Algo más que investigar a la víctima
Después de la campaña mediática que ensució la imagen pública del ex fiscal y mientras la Justicia aún no pudo explicar cómo murió, la posibilidad de que Stiuso aporte información a la causa alienta nuevas expectativas
A un año y un mes de la muerte de Alberto Nisman, la única certeza es que murió. Que un tiro en la sien terminó con su vida. Y no mucho más. ¿Disparó él o lo ejecutaron? ¿Fue en el baño del departamento de Puerto Madero? ¿Lo desbordó saber que estaba a sólo 24 horas de presentarse ante el Congreso y tener que poner en palabras lo que ya había escrito, que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner había utilizado una herramienta –después declarada inconstitucional– para encubrir a los autores intelectuales del atentado a la AMIA? ¿Ese mismo escenario alertó a sus posibles asesinos, que clausuraron con su muerte un camino complejo que el poder de entonces buscaba a toda costa no tener que transitar? ¿O –como desde el entonces gobierno insistieron una y otra vez– ante el fallido intento de contactar en tres oportunidades al ex hombre fuerte de la SIDE Jaime Stiuso, se sintió huérfano de esa protección vital y decidió pegarse un tiro?
Esta última hipótesis está a punto de despejarse. Stiuso está con un pie en Ezeiza y su declaración en la causa por la muerte de Nisman es inminente. Dos de sus interlocutores diarios grafican su regreso con una imagen inquietante: el sindicado verdugo vuelve para develar quiénes fueron los verdaderos verdugos de Nisman. Convencido, claro, de que los hubo. La pregunta es si tiene elementos para probarlo. Hasta ahora, la Justicia guarda unas pocas fojas con la declaración del ex director de operaciones de la ex Secretaría de Inteligencia. Apenas una formalidad, casi un trámite antes de abandonar el país en medio de fuertes acusaciones y denuncias en su contra. Una paradoja. El espía que conocía todos los secretos de todos los presidentes desde 1983 hasta ahora, incluidos los de los Kirchner, junto con quienes construyó un poder inconmensurable, uno de los hombres más temidos, se sentía amenazado por la ex presidenta y su entorno. Y el sentimiento era recíproco. Stiuso respiró aliviado el aire del sur de la Florida. Y la ex presidenta hizo lo mismo sabiendo que él ya no estaba cerca.
Dicen que sin CFK en el poder y convencido de que no pesa sobre él ya ninguna amenaza esas pocas fojas podrían convertirse en un camino incómodo que la Justicia deberá recorrer para probar o descartar la verosimilitud de sus dichos. Hasta hoy, el hombre que mejor conocía a Nisman, su sombra en la causa AMIA, para algunos, el hombre a quien reportaba antes que a ningún otro, había aportado menos que poco. ¿A la Justicia no le pareció pertinente profundizar en ese testimonio? ¿O él no tuvo nada que aportar? Hay más datos en la causa sobre las noches de Nisman y las chicas que lo acompañaban eventualmente que sobre sus más de diez años con Stiuso. ¿Esto va a cambiar? ¿La Justicia estará más interesada en esa línea de investigación que lo que estuvo hasta ahora? Allegados al expediente apenas pueden disimular las expectativas que genera su declaración.
¿Puede cambiar el ritmo cansino que llevó la causa hasta ahora? ¿Tiene información respecto de lo que pasó o sólo busca despejar sospechas que lo vinculan al hecho?
Como si la muerte física no hubiese sido suficiente, parte de la maquinaria mediática reprodujo frases e imágenes para aniquilar la imagen de Nisman, cuasi impoluta tras la marcha del 18F. Cuanto más corrupto, inmoral, mujeriego, avaro, servil a los servicios de inteligencia fuese, tanto más fácil sería desvirtuar cualquier cosa que hubiese firmado. Sobre todo, la denuncia que involucraba al poder.
Y así, un sector de la Justicia se concentró en bucear en sus oscuridades resguardadas en cuentas en el exterior e inversiones dudosas mientras el mismo poder político que lo había convertido en amo y señor de la causa por el atentado a la AMIA cuestionaba su ineficacia pasmosa, con una sorpresa forzada, como si en los últimos diez años nadie nunca jamás hubiese siquiera preguntado si avanzaba o no, y por qué, la investigación sobre el peor atentado de nuestra historia.
El resultado podría haber sido perfecto si el sistema penal argentino se rigiese por la lógica que escondía el planteo: hay muertes que merecen ser investigadas y otras que no. Hay muertes cuya responsabilidad primaria, aun si se trató de un suicidio, es del propio muerto. "Se la buscó", una versión aggiornada del temible "algo habrá hecho".
Los manejos espurios de Nisman tienen que investigarse. Todos. Su muerte también. No son excluyentes: más allá de las mujeres, los viajes, las cuentas de origen dudoso, la falta de transparencia y avance en la investigación del atentado o los servicios a los servicios, la muerte de Nisman espera una respuesta. De tratarse de un suicidio, ya se estaría por convertir en la causa más larga de este tipo que se recuerde en los tribunales.
Apartada la fiscal Viviana Fein, la jueza Fabiana Palmaghini reasumió la causa, solicitó una serie de medidas de prueba y denegó en durísimos términos el pedido de la querella de declararse incompetente y enviar la investigación a la justicia federal. Nada indica que allí existan garantías de que se esclarezca qué fue lo que pasó. Comodoro Py no tiene la llave para resolver el caso, más allá de que la ex mujer de Nisman, Sandra Arroyo Salgado, también sea jueza federal y se pudieran intuir relaciones más aceitadas en ese ámbito. Pero no se discuten recursos ni amistades. Ni siquiera aptitudes. El planteo de fondo, sensible y urgente, es saber si esta muerte aún dudosa un año y un mes después está de alguna manera relacionada con los meses previos al final de la vida de Nisman: su certeza de que estaba a punto de ser desplazado de la UFI AMIA, la denuncia por encubrimiento sobre la que venía trabajando los últimos años y había presentado días antes de morir, qué iba a hacer en ese Congreso al que nunca llegó.
Mientras tanto, la jueza debe decidir la situación procesal de los custodios que se negaron a declarar para explicar por qué tardaron más de once horas en entrar al departamento, y ordenó ahora la realización de una junta interdisciplinaria que fue pedida e ignorada ocho meses antes. La jueza insiste en la línea que venía llevando la fiscal: tecnicismos más o menos, sostiene que no hay pruebas para concluir que se tratara de un homicidio. Pero tampoco dictamina que se tratara de un suicidio. En otras palabras, morir se murió, pero la Justicia todavía no está en condiciones de decir cómo. Y mucho menos por qué.
Se cumplen 13 meses de su muerte, pero no parecería ser un aniversario más. Hubo un cambio de gobierno que ordenó desclasificar toda información vinculada a Nisman en cualquiera de las dependencias de que se trate: de la AFI al Ministerio de Relaciones Exteriores, y adjuntó el nombre del fiscal muerto a la secretaría que investiga el atentado a la AMIA. Hubo que sacarlo por el repudio que generó entre los familiares de las víctimas. Los acusados por Nisman ya no están en el gobierno. Y el depositario de todas las sospechas está cerca. El escenario parece otro; resta esperar si los actores repetirán el mismo libreto.