las hermanitas Liddell el mes de julio de 1862. En un paseo por el río inventó el cuento de Alicia, el conejo y la madriguera. Así nació esta historia sin ancla, mecida por el suave oleaje del Támesis. Era habitual que Carroll les contara historias, pero esa vez ocurrió algo distinto. Alice Liddell, con diez años, le pidió que la escribiera. Él demoró un tiempo en hacerlo, estaba ocupado con sus clases de lógica y matemáticas, sus poemas y fotografías (¡obtenía expresiones recónditas de las personas que fotografiaba!). Pero el pedido de Alicia fue más fuerte que sus desafíos académicos. Y la novela –que este mes cumple 150 años de su primera publicación- contiene la fuerza de ese pedido.
No sólo es una novela dedicada a la infancia como paisaje de descubrimientos, sino a una niña que se convirtió en su habitante predilecto.
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