Algunos creen posible vivir en el reino de la fantasía
Paul Lafargue es más conocido por su obra El derecho a la pereza que por haber sido cuñado de Karl Marx. Con toda razón; ese socialista utópico convencido sintetizó su pensamiento en la contundencia del título: una apología del goce y la abundancia, y un rechazo a la “esclavitud del trabajo”. Mucho tiempo pasó desde entonces (1880). Por lo pronto, cayó el Muro, y el comunismo, como práctica política, devino capitalismo autoritario. Del Das Kapital solo quedaron la rémora de algunos términos, lecturas apresuradas, pero sobre todo conquistas de un enorme valor para los trabajadores, promovidas desde el sistema, sin necesidad de hacer implosionar el sistema: condiciones de trabajo inimaginables en el siglo XIX.
Todos tuvieron que adaptarse. Desde los partidos políticos hasta los sindicatos, que habían hecho de la lucha de clases su razón de ser. Los encierros ordenados por la peste del Covid concretaron por un tiempo la utopía, aunque duró poco: el mundo está pagando el costo de haber vivido la fantasía de vivir sin trabajar, con déficits e inflaciones monumentales.
Bueno, todos es un decir. El intento del gobierno de la provincia de Buenos Aires (por ahora postergado) de instaurar el derecho a la “no repitencia” en las escuelas es una clara demostración de que algunos creen que es posible vivir en el reino de la fantasía y quieren instalarlo a como dé lugar. Es notable, aunque no deja de ser interesante tratar de entender el porqué.
Es posible que no conozcan a Lafargue y que tampoco hayan leído a Marx, pero en los estertores de su predominio político de tantos años intentan una tangente compuesta por una fusión de socialismo retrógrado con epicureísmo mal entendido. Empezaron promocionando veraneos gratuitos, repartiendo adminículos hedonistas, todo acompañado de frases soeces de sus candidatos. Siguieron con declaraciones de sus líderes haciendo apología de la vagancia y rematan ahora con esta norma provincial que impondría una nivelación para abajo a los estudiantes, para la que da lo mismo aprobar o no las materias.
Hay una vieja frase que es más que una frase: “Un peronista es un soldado; un radical es una soberanía”. Y lo es, porque explica dos miradas, dos paradigmas en tensión en el país desde por lo menos 1940, y que subsisten hoy entre el oficialismo y la coalición opositora. Solo así se puede entender que unos elijan arbitrariamente candidatos a golpe de tuit y otros con elecciones abiertas, o que unos estigmaticen el mérito y el esfuerzo y otros hagan de ese valor su apotegma dominante; que unos repartan planes sin control de ninguna índole, como si no costaran, o que recompren millones de deuda soberana beneficiando a unos pocos pícaros con la plata de todos. Y la lista podría seguir, larga.
Esta y no otra es la brecha, una oposición por contradicción. Y queda claro que es moral, por la sencilla razón de que para que la fantasía de algunos sea posible es imprescindible que alguien la mantenga. Y esos son los que están cada vez más cansados de aguantar promesas vanas.