Algunas reflexiones sobre la vigencia de Laudato Si
El 24 de mayo pasado se clausuró el año Laudato Si (LS), cuyo objetivo fue reflexionar sobre la encíclica el papa Francisco que buscó “llamar la atención al grito de la Tierra y de los pobres” (LS, 49). Los graves problemas socio ecológicos del planeta que habitamos son demasiado evidentes para negar la vigencia del mensaje. El deshielo de los casquetes polares en el Ártico; los incendios forestales en la Amazonia; los fenómenos meteorológicos extremos en todo el mundo y la disminución sin precedentes de la biodiversidad que sustenta toda la trama de la vida, manifiestan los graves daños ecológicos existentes en el planeta.
La coincidencia del quinto aniversario de la encíclica en mayo de 2020 con la pandemia que todavía persiste, hace que el mensaje profético de la Laudato Si sea aún más significativo. No se trata de una encíclica “verde”, que se concentra solo en lo ambiental, sino que tiene un claro énfasis en una “conversión ecológica en acción”, propia del paradigma de la ecología integral que nos ofrece el documento, que busca un cambio profundo en los estilos de vida y en el modo que tenemos de habitar el planeta.
¿Cómo garantizar el futuro de la vida y del planeta frente a las amenazas que podrían llevarnos a la autodestrucción? ¿En qué medida el discurso religioso de la Iglesia católica puede contribuir a un eventual cambio del sistema de producción y consumo que en términos ecológicos y sociales es insostenible en el tiempo?
No es ninguna novedad que la pandemia originada por el coronavirus ha interpelado al actual paradigma tecno-económico y a su modelo de producción y consumo. Un paradigma al que se han subordinado el hombre y la naturaleza, al punto de poner en riesgo la supervivencia del planeta y de la misma especie humana.
Nos encontramos ante un desafío profundo que requiere más que respuestas técnicas, jurídicas y políticas aisladas, sino más bien demanda respuestas existenciales más amplias, tanto individuales como colectivas. Ante esta realidad, la encíclica aporta, desde el discurso religioso, un potente mensaje para generar un cambio real y profundo. Un mensaje que apunta especialmente al corazón del hombre para que se abra confiadamente a un Dios, que primero cuida de nosotros, y nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y al planeta que cada día Él nos regala.
Esta apertura confiada a Dios forma parte de una conversión personal y comunitaria que nos impulsa a transformar nuestro modo de relacionarnos con la naturaleza. Somos parte de la creación y no estamos por encima de ella como si fuéramos sus dueños. Para Francisco, la tierra no puede ser concebida como un depósito de recursos o peor aún de deshechos, sino como algo vivo y sagrado, que nos proporciona bienes y servicios para que todos podamos vivir dignamente y que debemos cuidar responsablemente.
Desde esta perspectiva, Laudato Si ha influido en la discusión pública sobre el futuro del planeta. Desde líderes políticos y económicos mundiales, hasta académicos y ciudadanos de a pie, la recepción e impacto de la encíclica eco-social del actual obispo del Roma ha sido notable, particularmente por su capacidad de intervenir en el debate público global sobre las causas y consecuencias de la crisis ecológica planetaria. Mucha de su influencia se relaciona con la llamativa capacidad de articular virtuosamente, desde una firme religiosidad católica, el conocimiento científico más robusto con un ideario ético muy claro que permite orientar la dirección del cambio de paradigma que requerimos como humanidad.
Laudato Si se nutre de por lo menos de tres fuentes, estrechamente vinculadas entre sí: a) el saber y la reflexión acumulada por el magisterio de la Iglesia Católica, que de Pablo VI a Benedicto XVI ha propiciado el paulatino desarrollo de una conciencia ecológica; b) la propia experiencia personal del papa Francisco, que a partir de la insistencia de los obispos brasileños en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Aparecida en 2007 y las intervenciones del Patriarca Bartolomé, generó que en él “lentamente, como el amanecer, fuera creciendo una visión ecológica”. Y finalmente c) en el conocimiento científico, fruto de la acumulación de investigaciones que han puesto en evidencia el daño que los seres humanos le estamos realizando al planeta, y por lo tanto, a nosotros mismos.
Nutrida de estas tres fuentes, Laudato Si invita a líderes sociales y políticos, a investigadores y académicos, a seguir el ejemplo de articulación entre conocimiento, fe y ética aplicada, que al mismo tiempo que impulsa y se nutre del desarrollo científico, dota a ese esfuerzo de un horizonte de sentido espiritual y ético, tan escaso como necesario en nuestros días. La segunda encíclica del papa Francisco se nutre del conocimiento compartido y la experiencia acumulada, reconoce la interdependencia de todos los que habitamos la Casa Común y nos invita humildemente a “…asumir los mejores frutos de la investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual…”(LS, 15).
En base a esto, queremos proponer dos reflexiones a partir de Laudato Si, vinculadas a los desafíos a los que nos enfrentamos hoy y a los que enfrentaremos en un futuro cercano.
La primera se relaciona con el peligro que tanto la ideologización de la perspectiva ecológica, como la “consciencia aislada” y la falta de límites representan para nuestro porvenir. Francisco advirtió en su reciente libro Soñemos Juntos, fruto de sus diálogos con el historiador y periodista inglés Austen Ivereigh, que “…hay movimientos verdes que trasforman la conciencia en ideología, pero la conciencia ecológica es conciencia, no ideología. Es una consciencia en la que se juega el destino de la humanidad”. Retomando lo expresado en Laudato Si años antes, el Papa nos advierte también sobre los efectos que el paradigma tecnocrático tiene en la distorsión de nuestras mentalidades, que nos conduce hacia el desprecio por los límites y a la negación de nuestra debilidad e interdependencia.
El paradigma de la Ecología Integral nos desafía a ser coherentes y dejar de lado la “conciencia asilada”, que nos encierra en nuestros propios intereses, ideologías y puntos de vista. La integralidad que nos propone Francisco nos invita a no ser selectivos y cuidar toda la creación y, por lo tanto, a denunciar la contaminación y el aborto, la pena de muerte y la eutanasia. La pandemia en curso solo ha hecho esto más visible. En palabras del Papa “El Covid-19 está dejando en evidencia…que este es un tiempo para ser coherentes, para desenmascarar la moralidad selectiva de la ideología”.
Con la segunda reflexión queremos destacar el importante lugar que las universidades, especialmente las católicas, tienen ante este desafío de época. En tanto ámbitos en donde se desarrollan armónicamente el conocimiento científico y la fe en un Dios creador, quienes habitamos estos espacios tenemos la hermosa y desafiante misión de convertirnos en promotores eficaces de un cambio de conciencia respecto del daño que nos hacemos nosotros mismos al dañar nuestra Casa Común. Las muchas iniciativas institucionales que han florecido vinculadas a “Laudato Si”, alimentan nuestra esperanza en que podamos, tal y como nos invita Francisco, soñar juntos un mundo mejor.
Son los procesos extendidos en el tiempo, inspirados en las tradiciones y anclados en instituciones los que, más probablemente, crearán las condiciones para que emerja una nueva consciencia eco-social. Que así sea.
Jensen, doctor en derecho. docente e investigador
González Saborido, abogado. docente e investigador